Dom 29.02.2004

EL MUNDO  › COMO ES JOHN EDWARDS, EL CANDIDATO QUE VINO DEL SUR

El desafiante del desafiante

Sus detractores lo acusan de ser un “buitre de hospital”, por cuyas salas merodeaba en busca de víctimas de mala praxis. Chismes al margen, lo cierto es que, en los 20 años en que trabajó como abogado, John Edwards logró amasar una fortuna de más de 30 millones de dólares representando a víctimas de accidentes en demandas contra grandes empresas, generalmente de medicina prepaga o compañías de seguros. De hecho, en 1997 ganó el juicio más largo de la historia del estado de Carolina del Norte. Fue el caso de una chica que había sido succionada por el filtro de una pileta de natación. Y Edwards consiguió 25 millones de dólares de indemnización para la familia de ella. Ese mismo año, el actual precandidato demócrata para la presidencia perdió a su hijo de 16 años cuando un huracán barrió el auto en que éste viajaba y lo estrelló contra el guard rail de una ruta. A los pocos meses, Edwards abandonaba uno de los estudios de abogados más importantes del sur de Estados Unidos para presentarse en las elecciones parlamentarias por el Partido Demócrata.
Los republicanos no tardaron en acusarlo de haberse enriquecido a costa de juicios millonarios. Pero Edwards contraatacó con avisos en la tele que lo mostraban como el defensor de niños inocentes que habían sufrido accidentes terribles por culpa de las corporaciones. Terminó ganando una banca de senador por el estado de Carolina del Norte con el 51 por ciento de los votos. Su entrada en el Congreso no podría haber ocurrido en un mejor momento: en pleno Sexgate, el Senado estaba preparando el juicio político contra Bill Clinton y ningún demócrata tenía más experiencia en los tribunales que Edwards. Así que el partido lo eligió para interrogar a los testigos clave y dar uno de los argumentos finales de la defensa. Para Edwards fue un bautismo de fuego del que salió airoso y desde entonces se lo considera un demócrata centrista que defiende los derechos de los trabajadores. “Este país todavía cree que el hijo de un obrero puede ganarle al hijo de un presidente”, repite a diestra y siniestra en cada acto político.
Al fin y al cabo, la historia de su familia de clase trabajadora es el eje de su campaña presidencial. Nunca se cansa de recordar que él es lo que es gracias a sus padres, un obrero textil y una empleada postal, que se mataron para que el mayor de sus tres hijos pudiera entrar en la universidad. Claro que el chico tuvo que limpiar tubos de ventilación para pagar parte de sus estudios, pero el esfuerzo valió la pena: se recibió de abogado en apenas tres años y enseguida entró a trabajar en el poder judicial.
De todas formas, no es el único candidato que se enorgullece de sus orígenes humildes: de hecho, el tenaz Dennis Kucinich, que pese a sus magros resultados sigue insistiendo en cada una de las primarias del partido, siempre se acuerda de que en su juventud tuvo que vivir varios meses en su auto porque no tenía un centavo. Pero Edwards dice que su historia personal lo convierte en el único candidato que puede entender los problemas de los trabajadores. Sin embargo, sus opositores afirman que con su “perorata populista” disimula su falta de experiencia política.
De hecho es el más inexperto de los candidatos demócratas, especialmente en temas de defensa y política exterior. También es el más joven –tiene 50 años–. Y el más lindo. No por nada los republicanos lo apodaron “La Chica Breck”, por los célebres avisos de una marca de champú que entre la década del ‘30 y los años ‘80 adornaron las páginas de las revistas norteamericanas con las caras de un sinfín de muchachas rubias y hermosas que sonreían con el pelo al viento.
Encima, cuando en el 2000 la revista People lo eligió como el político más sexy del año, muchos pensaron que ése era el fin de su respetable carrera en la función pública. “Es el síndrome de la rubia tarada”, dijo su esposa, Elizabeth Edwards, en un reciente reportaje para la cadena CBS. “La gente asume que no es un tipo inteligente y en realidad mi esposo es increíblemente inteligente”, dijo ella, que lo conoció cuando estudiaban en la Universidad de Carolina del Norte y que desde entonces ha estado a su lado.
Pero el carilindo de Edwards tiene otras virtudes: su fuerte son los discursos y en los últimos debates se desenvolvió con mucho humor: “Nunca escuché una respuesta tan larga para una pregunta por sí o por no”, le dijo a John Kerry, su rival número uno. Claro que si por una de esas vueltas de la política Edwards lograra alzarse con la candidatura presidencial demócrata, su principal enemigo pasaría a ser George W. Bush. Pero las chances de que eso ocurra por ahora son débiles. De todas formas, los analistas no descartan que en las próximas primarias dé una sorpresa. De hecho, salvo en las pasadas elecciones de Carolina del Sur, donde resultó ganador, en el resto de los estados se alzó con un cómodo segundo puesto, a veces con muy pocos puntos de diferencia por detrás de Kerry.
“La gente del interior y de las zonas rurales la está pasando mal y George W. Bush ni se entera”, dice Edwards refiriéndose a la pérdida de puestos de trabajo que la mayoría de los estados sureños sufrieron por culpa de las importaciones. Según la prensa norteamericana, sus tendencias moderadas son perfectas para los votantes de la clase trabajadora, que suelen elegir candidatos conservadores. Pero en sus últimas apariciones televisivas se despachó con ácidas críticas contra los tratados internacionales de comercio como el Nafta, lo que sin duda ha seducido al ala progresista de su partido. De todas formas, es un tipo contradictorio –por no decir de ideas poco consistentes–. Está a favor del aborto, pero en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo. Defiende el derecho de los ciudadanos norteamericanos a portar armas y en el Senado apoyó la invasión a Irak –por supuesto, ni bien terminó la guerra y empezaron los ataques de la resistencia iraquí, se convirtió en un gran crítico de la política exterior de Bush–. Por otro lado rechazó con uñas y dientes los recortes impositivos que el presidente implementó para los sectores más ricos a principios del 2003. Y varios de sus proyectos de ley extienden la cobertura del seguro de salud estatal a los ancianos y a los niños.
Cuando entró al Senado muchos lo compararon con Bill Clinton, pero otros dicen que en realidad su populismo sureño se parece más al de Jimmy Carter que a la sofisticada política del primero. Como Carter, Edwards cree en la bondad del estadounidense promedio, pero no tiene ideas firmes o simpatía por alguna de las facciones de su partido, dice el diario The Washington Post. De todos modos, la historia está de su lado: en los últimos 40 años, todos los presidentes demócratas nacieron en estados del sur del país. Y Edwards piensa que todavía tiene chances de ganarle a Kerry –que como muchos “progresistas del Norte” tiene mala prensa entre los sureños– para así poder enfrentar a Bush en noviembre. “El Sur no es el patio del presidente y yo quiero derrotarlo en mi propio patio”, dijo hace poco en un acto en Carolina del Sur. “Y si me dan una oportunidad, yo les voy a dar la Casa Blanca”.

Texto: Milagros Belgrano.

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