EL MUNDO
Su turno para fracasar por tercera vez, señor secretario de Estado
El secretario de Estado, Colin Powell, parte mañana rumbo a Medio Oriente para mediar. Es la tercera vez que va; sus otras dos misiones fueron fracasos y hay intereses múltiples de que vuelva a ser así.
Por Julian Borger *
Desde Washington
Después de dos visitas que finalizaron en fracasos, el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, había prometido no regresar a Medio Oriente hasta que no quedara claro que conseguiría algo. Ahora le han ordenado regresar nuevamente, pero las perspectivas de éxito no son nada favorables. Lo que indudablemente cambió es la retórica que emana desde la Casa Blanca. La declaración presidencial de anteayer fue mas allá de lo que ha ido la administración antes, al unir los requisitos de un progreso político a la demanda de poner fin a la violencia. “El presidente espera que las incursiones cesen y que el proceso de repliegue comience lo antes posible”, sostuvo Powell, quien aseguró que por el momento no prevé una reunión con Yasser Arafat.
Los israelíes, dijo el presidente, tendrán que detener la ocupación y dejar de construir asentamientos, que son las dos exigencias palestinas inmediatas. Esto señaló un cambio respecto a la posición anterior de la Casa Blanca de que no habría concesiones en la “guerra contra el terrorismo”. La declaración, en opinión de un diplomático europeo en Washington, brinda una “plataforma totalmente diferente para Powell”, cuando vuele a Medio Oriente la semana que viene. Pero aún con todo el despliegue de resolución de Bush, no queda claro que vaya a traducirse en un apoyo sólido a Powell una vez que éste ponga pie en la región y confronte a los líderes israelíes y palestinos en algún momento de la semana que viene. Ambos lados se han hecho adeptos a medir cuanta autoridad presidencial trae el enviado de Estados Unidos. Rápidamente dedujeron que Powell, en sus dos visitas previas, y el enviado especial, Anthony Zinni, tenían muy poca.
Mientras el presidente los enviaba a sus ingratas tareas, los halcones proisraelíes en la oficina del vicepresidente y en el Pentágono señalaron que no representaban la escuela de pensamiento dominante dentro de la administración, que apoyaba la propia “guerra contra el terrorismo” de Ariel Sharon hasta el fin. Los halcones se han opuesto con enojo a los esfuerzos del general Zinni por la paz y los calificaron como una recompensa por el terrorismo palestino, y probablemente describan la misión de Powell en la misma luz. No es sorprendente que el secretario de Estado haya lucido menos que encantado anteayer en el Jardín de Rosas de la Casa Blanca, cuando el presidente hacía su declaración.
La última vez que estuvo en Israel, en junio pasado, Powell apoyaba la idea de emplazar observadores internacionales en Cisjordania y la Franja de Gaza, pero luego se vio obligado a retractarse ante enojadas críticas israelíes y la falta de apoyo de Washington. Después de un ataque palestino en el curso de su visita, también se vio obligado a apoyar la declaración de Sharon de que no tendrían lugar conversaciones políticas sin siete días de absoluta calma, entregando a los tirabombas poder de veto sobre la paz. Esta vez, mucho dependerá de si el centro de gravedad en Washington ha cambiado radicalmente, y Estados Unidos se ha dado cuenta de que sus intereses a largo plazo se estaban incendiando junto con las ciudades en Cisjordania.
La opinión de la consejera de seguridad nacional, Condoleezza Rice, será vital. Ha actuado como factor de desempate en debates internos, y también tiene la tarea de enmarcar el debate para que el presidente decida. El vicepresidente Cheney, con todo su supuesto desprecio por los pedidos de los líderes árabes en la región, también puede decidir que presionar realmente a Israel puede ser el precio inevitable para una eventual operación contra Irak. El éxito o el fracaso de Powell podría depender de lo que lleva en su portafolio. Si contiene sanciones por falta de acatamiento así como recompensas por acatamiento, será mucho más fácil para él conseguir la atención de Sharon y de Arafat. Es improbable que el presidente Bush siga el ejemplo de su padre y amenace sancionar financieramente a Israel –lo que resultó políticamente costoso–, pero puede no verse obligado a hacerlo. La desaprobación de un presidente muy admirado en Israel sería enormemente perjudicial para Sharon.
El apresurado giro de su equipo sobre contactos entre el general Zinni y Yasser Arafat, momentos después del discurso del presidente, fue una vívida ilustración del poder de las palabras de la Casa Blanca. Las amenazas pueden no resultar tan efectivas con Arafat. Ya fue amenazado con la deportación y declaró su disposición a abrazar el martirio. Sin embargo, el ofrecimiento de por lo menos algún reconocimiento por el líder palestino, sería recibido como un enorme triunfo moral y político y debería ejercer alguna influencia. Más importante aún, desde el punto de vista de Arafat, la nueva iniciativa de Estados Unidos le da algo que ofrecer a su pueblo como una alternativa a la guerra. Pero los recursos de su poder han sido mellados por las incursiones israelíes. Es dudoso si Arafat puede evitar más ataques suicidas. Los militantes tienen todos los motivos para querer socavar su autoridad.
Un ataque así antes o durante la visita de Powell anularía su misión en un instante. Le daría un motivo a Sharon para desatenderlo, mientras fortalecería a su lobby proisraelí en Washington. Por otro lado, Sharon tiene antecedentes de usar a su máxima ventaja militar el tiempo que le queda antes de que empiece una iniciativa de paz. Lo hizo en 1982 en el Líbano, avanzando hacia Beirut sin el conocimiento de sus superiores políticos. Para el momento en que debía hacerse efectivo el tratado de paz, este ya estaba moribundo.
Los políticos israelíes ya estaban analizando anteayer la palabra “inmediata” en el pedido del presidente Bush de una retirada israelí, argumentando que podría estirarse a significar una retirada gradual. No cabe duda que el secretario de Estado entra a un campo diplomático minado con sólo el más incierto de los mapas. La experiencia le ha enseñado a desconfiar de las promesas ofrecidas por ambos lados, y su mayor preocupación son las intenciones de sus enemigos políticos en Washington.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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