EL MUNDO
Crónica de una desintegración en la nueva “república de la pesadilla”
Graham Greene, en su novela Los comediantes, llamó al Haití de los Duvalier “la república de la pesadilla”. Los Duvalier ya no están, pero la pesadilla sí. Aquí, cómo se la vive hoy.
Por Andrew Gumbel *
Desde Port-au-Prince
La ciudad de Gonaives, fundamental porque centraliza el tráfico entre el norte y el sur de Haití, sigue bajo el control de los rebeldes, mientras que la lucha continúa de forma feroz en el puerto de Saint Marc, a aproximadamente 100 km al norte de Puerto Príncipe. Al menos dos personas más murieron en enfrentamientos armados por la noche. Mientras tanto, informes provenientes de la segunda ciudad de Haití, Cap-Haitien, sugerían que fuerzas pro-Aristide estaban llevando a cabo de forma exitosa una operación contra los adversarios, incendiando al menos cinco casas o empresas por día y amenazando a familias para que dejen la ciudad. En Puerto Príncipe, la capital, ayer por segunda vez en cinco días, la oposición intentó organizar una manifestación en demanda de la destitución del presidente Jean-Bertrand Aristide y se encontró con barricadas que habían sido levantadas en las primeras horas de la mañana, gomas incendiadas y bandas de cientos de “chimeres”, como se conoce a los jóvenes y musculosos partidarios del mandatario.
Muchos de esos jóvenes provenientes de villas miseria patrullaban la Place du Canape Vert, arrojando insultos a los periodistas y acusando a la prensa internacional de esparcir mentiras sobre su país. Muchos tenían la cara cubierta, y al menos uno agitaba un bate de béisbol. Poco después del horario pautado para la llegada de los manifestantes, a las nueve de la mañana, un hombre sospechado de simpatizar con la oposición fue perseguido para luego sufrir una golpiza. Minutos después, una camioneta sin identificación llena de hombres que sacudían armas automáticas pasó a toda velocidad seguido de una camioneta con policías igualmente bien equipada. Los “chimeres” dijeron que estaban ahí para defender una comisaría cercana. Igualaron a la oposición con terroristas, llamándolos árabes y acusándolos, de forma algo incoherente, de ser parte de un complot occidental para convertir a Haití en una plataforma de lanzamiento de grupos como Al-Qaida. “¡Abajo el terrorismo! ¡Abajo el terrorismo!”, gritaban en pequeños grupos espontáneos. Los líderes opositores no tardaron en suspender la manifestación. Más tarde, la Plataforma Democrática (PD) que agrupa a la oposición informó de 4 heridos a causa de las barricadas.
Queda por ver cuál será la próxima movida de la oposición. La ola de sentimiento anti-Aristide es inconfundible –el resultado de años de inacción en la economía desastrosa haitiana, además de muchas señales de corrupción y de enriquecimiento personal, y una pérdida de fe por parte de la comunidad internacional–, pero también es la base de apoyo del presidente por parte de los pobres urbanos, cuyos líderes se han armado, fueron financiados por Aristide y además disfrutan de acceso ilimitado al palacio presidencial. La confrontación entre los dos bandos puede ser difícil de detener, pero es más difícil aún imaginar un resultado positivo si los enfrentamientos escalan a una guerra civil.
La oposición está debilitada y dividida, insegura de apoyar la insurrección armada en Gonaives –que fue comenzada por ex simpatizantes de Aristide que se sienten traicionados por él– o esperar, como los estudiantes, que puedan galvanizar un movimiento de masas pacífico. Ninguno de los dos caminos parece prometedor, pero es seguro que intentos no faltan.
Estudiantes secundarios en Puerto Príncipe están comenzando a unirse a activistas universitarios y considerando boicotear las clases. En Petit Goave, en el sur de Haití, un boicot de este tipo se está llevando a cabo. En Jacmel, una ciudad de veraneo pacífica en la costa sureña, estudiantes secundarios decidieron no asistir a clase después de que un oficial pro-Aristide abriera fuego contra una manifestación antigubernamental, hiriendo a un número desconocido de adolescentes y sus simpatizantes, según informó la radio. Esta es la gente a la cual el gobierno tacha de terroristas, junto con los insurgentes armados. En una conferencia de prensa, que se llevó a cabo mayoritariamente para la prensa extranjera, Aristide mismo comparó lo que él describía como una mayoría pacífica y amante de la democracia y los matones y terroristas, como describía a la oposición. “El 11 de septiembre vimos cómo actuaron los terroristas. Rechazamos eso”, dijo el presidente.
Una historia bastante diferente es contada por personas como Josue Vaval, quien dijo que él y sus compañeros manifestantes viven un clima asfixiante de intimidación. Estimaba que alrededor de la mitad de los 15 mil estudiantes de Ciencias Sociales estaba viviendo en la clandestinidad por miedo a represalias del gobierno. El mismo Vaval, como 10 o 12 de los organizadores más activos de las manifestaciones, duerme en un lugar diferente todas las noches y ha desarrollado una serie de tácticas para evadir la detección cuando entra y sale de la ciudad universitaria. A veces se cambia la ropa deliberadamente, o se pone un sombrero, u organiza para que un taxi lo conduzca por las puertas altas metálicas de la universidad, con pintadas anti-Aristide.
Muchos de los que eran previamente simpatizantes de Aristide se sienten apenados por las oportunidades perdidas de los últimos años y tienen poca esperanza, independientemente de que el diminuto ex sacerdote se vaya o se quede. Vaval se lamentaba: “Al principio era un fiel simpatizante de Aristide. Pensé que al menos le garantizaría una comida caliente a todos los haitianos. Pero después me di cuenta de que estaba equivocado... sus frases de campaña en 1990 eran Justicia, Transparencia y Participación. Bueno, ya no tenemos justicia, ni transparencia y la participación en su movimiento está en su nivel más bajo”.
*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Ximena Federman.
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