EL MUNDO
› CARACAS ESTA DIVIDIDA EN ZONAS CHAVISTAS Y ANTICHAVISTAS
La polarización toma forma en la urbe
Del recorrido por la capital venezolana se pudo constatar su división en áreas, dependiendo de la adhesión política.
› Por Martín Piqué
“Tengo un apartamento en Chacao (barrio del este de Caracas, muy parecido a la Recoleta), pero tuve que irme de allí porque los vecinos no me dejaban vivir.” Jacobo Torres es un dirigente gremial ligado al gobierno de Hugo Chávez. Recibe a Página/12 en una modesta oficina de la Unión de Trabajadores de Venezuela (UTV), un viejo edificio de los cincuenta que hasta hace poco perteneció a Acción Democrática –uno de los partidos tradicionales y eje de la coalición opositora–. El edificio queda en el centro-oeste de la ciudad, una zona popular surcada por autopistas y puentes y con una panorámica de morros a ambos lados. “Hace poco gané un juicio y recobré un apartamento de mi propiedad. Pero está en la zona de los escuálidos (opositores) y no me pude quedar a vivir. Voy solamente una vez por mes para ver que todo esté bien”, cuenta Torres.
La revelación del dirigente –que se volvió muy conocido desde el 13 de abril de 2002, cuando reclamó el regreso del presidente depuesto desde la televisión estatal– resume la polarización que se vive por estos días en Venezuela. La ecuación es simple: la ciudad está dividida, los chavistas no pueden entrar a los barrios residenciales de la clase media-alta –Chacao, la zona este, la plaza Altamira–, mientras que los opositores tienen vedado el ingreso a la plaza Bolívar, en el centro histórico de Caracas, a unos metros de la Asamblea Nacional, donde existe un sitio que se llama “la esquina caliente”, porque los simpatizantes del gobierno están todo el día debatiendo en asamblea problemas del país o la ciudad. La paradoja es que frente a ese lugar está la Alcaldía mayor de Caracas (el municipio), que gobierna Alfredo Peña, un ex aliado de Chávez que se pasó a la oposición y controla la temida policía metropolitana. Esa fuerza de seguridad, de uniforme azul a diferencia de la Guardia Nacional que viste de verde, reprimió con dureza a los chavistas en el golpe de abril de 2002.
Las escenas que se viven todos los días –algunas transmitidas por la televisión, otras que no tienen testigos y quedan en silencio– demuestran que la lucha política se trasladó a la ciudad, en un fenómeno que hace recordar a la Comuna de París. La situación ha sorprendido mucho a los europeos, como Ajmel, una estudiante francesa de geografía en la Universidad de Nanterre que está investigando ese tema. “El espacio urbano está completamente fragmentado, son dos ciudades que ya casi no conviven”, dijo a Página/12 mientras recorría los sitios históricos que rodean a la Asamblea Nacional. Allí se ven puestos de vendedores ambulantes que ofrecen gorros, banderas y vinchas de furioso color rojo; “Chávez los tiene locos”, es una de las consignas que se repiten en esa zona. En esas calles es imposible ver a un opositor “haciendo bulla” como dicen por aquí. Pero tampoco es posible que un chavista reconocido –sea dirigente o un artista, actor o intelectual que apoya el proceso– pueda vivir tranquilo en los barrios de la clase media-alta.
Un ejemplo es el de Torres, otro el del músico de rock Paul Gillman, creador de lo que en Venezuela se llama “rock bolivariano”, quien durante las protestas de la oposición fue hostigado por sus propios vecinos en la puerta de su casa. Situaciones parecidas se viven en los barrios pobres –ubicados sobre todo en los morros, pero también en ciertos rincones céntricos o del extremo este–, donde el apoyo a Chávez es mayoritario. Los opositores que viven en esos lugares la tienen muy difícil. En febrero, durante la última protesta callejera de la oposición, algunos intentaron cumplir con la consigna de “ocupar tu calle” quemando basura para cortarel tránsito. Según el testimonio de un simpatizante del gobierno, esos intentos terminaron a balazo limpio en muchos barrios de la periferia. En esas zonas hay muchos jóvenes desocupados –a los que el gobierno está asistiendo con programas sociales como la Misión Robinson o el Barrio Adentro– que viven como propio “el proceso revolucionario”. El clima de confrontación se percibe asimismo en el hotel Caracas Hilton, donde están alojados unos 200 extranjeros que fueron invitados al segundo aniversario del “triunfo popular”. A pocos metros del hotel se ven puentes y autopistas donde el tránsito no para nunca.
El precio de la nafta es tan barato –3000 bolívares el litro, o sea un dólar– que los venezolanos se acostumbraron a usar sus autos para distancias mínimas. El transporte público está compuesto por “buses” –como dicen aquí– marca Chevrolet, mucho más pequeños que los viejos Mercedes Benz de los colectivos de Buenos Aires. En cambio, los subtes, que recorren la ciudad de este a oeste, son bastante modernos. En esos viajes bajo tierra los adherentes del gobierno conviven con opositores que vuelven a sus casas. Aunque no se escucha hablar de política en voz muy alta y el enfrentamiento parece quedar suspendido en el cansancio del retorno a casa. Pero en los barrios la cosa es muy distinta.