José Saramago en su novela “Ensayo sobre la lucidez” cuenta la historia de hechos extraños en una ciudad capital no nombrada en un país democrático no identificado. Cuando en la mañana del día de la elección llueve torrencialmente, la participación de votantes es sorprendentemente baja, pero el clima mejora a media tarde y la población se dirige en masa a los centros de votación. El alivio del gobierno dura poco, sin embargo, cuando el recuento de los votos revela que más del 70 por ciento de los votos emitidos en la capital fueron en blanco. Perplejo por este aparente lapso cívico, el gobierno le da a la ciudadanía una oportunidad para resarcirse una semana más tarde con otro día de elecciones. Los resultados son peores: ahora el 83 por ciento
de las boletas están en blanco... ¿Es esto una conspiración organizada para derrocar no sólo al gobierno sino a todo el sistema democrático? Si es así, ¿quién está detrás y como lograron organizar a cientos de miles de personas en semejante subversión pasando desapercibidos? La ciudad sigue funcionando casi normalmente, con el pueblo soportando cada uno de los golpes del gobierno en una inexplicable unión y con un nivel verdaderamente Gandhiano de resistencia no violenta... La lección de este experimento mental es clara: el peligro hoy no es la pasividad sino la pseudo actividad, la necesidad de “estar activo” de “participar” para poder enmascarar la vacfuidad de lo que sucede. La gente interviene todo el tiempo, “hace algo”, los académicos participan en debates sin sentido, etc. Lo verdaderamente difícil es dar un paso atrás, retirarse. Aquellos en el poder a menudo prefieren una participación crítica, un diálogo de silencios - sólo para comprometernos en un “diálogo”, para asegurarse que nuestra amenazadora pasividad está quebrada. La abstención de los votantes es por lo tanto un verdadero acto político: nos confronta forzadamente con la vacuidad de las democracias de hoy.
Así, exactamente, es cómo los ciudadanos deben actuar cuando se enfrentan con la elección entre Clinton y Trump. Cuando a Stalin se le preguntó a finales de la década de 1920 qué desviación es peor, la de la derecha o la de la izquierda, replicó: “¡Ambas son peores!” ¿No es lo mismo con la elección que los votantes estadounidenses están enfrentando en las presidenciales de 2016? Trump es, obviamente, “peor”, ya que promete un giro de derecha y promulga una decadencia de la moralidad pública. Sin embargo, por lo menos promete un cambio mientras que Hillary es “peor”, puesto que hace que el no cambiar nada parezca deseable. En tal elección, no debemos perder los nervios y escoger el «peor» que significa cambio -incluso si es un cambio peligroso, ya que abre el espacio para un cambio diferente, más auténtico. El punto no es, por lo tanto, votar por Trump - no sólo no se debe votar por tal escoria, ni siquiera se debe participar en esas elecciones. El punto es abordar fríamente la pregunta: ¿cuál es la victoria más adecuada para el destino del proyecto emancipatorio radical, el de Clinton o el de Trump?
Trump quiere devolver la grandeza a Estados Unidos, a lo que Obama respondió que estados Unidos ya es grande, pero, ¿lo es? ¿Puede un país en el que una persona como Trump tiene la oportunidad de convertirse en presidente ser considerado realmente grande? Los peligros de una presidencia de Trump son obvios: no sólo promete nominar jueces conservadores a la Corte Suprema, no sólo movilizó a los más oscuros círculos de supremacía blanca y coquetea abiertamente con el racismo anti-inmigrante; no sólo se burla de las reglas básicas de la decencia y simboliza la desintegración de los estándares éticos básicos; mientras aboga por la miseria de la gente común, promueve efectivamente una agenda neoliberal brutal que incluye beneficios fiscales para los ricos, más desregulaciones, etc. etc. Trump es un vulgar oportunista, pero sigue siendo un espécimen humano (en oposición a entidades como Ted Cruz o Rick Santorum, quienes sospecho que son extraterrestres). Lo que Trump definitivamente no es, es un exitoso capitalista productivo e innovador: apenas si destaca por entrar en bancarrota y luego hacer que los contribuyentes cubran sus deudas.
Los liberales con pánico de Trump descartan la idea de que una victoria eventual de Trump puede iniciar un proceso del cual surgiría una izquierda auténtica, su contraargumento es una referencia a Hitler. Muchos comunistas alemanes dieron la bienvenida a la toma de posesión nazi como una nueva oportunidad para la izquierda radical como la única fuerza que puede derrotarlos, pero, como sabemos, cometieron un error catastrófico. La pregunta es: ¿Es lo mismo con Trump? ¿Trump es un peligro que podría reunir un frente amplio de la misma manera que Hitler, un frente donde los conservadores decentes y los libertarios luchen juntos con los progresistas liberales tradicionales y con lo que queda de la izquierda radical? Fredric Jameson tenía razón al advertir contra la designación precipitada del movimiento Trump como nuevo fascismo: “La gente está diciendo” ‘esto es un nuevo fascismo’ y mi respuesta es - ¡no todavía!” (Incidentalmente, el término “Fascismo” es usado hoy como una expresión vacía cada vez que algo obviamente peligroso aparece en la escena política, pero carecemos de una comprensión adecuada del término: no, ¡los populistas de hoy no son simplemente fascistas!) ¿Por qué no todavía?
Primero, el temor de que una victoria de Trump convierta a Estados Unidos en un estado fascista es una exageración ridícula. Estados Unidos tiene una textura tan rica de divergentes instituciones cívicas y políticas que su directo Gleichshaltung no puede ser promulgado. ¿De dónde proviene entonces este temor? Su función es claramente unificarnos a todos contra Trump y así ofuscar las verdaderas divisiones políticas que corren entre la izquierda resucitada por Sanders y Hillary, quien es LA candidata del establishment, apoyada por una amplia coalición arco iris, que incluye viejos guerreros fríos como Paul Wolfowitz y Saudi Arabia. En segundo lugar, Trump se apoyó en la misma rabia que usó Bernie Sanders para movilizar a sus partidarios. Por eso Trump es percibido por la mayoría de sus partidarios como el candidato anti-establishment, y lo que uno no debe olvidar nunca es que la rabia popular es por definición de flotación libre y puede ser re-dirigida. Los liberales que temen la victoria de Trump no tienen realmente miedo de un giro radical de la derecha. Lo que realmente temen es simplemente un cambio social radical. Como dijo Robespierre los liberales admiten (y sinceramente se preocupan) por las injusticias de nuestra vida social, pero quieren curarlas con una “revolución sin revolución” (en paralelo exacto al consumismo actual que ofrece café sin cafeína, chocolate sin azúcar, multiculturalismo sin enfrentamientos violentos, etc.): una visión del cambio social sin cambio real, un cambio en el que nadie se lastima realmente, donde los liberales bien intencionados permanecen protegidos en sus enclaves seguros. En 1937, George Orwell escribió:
“Todos estamos en contra de las distinciones de clase, pero muy pocas personas en serio quieren abolirlas Así llegamos a la importante conclusión de que cada opinión revolucionaria saca parte de su fuerza de una convicción secreta de que nada puede cambiarse”.
El punto de Orwell es que los radicales invocan la necesidad de un cambio revolucionario como una especie de símbolo supersticioso que debe lograr lo contrario, es decir, EVITAR que el único cambio que realmente importa, el cambio en los que nos gobiernan, se produzca. ¿Quién realmente gobierna en los Estados Unidos? ¿No podemos oír ya el murmullo de reuniones secretas en las que los miembros de las élites financieras y de otro tipo “están negociando sobre la distribución de los puestos clave en la administración Clinton”? Para tener una idea de cómo funcionan estas negociaciones en las sombras, basta con leer los correos electrónicos de John Podesta o Hillary Clinton: The Goldman Sachs Speeches (que aparecerán pronto en OR Books en Nueva York, con una introducción de Julian Assange). La victoria de Hillary es la victoria de un status quo ensombrecido por la perspectiva de una nueva guerra mundial (y Hillary definitivamente es una guerrera fría demócrata típica), un status quo de una situación en la cual gradualmente, pero inevitablemente, se desliza hacia la ecología, la economía, la humanidad y otras catástrofes. Por eso considero extremadamente cínica la crítica “izquierdista” de mi posición, que afirma que:
“Para intervenir en una crisis la izquierda debe estar organizada, preparada y tener apoyo de la clase obrera y los oprimidos. No podemos de ninguna manera respaldar el vil racismo y sexismo que nos divide y debilita en nuestra lucha. Debemos estar siempre del lado de los oprimidos, y debemos ser independientes, luchando por una verdadera salida por izquierda de la crisis. Aunque Trump cause una catástrofe para la clase dominante, también será una catástrofe para nosotros si no hemos sentado los cimientos de nuestra propia intervención”.
Es cierto que la izquierda “debe ser organizada, preparara y tener apoyo de la clase obrera y los oprimidos”, pero en este caso la pregunta debería ser: ¿cuál victoria del candidato contribuiría más a la organización de la izquierda y a su expansión? ¿No está claro que la victoria de Trump hubiera “sentado los cimientos de nuestra propia intervención” mucho más que la de Hillary? Sí, hay un gran peligro en la victoria de Trump, pero la izquierda se movilizará SOLAMENTE a través de una amenaza de catástrofe - si continuamos con la inercia del status quo existente, NO habrá ciertamente movilización izquierdista. Estoy tentado a citar a Hoelderlin aquí: “Sólo donde hay peligro, la fuerza salvadora también está aumentando.” En la elección entre Clinton y Trump, ninguno de ellos “está del lado de los oprimidos”, así que la verdadera elección es: abstenerse de votar o elegir a quien, sin valores, abre una mayor posibilidad de desencadenar una nueva dinámica política que puede conducir a una masiva radicalización izquierdista.
Muchos de los votantes pobres dicen que Trump habla por ellos - ¿cómo pueden reconocerse en la voz de un multimillonario cuyas especulaciones y fracasos son una de las causas de su miseria? Al igual que los caminos de Dios, los caminos de la ideología son misteriosos ... (aunque, por cierto, algunos datos sugieren que la mayoría de los partidarios de Trump no son de bajos ingresos). Cuando los partidarios de Trump son denunciados como basura blanca, “es fácil discernir en esta designación el temor de las clases más bajas que caracteriza a la élite liberal. Aquí está el título y el subtítulo de un informe del diario británico The Guardian de una reciente reunión electoral de Trump: “Dentro de un rally de Donald Trump: buena gente en un circuito de retroalimentación de la paranoia y el odio. La muchedumbre de Trump está llena de gente honesta y decente, pero la invectiva republicana tiene un efecto escalofriante sobre los fanáticos de su one-man show.”
¿Pero cómo se convirtió Trumpen la voz de tantas personas honestas y decentes? Trump solo arruinó el Partido Republicano, enfrentando tanto al establishment del viejo partido y a los fundamentalistas cristianos. Lo que queda como el núcleo de su apoyo son los portadores de la rabia populista frente al establishment, y este núcleo es desechado por los liberales como el “blanco basura “-, pero, ¿no son precisamente aquellos que deben ser ganados a la causa radical de izquierda? (Esto es lo que Bernie Sanders logró). Uno debiera deshacerse del pánico falso, temiendo que la victoria de Trump sea el último horror que nos hace apoyar a Hillary a pesar de sus obvias deficiencias. Aunque la batalla parece perdida para Trump, su victoria habría creado una situación política totalmente nueva con posibilidades de una izquierda más radical - o, para citar a Mao de nuevo: “Hay desorden bajo el cielo, por lo que la situación es excelente”.
Hay otro aspecto del duelo Trump / Clinton que se refiere a la diferencia sexual. Sorprendentemente para un comunista maoísta, Alain Badiou –en su nuevo libro La Verdadera Vida– advierte sobre los peligros del creciente orden nihilista post-patriarcal que se presenta como el dominio de las nuevas libertades. Vivimos en una época extraordinaria en la que no existe una tradición donde podamos basar nuestra identidad, ningún marco de vida significativa que nos permita vivir una vida más allá de la reproducción hedonista. Este Nuevo Trastorno del Mundo, esta civilización progresivamente emergente, afecta de manera ejemplar a los jóvenes que oscilan entre la intensidad de quemarse totalmente (el goce sexual, las drogas, el alcohol, hasta la violencia) y el esfuerzo por triunfar (estudiar, hacer carrera, ganar dinero dentro del orden capitalista existente), la única alternativa a ella es una retirada violenta hacia alguna Tradición artificialmente resucitada.
Badiou perspicazmente observa aquí que estamos recibiendo una versión decadente y reactiva del alejamiento del Estado anunciado por Marx: el estado de hoy es cada vez más un regulador administrativo del egoísmo del mercado sin autoridad simbólica, carente de lo que Hegel percibió como la esencia del Estado (la comunidad abarcadora por la que estamos dispuestos a sacrificarnos). Esta desintegración de la sustancia ética está claramente señalada por la abolición del reclutamiento militar universal en muchos países desarrollados: la misma noción de estar dispuesto a arriesgar la vida por un ejército de causa común parece cada vez más inútil si no directamente ridículo, ya que las fuerzas armadas, de ser un cuerpo en el cual todos los ciudadanos participan igualitariamente, gradualmente se está convirtiendo en una fuerza mercenaria.
Esta desintegración de una sustancia ética compartida afecta de manera diferente a los dos sexos: los hombres gradualmente se convierten en adolescentes perpetuos sin un claro paso de iniciación que promulgaría su entrada en la madurez (servicio militar, adquisición de una profesión e incluso educación). No es de extrañar, pues, que, para suplantar esta carencia, proliferen las pandillas juveniles pospaternales, proporcionando una iniciación sustituta y una identidad social. En contraste con los hombres, las mujeres son hoy más y más precozmente maduras, tratadas como pequeños adultos, y se espera que controlen sus vidas, que planifiquen su carrera ... En esta nueva versión de la diferencia sexual, los hombres son adolescentes lúdicos, forajidos, mientras las mujeres son maduras, serias, legales y punitivas. La ideología gobernante no espera hoy que las mujeres sean subordinadas, se espera, - se solicita,- que sean juezas, administradoras, ministras, CEOs, maestras, incluso policías y soldados. Una escena paradigmática que ocurre cotidianamente en nuestras instituciones de seguridad es la de una maestra / jueza / psicóloga cuidando a un delincuente masculino joven, antisocial e inmaduro ... Así surge una nueva figura del Uno: un agente frío competitivo de poder, seductor y manipulador, que atestigua la paradoja de que “en las condiciones del capitalismo las mujeres pueden funcionar mejor que los hombres” (Badiou). Esto, por supuesto, de ninguna manera convierte a las mujeres en sospechosas como agentes del capitalismo; simplemente señala que el capitalismo contemporáneo inventó su propia imagen ideal de la mujer.
Hay una tríada política que retrata perfectamente la situación descrita por Badiou: Hillary - Duterte - Trump. Hillary Clinton y Donald Trump son la pareja política definitiva de hoy: Trump es el adolescente eterno, un hedonista imprudente propenso a los estallidos irracionales que dañan sus posibilidades, mientras que Hillary ejemplifica al nuevo Uno femenino, una manipuladora despiadada autocontrolada que explora imprudentemente su feminidad y se presenta a sí misma como guardiana de los marginales y las víctimas - su feminidad la hace más eficiente en la manipulación. De manera que uno no debería ser seducido por su imagen de víctima de un Bill que anda coqueteando por ahí alegremente mientras permite que las mujeres lo chupen en su oficina - él era el verdadero payaso, mientras que ella es el amo en la relación que le permite a su sirviente pequeños placeres irrelevantes ... ¿Qué, entonces sobre Rodrigo Duterte, el presidente filipino que abiertamente solicita asesinatos extrajudiciales de drogadictos y traficantes, llegando a compararse con Hitler? Defiende la decadencia del imperio de la ley, la transformación del poder estatal en una regla extralegal que gobierna su salvaje justicia; como tal, hace lo que todavía no está permitido hacer abiertamente en nuestros países occidentales “civilizados”. Si condensamos los tres en uno, obtendremos una imagen ideal del político hoy: Hillary Duterte Trump.
* Filósofo y crítico cultural esloveno. Su última obra es Contragolpe absoluto (Editorial Akal).