EL MUNDO
Entrar o no, ésa es la cuestión
La violencia continúa en aumento en Irak, complicando la intervención extranjera. Estados Unidos está debilitado políticamente y debe
decidir si entrar a Faluja y a Najaf, ciudades de la resistencia iraquí.
Por Patrick Cockburn*
Desde Bagdad
Una oleada de fuego y humo negro emerge de la parte trasera de una camioneta blindada norteamericana, que fue alcanzada por un lanzagranadas misilístico en una autopista hacia el aeropuerto de Bagdad. Un grupo de resistencia advierte a los iraquíes que no utilicen las carreteras y promete más ataques. Irak está repleto de señales de la creciente intensidad de la guerra. 21.000 soldados se quedarán en el país al menos tres meses más; de esta manera, sus generales han roto la promesa de que retornarían a casa después de un año en Irak.
Nunca hubo tanta diferencia entre la realidad de la guerra y las insípidas declaraciones del presidente George Bush y el primer ministro Tony Blair sobre el progreso que se está haciendo. Bush repetidamente les ha dicho a los norteamericanos que la soberanía será entregada a los iraquíes el 30 de junio. En realidad, no hay una autoridad iraquí legítima a la cual se le pueda entregar la soberanía.
El consejo gobernante iraquí designado por Estados Unidos, considerado por los iraquíes como un simple títere norteamericano, tiene aún menos credibilidad que antes acerca de las últimas crisis en Faluja y Najaf. Las fuerzas de seguridad iraquíes –policía, ejército y unidades paramilitares– entrenadas por Estados Unidos han demostrado en las últimas dos semanas no estar preparadas para luchar en contra de sus pares iraquíes.
Estados Unidos y Gran Bretaña la semana pasada se aferraron a la participación de la ONU al elogiar un plan presentado por su enviado, Lakhdar Brahimi. El plan propone terminar con el consejo gobernante y designar un nuevo gobierno elegido, entre otros, por la ONU.
“Es un plan para el año pasado, no para este año”, dijo un político iraquí. Expresó que es una mala señal para cualquier futura participación de la ONU el hecho de que Brahimi, a pesar de estar rodeado por guardaespaldas, había estado prácticamente confinado a la “Zona Verde”, el custodiado recinto de oficinas y residencias controlado por la coalición en el centro de Bagdad. Un líder chiíta que, por convicción, nunca ha entrado a esta zona, recordó: “Brahimi prácticamente me rogó que lo fuera a ver, diciendo ‘no me dejan salir’”. Si el centro de Bagdad es considerado demasiado peligroso para un funcionario de la ONU que está fuertemente protegido, ¿la organización realmente mandará a miles de sus funcionarios al país? Es difícil imaginar a la ONU o a la OTAN tomando un rol importante en el futuro de Irak, a menos que Estados Unidos se retire, y no hay señales de que esto ocurra. Ha mostrado poca inclinación a compartir el poder. El consejo gobernante dice que a pesar del compromiso asumido por Paul Bremer, el administrador estadounidense en Bagdad, de consultarlo por temas de seguridad importantes, no se preocupó por avisar de la intención de los marines de sitiar Faluja.
Es difícil que Estados Unidos y Gran Bretaña logren tentar a otros países para que envíen tropas a Irak. La semana pasada quedó claro lo peligroso que es este país. En un momento hubo 40 rehenes extranjeros. Tres japoneses –dos voluntarios y un periodista– fueron liberados y otros dos periodistas que habían sido inmediatamente secuestrados, ayer fueron liberados. Un guardia de seguridad italiano, uno de los cuatro secuestrados, fue asesinado. Un soldado norteamericano, capturado cuando su convoy fue atacado al oeste de Bagdad, fue mostrado en un video realizado por guerrilleros. Algunos clérigos sunitas y chiítas han condenado los secuestros. Pero los rebeldes han aprendido que tomar rehenes es una forma rápida de publicidad y presiona intensamente a los gobiernos. Estados Unidos está pagando un alto precio por privatizar algunas funciones militares. La cantidad de extranjeros en el país está descendiendo rápidamente por la evacuación de cientos de ingenieros rusos que trabajaban en energía.
Las dos crisis que enfrenta Bremer, el jefe de la autoridad provisional de la coalición en Bagdad, demuestra la fuerza y la debilidad de la posición estadounidense. En Faluja y en Najaf, las tropas norteamericanas se enfrentan a grupos, posiblemente menos de mil en cada caso, de combatientes de la resistencia que no están fuertemente armados. Las guerrillas, en el primer caso sunita y en el segundo chiíta, podrían ser derrotadas en pocas horas. Pero, en contraste con su fuerza militar, Estados Unidos está demasiado debilitado políticamente como para lanzar ataques por tierra a toda energía.
Si Estados Unidos tomara Faluja, además de aumentar la ya alta cantidad de bajas civiles, alienaría a 3,5 millones de sunitas iraquíes. Antes los sunitas, la base del régimen de Saddam Hussein, no estaban contentos, pero solamente una minoría dio su apoyo total a la resistencia armada contra la ocupación. El castigo colectivo de Faluja significa que sunitas educados de clase media de Bagdad, quienes vitorearon la caída de Saddam, se han convertido en firmes opositores a la ocupación. Faluja se ha convertido en un símbolo nacionalista.
Estados Unidos también está impedido de utilizar su fuerza militar contra Muqtada al Sadr y su ejército de Mehdi refugiado en Najaf y Kufa. Hay 2500 soldados norteamericanos que están fuera de Najaf. Estados Unidos demanda que Sadr se entregue a una corte iraquí y que desbande el ejército de Mehdi. Sadr ha dejado las negociaciones en manos de líderes religiosos chiítas y ha permitido el retorno de la policía a las comisarías.
Al igual que en Faluja, quizá más todavía, no hay dudas de que el ejército norteamericano pueda entrar a la fuerza a Najaf, la ciudad sagrada chiíta que tiene en su centro el templo de Imam Ali. Pero el gran ayatolá Ali al Sistani, el líder religioso de 15-16 millones de chiítas iraquíes, ha hecho saber (él personalmente no hace declaraciones) que vería la entrada de tropas norteamericanas a Najaf o a Kerbala como un punto de no retorno.
El ayatolá Sistani no ha dicho qué hará si Estados Unidos ignorara su prohibición. Si el ayatolá Sistani u otros líderes religiosos piden medidas de resistencia –aun marchas y la renuncia de todos los chiítas del consejo gobernante–, serán obedecidos. Bremer está pagando un precio extraordinariamente alto por su plan mal concebido para eliminar a Sadr, quien nunca fue demasiado popular entre los chiítas. Lo ha elevado al status de potencial mártir.
Un observador chiíta dijo: “Los norteamericanos simplemente no entienden que si los chiítas tienen que elegir entre Sadr y Sistani, la gran mayoría elegirá a Sistani. Pero si tienen que elegir entre Sadr y Estados Unidos, apoyarán a Sadr por encima de un ocupante extranjero”. Todavía es un misterio para los iraquíes por qué Bremer ha demostrado tan poco juicio político. Pareciera no haber coordinación entre él y los uniformados del ejército norteamericano. El Dr. Hussain Shahristani, una figura chiíta influyente de Kerbala, le dijo a The Independent: “Los norteamericanos no comprenden el sentimiento chiíta. Han perdido por completo la confianza chiíta”. En el sur de Irak, funcionarios británicos y polacos anónimamente critican fuertemente las acciones norteamericanas.
La próxima semana será decisiva para Estados Unidos en Irak. Si ataca Faluja o Najaf, el costo político será enorme. Pero si no lo hace, los iraquíes interpretarán que no se atreven a eliminar a los mismos opositores que habían jurado destruir.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Ximena Federman.