Sáb 24.04.2004

EL MUNDO

Un partido en Ruanda entre asesinos y víctimas

Para lograr la reconciliación entre tutsis y hutus se están jugando partidos entre ambas etnias. Milagrosamente, la idea parece funcionar en esta nación de apasionados por el fútbol.

Por John Carlin *

Dos mil asesinos hutus cruzaron los arbustos en una larga columna hasta un claro, donde dos mil tutsis los miraban llegar. Esta misma escena sembró hace 10 años un terror inimaginable. Y no sólo aquí en Gashora, donde dicen que la matanza fue más intensa, sino en toda esta pequeña Ruanda donde grandes sectores de la mayoría hutu, incitada a una demencia asesina por su gobierno, se dedicaron al exterminio de sus vecinos tutsis. Un millón murieron en cien días, la mayoría a machetazos. Los tutsis que esperaban en el claro eran algunos de los que de alguna manera sobrevivieron al genocidio y que, o bien vieron cuándo cortaban a sus maridos, madres o hijos, o bien huyeron y se escondieron, imaginando qué significaban los gritos que oían a la distancia.
Pero esta vez no tenían miedo. Un poco aprehensivos, quizá, pero sin pensar en huir. Los hutus que avanzaban, desarmados, eran prisioneros recientemente amnistiados por el gobierno. En toda la nación, 40.000 de los 120.000 hutus encarcelados por haber tomado parte en las matanzas de 1994 habían sido liberados y enviados a sus comunidades como recompensa por confesar qué habían hecho cada uno y mostrar arrepentimiento. Como acto de reconciliación, los que ahora se reunían en Gashora, a dos horas de automóvil de Kigali, en el corazón de Africa, iban a jugar un partido de fútbol.
Los 2000 hutus y los 2000 tutsis habían venido a ver un equipo de 11 asesinos confesos hutus jugar con un equipo de 11 sobrevivientes tutsis. En el claro se había marcado una cancha de fútbol, las medidas de acuerdo con la mayoría de los reglamentos de FIFA, aunque David Beckham se quejaría por salir con la camiseta del Real Madrid para jugar en un campo sin pasto, seco, con grandes tortas de bosta de vaca y de cabra.
La pelota, por ejemplo, era flamante, inflada justo para obtener la circunferencia y peso adecuado. Lo sé porque la compré yo mismo como regalo. Al llegar, consulté con un representante local de la Comisión de Reconciliación Nacional de Ruanda para que me aconsejara a quién debería entregarle la pelota y cómo. Mientras lo discutíamos, el primer equipo entró corriendo a la cancha. Era el Prisioneros Hutus XI, de caras serias mientras trotaban en fila india, corriendo un trecho alrededor de la cancha y haciendo ejercicios de estiramiento muy coreografiados en el centro del círculo. Todo muy profesional, salvo que la mitad de ellos estaban descalzos.
El equipo tutsi, los Sobrevivientes, eran menos regimentados en apariencia, más brasileños en estilo. Bailando más que corriendo, saltando ágilmente por encima de la bosta, parecían menos musculosos, peor alimentados que sus rivales. Los grupos de derechos humanos pasaron una década denunciando las terribles condiciones de las atestadas prisiones de Ruanda, pero era llamativo ver cuánto más saludables y mejor alimentados estaban los ex detenidos que los tutsis que se habían quedado en casa.
Mientras se llegaba a la patada inicial, y con hutus y tutsis mezclándose alegremente alrededor de la cancha, un hombre con un parlante en la mano surgió de la multitud gritando excitadamente, animando. Había mucho griterío. Era un evento importante, de los que nunca se ven en una comunidad agrícola desesperadamente pobre como ésta, donde el entretenimiento es mínimo, donde muy poco fuera de lo ordinario ocurre. En realidad, nada en 10 años, salvo por este partido y unos pocos otros que ya se habían jugado en las semanas anteriores. Y no sólo en Gashora sino en toda Ruanda, donde esta misma escena se repetía mientras mirábamos.
La idea fue de Aloisea Inyumba, una pequeña, dulce y apasionada mujer que ahora es gobernadora de la provincia de Kigali y previamente había presidido la Comisión Nacional de Reconciliación, quizá la tarea más imposible, jamás ideada en lugar alguno. Se requería imaginación y, como dijo ella, “una de las mejores ideas que tuvimos” era usar el fútbol como un instrumento para acercar a los hutus y los tutsis. Ruanda es un país predominantemente católico, pero la religión dominante es el fútbol. La pasión por el juego pasa por todas las denominaciones y opera en todos los niveles. En los pueblos pobres del interior el único entretenimiento disponible para mujeres, niños y hombres es jugar al fútbol, generalmente con algún objeto imperfectamente redondo hecho de trapos viejos. El indicador más elocuente de la capacidad del fútbol para reconciliar se ve en el equipo nacional de Ruanda, que las poblaciones hutus y tutsis apoyan con igual fervor. El que más goles hizo en el equipo de Ruanda es un joven jugador cuya madre y padre murieron en el genocidio, que vio con sus propios ojos cómo era desmembrado y muerto su hermano mayor. El capitán es un hutu cuyos dos hermanos eran criminales de guerra buscados que las autoridades ruandesas creían que estaban ocultos en Bélgica.
Cuando Ruanda clasificó el año pasado para las finales de la Copa de las Naciones Africanas, una proeza que no había logrado jamás, todo el país se volvió loco de alegría. El partido crítico fue contra Uganda de local. Ruanda ganó 1-0 y cuando el equipo llegó a Kigali, a las dos de la mañana, el presidente Paul Kagame, la primera dama, la mitad del gabinete y lo que parecía la mitad de los 8 millones de habitantes del país estaban en el aeropuerto para darles la bienvenida.
Para entonces Inyumba, alentada por su presidente, había pasado tres años activamente usando el fútbol a nivel local para curar las heridas del genocidio. “La idea era canalizar el entusiasmo de la gente hacia objetivos sociales positivos”, explica. “Y quizá más que cualquier otra cosa que hicimos mientras estaba presidiendo la oficina de Reconciliación Nacional, funcionó.” En ningún lugar más espectacularmente que en Gashora, que Inyumba describe como “el área del país que fue más golpeado durante el genocidio, donde el mayor porcentaje de gente fue asesinada, donde más niños fueron muertos”.
Antes de la patada inicial me dirigí al centro de la cancha con el hombre local de Reconciliación Nacional, Cares Mugaba, un tutsi. Los dos equipos estaban esperándonos, los dos formando un semicírculo. Cares me había aconsejado que le diera la pelota nueva al equipo hutu porque son más necesitados y lo apreciarían más. Le explicó su decisión al equipo tutsi, que aceptó con la cabeza, y luego me adelanté para entregar la pelota al capitán hutu. El capitán hutu tomó la pelota en ambas manos, se inclinó rígidamente hacia mí y luego se movió a lo largo de la línea de sus jugadores, parando un instante frente a cada uno para tocarles la frente con la pelota, como si estuviera practicando algún tipo de sacramento. El capitán se volvió hacia mí una vez más, se inclinó nuevamente ante los murmullos y aplausos de ambos equipos. Caminé de vuelta hacia la línea lateral.
El referí, distinguible de los jugadores porque usaba pantalones largos, tocó el silbato y el partido comenzó. La cancha estaba ahora totalmente rodeada de gente, tres líneas densas. Uno podría haber esperado un partido de inusual violencia. Pero lejos de ello. Después de cada falta señalada, el perpetrador inmediatamente se disculpaba con una pequeña reverencia oriental. Ni Bobby Charlton fue alguna vez tan gentleman. Un partido normal de Man United contra Arsenal resulta un baño de sangre comparado con esto. No había ningún sentido de rivalidad, ninguna tensión entre las dos hinchadas. Nada, ni en la cancha ni fuera. Prevalecían el buen humor y mucha risa, como si el circo hubiera llegado al pueblo. Toda la comunidad estaba aquí. Viejos, adolescentes, madres con bebés. En cuanto a la seguridad, había tres soldados desarmados. Y un joven policía con una pistola en el cinturón. Había que hacer un esfuerzo para recordar que lo que estaba sucediendo era el equivalente a los SS en Auschwitz jugando un partido de fútbol hacia 1950 contra los sobrevivientes, con personal de la SS y parientes de los muertos mirando.
Los Sobrevivientes eran mejores defensores, los Prisioneros mejores atacantes. El mejor jugador en la cancha era un flaco sobreviviente, un joven cuyos padres habían muerto en el genocidio. Hizo el único gol. Hubiera sido un empate, pero el arquero de los Sobrevivientes salvó un penal justo al final. ¿Hubo un atisbo de violencia? Fuera de la cancha ninguno. El referí había sacado tres tarjetas amarillas. Dos para los Sobrevivientes, una para los Prisioneros. Después del partido, después que los jugadores de los dos equipos se hubieran dado la mano, el prisionero que recibió la tarjeta amarilla, un hombre grande llamado Jean-Marie, dijo cuando le pregunté si había sido un resultado justo, si su equipo no hubiera merecido una compensación: “Eso no es importante. Tiene que haber un ganador y un perdedor, lo importante es que estamos jugando. Cuando estábamos en la cárcel, a menudo pensábamos que el fútbol era lo único que nos podía unir, de manera que estoy muy contento de tener esta oportunidad de estar juntos y ser aceptados por esta gente cuyos parientes matamos”.
El goleador de los Sobrevivientes era Eugene Ntalarutimana. El también prefirió hablar sobre la significancia política del partido más que del partido mismo. “Un empate podría haber sido más justo, pero lo principal es que todos pudimos participar. El fútbol y otras actividades comunales como la construcción de casas son la forma en que todos estamos tratando de vivir juntos en paz nuevamente.” ¿Ningún resentimiento, ningún odio? “No los odiamos. Llegan en un momento en que los necesitamos para reconstruir nuestra comunidad. Es hora de olvidar lo que sucedió.”
¿Habían realmente olvidado a los asesinos? ¿Los asesinos realmente habían expiado sus crímenes? Le hice estas preguntas a Inyumba. “Bueno, usted lo vio por sí mismo”, replicó. “En cuanto a mí, viajé por todos lados en funciones oficiales y donde sea que voy la gente hutu viene y me dice ‘estamos muy contentos de que nos venga a visitar’. Por otro lado, como alguien cuya familia también sufrió en el genocidio, puedo decir que la gente se está acercando a la gente que hizo estas cosas terribles. Nuestro enfoque como gobierno es que no debemos vivir en el pasado. Sólo envenenamos las cosas. Debemos hacer lo que resulte mejor para el futuro.”
“¿Funcionaría? ¿Duraría? Todo lo que puedo decir con seguridad es que estamos tratando, realmente tratando. Creo que lo que hemos visto aquí en Ruanda es único en la historia. No sé si algún gobierno ha tratado tanto de parar el ciclo de venganza y comenzar nuevamente tan rápido después de algo tan terrible. Y no es sólo el gobierno al nivel más alto. Hemos tenido tanta gente, gente común, por todo el país trabajando con nosotros en la tarea de reconciliación, trabajando muchas horas con paciencia infinita y dedicación. Su sacrificio no es conocido más allá de los comunidades donde trabajan, pero son héroes, creo. Héroes por cualquier parámetro, en cualquier lado.”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.

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