EL MUNDO
› EL RETORNO DE LA DIVA PARECIO DETENER EL TIEMPO
Susana, la misma de siempre
Diecisiete años después, Susana Giménez mantiene todas las claves de su éxito en los ’90, congelándose en su universo retro.
› Por Julián Gorodischer
Julio Iglesias le avisa que la va a dejar embarazada, y ella se hace la que no escucha. “Yo soy ésa –desafina–, la misma de siempre, aquí estoy, un año más...” Pero diecisiete años después, en este mundito retro hecho a medida del melancólico, eternos años noventa congelados a la hora en que todo empezó, el reloj detenido como en El día de la marmota, todos los días el mismo día en el que Susana desenvuelve rosas amarillas, saluda a los susanos y recibe a Maradona en el recuerdo: “Tenés los rulitos de cuando eras chico”. Ella posa como una de veinte, piernas cruzadas, top dorado marcando una cinturita con pliegues imposibles, una cara tersa en la que no se identifica una sola arruga, el rubio “natural”, los brazos y las piernas redondeados, duros: el mundo se detuvo sólo para ella, que distorsiona su propia imagen (por milagros del Photoshop) hasta dar con el exacto terminado de la que era, nunca tan en el pasado como cuando empieza a sonar la versión reciclada de La mujer del año. Las cifras tampoco cambian: el debut marcó 30 puntos promedio de rating.
Pronto se la verá intercambiando piquitos con el setentón Julio Iglesias, invitado especial que le muerde el labio inferior y dispara: “Me pregunto si esta vez te voy a dejar embarazada”, a la que se mantiene fértil después de la menopausia, cuerpo de modelo pasados los sesenta, el delirio que tranquiliza y compensa: repetir es soñar. Susana se entrega a su ritual obsesivo-compulsivo: el tránsito del sillón al escritorio, la lectura de chivos y vuelta a empezar, como si todo cobrara sentido en ese raid que excluye al país cambiado. Su fórmula se basa en una única clave rendidora: suprimir el contexto y decirlo todo en términos de romance, eterna comedia juvenil de intercambio de parejas, siempre en línea horizontal: sale uno, entra el otro.
Una entrevista (como la de “Yuli” Iglesias) es un coqueteo que invierte los términos de la pregunta: ella siempre responde. Que está mejor sola, pero tendrá otro novio en tres meses como corresponde a la mujer sexuada. Y en continuado: cómo es Julio en el amor, y que por qué no probar con él. “¿Qué vas a hacer esta noche?”, le dice el baboso a la diva. “¡Pero vos sos un hombre casado!”, responde Su. “Sin papeles”, retruca, y así siguen, la vida como un flirt que extingue cualquier sospecha de historicidad (su carta desde Miami pidiendo seguridad, la tapa de Noticias que la nombró como primera opositora) hasta restituir la utopía alla Susana: el Tiempo no ingresa a su estudio en tonos beige, el color que Tom Wolfe atribuyó al “decir sobre la nada, o a la nada misma”. Y que siga el besuqueo hasta prometer una tapa de revista escandalosa, porque sólo la persecución chimentera confirma el rango estelar: “Todavía en carrera”.
El mundito retro de Susana se detuvo allí donde “todos somos hijos de españoles o italianos” (sic), donde la Argentina recibe y no expulsa, donde mira hacia Europa. En los agradecimientos, ella saluda al “presidente Daniel Scioli” (sic) tan a tono con la época dorada que la vio nacer en tele, y pide a los Susanos que la ayuden en su cruzada: “Tango, magia, rap, para que te olvides de la realidad”. De eso se trata, apenas, este juego: terminar con La Noticia, ese infierno tan temido, e inaugurar otro sistema: entrevistas a los amigos, imágenes que se distorsionan como sombras o manchas de una pintura surrealista (su silueta reducida, o la del Diego, gordísimo, pero para ella “divino”). Hasta hacer reaparecer a los emblemas de otra década: Diego, Coppola, Julio Iglesias, Mamá Cora, los susanos, el teléfono blanco, como si la tele prendida en 2004 comprobara que todo es cómo era: el pasado en horario central.
El paso del tiempo es apenas un cambio de nombre propio: ayer fue “Corcho”, antes Roviralta, y antes también hubo algún otro. El salto al siguiente novio es el único rastro de vejez, pero en positivo: vida útil, apasionada y sensual para la siemprejoven que ahora va por más. “En tres meses a más tardar”, dice a Julio. Una no es de fierro.” “¿Extrañás el lagarto?”, replica Mamá Cora (Antonio Gasalla), el capocómico reconvertido en bastonero para la bobada (¡algo ha cambiado!). Risas de Susana, y más risas, como si la carcajada maníaca sintetizara el punto medio entre la zarpada y la angelical. Ese punto que la vincula a todos los mitos del reloj en pausa: la Bella Durmiente, o –tal vez– el fantasma, el muerto vivo. “Como le gusto a la gente –desafina una vez más– una diva/ una mujer fatal/ soy Susana/ soy siempre igual...”