EL MUNDO
Cómo se vive y se muere en Caracas, una capital de la violencia politizada
Hace tiempo que la capital de Venezuela es una de las más violentas de América latina. Pero ahora, a eso se ha agregado un nivel inédito de politización y polarización entre chavistas y antichavistas. Un enviado de Página/12 cuenta cómo es estar allí.
› Por Martín Piqué
La escena es así: un militante de unos 30 años, educado, con formación universitaria, llega hasta un negocio de comidas rápidas para comer una “arepa” (una torta de harina frita rellena de queso, jamón o pollo). El joven –que es dirigente del Instituto Nacional de la Juventud– se sienta y enseguida saca una pistola de su cinturón y la coloca sobre la mesa. Pero la escena también podría ser así: un agente de la Policía Metropolitana, con chaleco antibalas y uniforme azul, pasea con su moto llevando atrás a un hombre de unos 40 años, vestido de civil, sin ninguna identificación, con un arma larga en la mano. O, por último, la escena bien podría ser así: un dirigente sindical decide visitar un departamento que le pertenece pero que queda en un barrio de la oposición, para lo cual se calza la 9 milímetros que lo acompaña en los trances complicados. Estas tres escenas –de las que fue testigo este cronista– reflejan el clima cotidiano que se vive en Caracas. Hace tiempo que la capital de Venezuela es una de las más violentas de América latina. Ahora también es la más politizada. Eso produce una combinación, digamos, bastante explosiva.
Caracas tiene fama de violenta desde hace muchos años. No es puro cuento porque apenas se llega a la ciudad los caraqueños alertan a los turistas de no salir de noche por algunas zonas –como el barrio Los Caobos, que concentra a los hoteles internacionales– , no tomar taxis en la calle y no caminar solos por ciertos lugares. Para dar un dato: en Semana Santa murieron 180 personas por delitos cometidos en toda Venezuela. Pero a este panorama se le ha sumado un nuevo factor que a veces llega a producir choques armados: la defensa o ataque al gobierno bolivariano de Hugo Chávez. Por cierto, no es que haya enfrentamientos todos los días –más bien la sensación es de amenaza latente–, pero tanto los simpatizantes de la revolución como los miembros de la oposición llevan armas cortas a las movilizaciones. Además, en los dos lados hay grupos organizados, como los Círculos Bolivarianos y los reservistas en el chavismo, mientras que en la oposición hay efectivos de la Policía Metropolitana de Caracas que integran bandas armadas, al mismo tiempo que militares retirados llaman al golpe de Estado o a un levantamiento callejero contra Chávez.
La amenaza violenta se volvió bien concreta en varios episodios recientes. El más grave fue hace dos años, en el golpe de Estado del 12 de abril de 2002. Aquel día hubo más de veinte muertos, tanto de la oposición como del chavismo, en la calle y en el puente Llaguno. Todavía hoy se está investigando quiénes fueron los autores de los disparos. Las pruebas apuntan hacia francotiradores que se habían apostado en varios hoteles y a efectivos de la Policía Metropolitana. También fueron acusados algunos dirigentes chavistas a los que la televisión captó mientras disparaban desde el puente Llaguno. Aunque los canales privados los acusaron de las muertes, una investigación reciente y el documental irlandés “La Revolución no será televisada” probaron que no tiraron contra la marcha opositora sino contra un grupo de policías de Caracas que les disparaban con armas largas. Pero ese no fue el último enfrentamiento entre oficialistas y opositores.
Hace apenas tres meses, a fines de febrero, cuando Néstor Kirchner visitó Caracas en el marco de la cumbre del Grupo de los 15, la oposición intentó marchar hasta el lugar donde se realizaba la cumbre: el Teatro Teresa Carreño, ubicado frente al Hotel Caracas Hilton. Por orden del gobierno, la Guardia Nacional impidió el paso de los manifestantes con una represión muy fuerte. Del otro lado, jóvenes de la oposición intentaron romper el vallado policial con bengalas improvisadas, como proyectiles y bombas molotov. Ese día también hubo muertos. En los barrios del este de Caracas, donde vive la clase media, los vecinos habían prendido basura en las calles respondiendo al llamado de “ocupa tu calle” que hacía un sector de la oposición. Ese último enfrentamiento es conocido como el Plan Guarimba. Desde entonces, la oposición ha perdido convocatoria en las calles y discute si presentarse en las elecciones regionales o abstenerse como protesta por el fracaso del referéndum revocatorio.
Han pasado tres meses desde los últimos enfrentamientos callejeros a gran escala entre chavistas y opositores en Caracas. Pero la tensión y la violencia latente ya forman parte de la vida cotidiana. Página/12 lo pudo comprobar en una visita al Monte Avila, al que se va en un telesférico, una típica salida de fin de semana para los caraqueños. En ese paseo, este cronista pudo ver cómo los militantes antichavistas miraban provocativamente y hasta provocaban a pelear a Eduardo Ocando, un ex guerrillero en los ‘70 que ahora apoya al chavismo.”Es muy común, pero yo me río y evito el conflicto. Claro que otros no hacen lo mismo y se arman peleas”, contó Ocando a este diario.
Pero a pesar de que en los últimos meses no hubo enfrentamientos en la calle, la violencia política va más allá de las miradas fieras y los insultos. Un ejemplo trágico sucedió el jueves 15 de abril, cuando un estudiante de la Universidad Central de Venezuela, David Bernat, fue asesinado en el campo de deportes de la Facultad de Odontología. Bernat recibió un disparo mientras un grupo de estudiantes se enfrentaba con la Policía Metropolitana. Los universitarios habían organizado un acto para recordar el asesinato de otro estudiante en 1996 y la protesta fue reprimida. El crimen de Bernat puso de nuevo a la Policía Metropolitana en la mira del gobierno. Sucede que la fuerza metropolitana no depende de Chávez sino del alcalde mayor de Caracas, Alfredo Peña, opositor del presidente. Hace unos meses, Chávez intervino la fuerza y ahora, elecciones mediante, pretende disolverla para crear una Policía Nacional.