Mié 11.02.2004

EL MUNDO

Hagan cola para morir a bombazos

Una comisaría donde iraquíes hacían fila para conseguir trabajo fue el blanco de un atentado que causó 55 muertos.

Por Angeles Espinosa *
Desde Al Iskandariya

“He recogido pedazos de cabeza, ojos y otros restos con mis propias manos”, asegura Fuad Saleh, tratando de llamar la atención de la periodista en medio de una multitud que pugna por relatar su versión de los hechos. Los vecinos de Al Iskandariya, una polvorienta ciudad a 50 kilómetros al sur de Bagdad, se muestran ultrajados ante la explosión que unas horas antes ha arrebatado la vida a medio centenar de sus vecinos y que la mayoría atribuía “a un misil americano”. Según la policía iraquí y los militares norteamericanos, un coche cargado con al menos 500 kilos de explosivos reventó frente a la comisaría central y dejó 55 muertos y 75 heridos. El hecho desató una manifestación antiestadounidense.
“Ha sido un misil americano”, relata con los ojos fuera de las órbitas Hudair Mahmud cerca del lugar del atentado. “Ha abierto un boquete enorme, pero los americanos lo han tapado enseguida”, prosigue alentado por un grupo de vecinos que ratifican sus palabras ante la perplejidad de esta enviada. “A una periodista que ha tratado de grabar el agujero le han destrozado la cámara”, añade a modo de garantía. “Explíquenos si no por qué las fuerzas de la Coalición venían todos los días a la comisaría de seis a once de la mañana y justo hoy no lo han hecho”, reta Hudair.
Imposible verificar su relato. Ya han pasado cuatro horas desde que se produjera la explosión a las nueve y cuarto de la mañana, y las tropas estadounidenses han sellado el acceso a la comisaría en un radio de 200 metros. La actitud de los soldados no ayuda a despejar sospechas. Al menor intento de los manifestantes por acercarse, amenazan con disparar sus fusiles llevándose la mira a la cara. “¡Abajo EE.UU., abajo EE.UU.!”, corean provocadores en inglés varios cientos de jóvenes ociosos que se han congregado bajo la enorme cafetera árabe que constituye el único signo de identidad de Al Iskandariya.
La cafetera y el desempleo. La mayoría de los 50.000 habitantes de esta ciudad, una de las numerosas que Alejandro Magno dejó tras de sí en su conquista de Asia, están desocupados. De ahí que en la mañana de ayer muchos hubieran madrugado para acudir a una convocatoria de plazas para el Cuerpo de Defensa Civil de Irak, una especie de Guardia Civil que las fuerzas de la Coalición están entrenando para que se vaya haciendo cargo de la seguridad del país. Por eso, el atentado causó tantas víctimas. Los candidatos a policías esperaban en una larga cola frente a la comisaría.
Tal era el caso de Yabar Sáber, que ahora permanece postrado en una cama del hospital local con la cara quemada, un vendaje en la cabeza y parcialmente sordo por el efecto de la explosión. El familiar que lo acompaña cuenta que Yabar, de 28 años, fue a ver si conseguía un empleo. El herido hace un gran esfuerzo para contar que justo había cruzado la verja y esperaba en el jardín. “No sé cuál fue la causa”, declara, pero entonces se acerca un vecino y Yabar añade que oyó un helicóptero.
El hospital local está desbordado. “Hemos recibido la primera víctima a las nueve y veinte de la mañana y desde entonces no hemos tenido un momento de respiro”, declara Eisar Alí, subdirector del centro médico. Según Alí, han contabilizado “50 muertos y entre 60 y 70 heridos. Pero tengan en cuenta que muchos han sido trasladados a los hospitales de Hilla, Mahmudiya o el Yarmuk de Bagdad”, añade dando a entender que el número de víctimas es considerablemente mayor. Cuando se le menciona que un oficial de policía ha facilitado la cifra de 35 muertos, asegura que ellos han “expedido 30 certificados de defunción y que aún quedan 20 cadáveres en la cámara”. A las puertas de la morgue, los celadores se afanan limpiando la sangre de las ambulancias.
No es la primera vez que una comisaría se convierte en objetivo de los activistas que intentan hacer fracasar el plan estadounidense para Irak. En los últimos meses, a raíz del reforzamiento de las medidas de seguridad en las instalaciones militares de la Coalición, las estaciones de policía se han convertido en objetivos fáciles. Ya son más de 300 los policías que han muerto en ataques de los insurgentes. Para los sectores descontentos con el nuevo orden impuesto en Irak tras la derrota del régimen de Saddam Hussein, los agentes son unos colaboracionistas. El mensaje de los autores de la matanza de ayer parece claro: ahuyentar la más mínima cooperación con los ocupantes.
Y sin embargo, los jóvenes que se encaran con los soldados a la sombra de la cafetera insisten en que fue un misil americano, y aportan detalles coincidentes como si repitieran una lección bien aprendida. Incluso facilitan nombres y apellidos de tres testigos presenciales a los que las tropas “han matado para que no hablen”. “Vivo ahí enfrente”, asegura Saad Abu Namir, uno de los pocos hombres mayores presentes. “Antes de la explosión, oí el siseo del misil, me asomé y vi el fuego”, añade ante la satisfacción de los congregados, seguros de que su edad hace más convincente el testimonio.
Tienen respuestas para todo. ¿Por qué va a actuar así Estados Unidos? “Para enfrentar a chiítas y sunnitas”, asegura absolutamente persuadido Leiz Musahi al Yanabi, cuyo apellido delata su pertenencia a una de las poderosas tribus sunnitas de la zona. El día anterior, un portavoz de la Coalición reveló que se había interceptado una carta de un operativo de Al-Qaida en la que se hablaba de “provocar una lucha intercomunitaria para fracturar el país”. Aunque Al Iskandariya se halla en las puertas del sur chiíta, tiene una importante población sunnita. Los soldados cargan una vez más contra los manifestantes y la multitud sale en estampida. “Ni wahabíes, ni resistencia; cuenten la verdad: son los americanos”, advierte Leiz a los periodistas antes de escapar a la carrera.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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