Por Javier del Pino*
Desde Washington

La comisión independiente de Estados Unidos que investiga los atentados del 11-S ha llegado a la conclusión de que no existe prueba alguna que demuestre el menor grado de colaboración entre la organización terrorista Al Qaida y el gobierno que presidía Saddam Hussein en Irak. Un informe preliminar basado en documentos hasta ahora confidenciales anula de manera detallada uno de los argumentos empleados por el gobierno de George W. Bush para justificar la invasión de Irak, aunque el presidente y el vicepresidente todavía insisten en lo contrario. Según el texto, Pakistán ayudó al régimen talibán en Afganistán a apoyar a Al Qaida. El informe también detalla por primera vez la organización de la trama del 11-S, que inicialmente contemplaba el uso de 10 aviones y el secuestro de centenares de pasajeros. Además, el documento señala que la Fuerza Aérea y la defensa aérea estadounidense no estaban en absoluto preparadas para enfrentar un gran ataque terrorista en el país.
La comisión, formada por políticos y diplomáticos escogidos por acuerdo entre republicanos y demócratas, entregó ayer a la opinión pública un informe preliminar de su trabajo, que se convirtió inmediatamente en el primer golpe al gobierno. Las más de 300 páginas del documento final, que se publicará en un mes, amenazan con convertirse en una losa para la campaña de Bush hacia su reelección. El texto es interesante porque en parte está basado en la trascripción de los interrogatorios a los miembros de Al Qaida de mayor rango detenidos en los últimos años. Esos documentos siguen siendo secretos, pero las conclusiones del informe revelan detalles de la investigación. La comisión establece taxativamente que “no existe prueba alguna creíble” de que Sa- ddam Hussein ayudara a Osama bin Laden en la preparación de ataques contra EE.UU.
A comienzos de la década de los 90, Saddam envió a Sudán –donde Bin Laden mantenía entonces su cuartel general– a un agente de los servicios de inteligencia para “explorar posibles vías de colaboración”. Tal era el desprecio que el líder de Al Qaida sentía por el ex presidente iraquí que en varios ocasiones se negó a recibir a su enviado. En el tercer viaje, en 1994, el hombre de Saddam se reunió finalmente con Osama. Se habló de la posible instalación de campos de entrenamiento en el territorio de Irak o del intercambio de armas, “pero Irak nunca respondió”, dice el texto. Hubo también algún contacto marginal cuando Bin Laden se había establecido en Afganistán, pero aquellas maniobras “no dieron como resultado una relación de colaboración”, dice el informe.
Dos altos cargos de Al Qaida asociados de cerca a Bin Laden “han negado que existan vínculos entre la red terrorista e Irak. No tenemos ninguna prueba creíble de que Irak y Al Qaida hayan cooperado en los ataques contra EE.UU.”, concluye el texto. La comisión también cita numerosas pruebas del FBI para demostrar que el líder de los secuestradores del 11-S, Mohammed Atta, nunca se reunió con un agente de la inteligencia iraquí en Praga el 9 de abril de 2001, como insisten Bush y su vicepresidente Dick Cheney: “Basados en las pruebas disponibles, que incluyen la investigación de las autoridades checas y estadounidenses y los testimonios de los interrogatorios, creemos que esa reunión nunca tuvo lugar”, concluye el informe. Bush esta semana insistió en la existencia de esa colaboración y citó la presencia en Irak del militante islamista Abu Al-Zaqawi, otra afirmación no sustentada en prueba alguna. El reporte incluyó a Pakistán. “La capacidad de los talibanes de brindar refugio a Bin Laden frente a la presión internacional y a las sanciones de Naciones Unidas se vio considerablemente facilitada por el apoyo de Pakistán”, indicó el reporte.
Un pasaje del informe destaca que “el 11 de septiembre por la mañana las normas de procedimiento no estaban adaptadas a lo que iba a ocurrir. Lo que vino después fue un intento desesperado de crear una defensa improvisada por altos funcionarios que jamás fueron entrenados o debieron hacer frente a la situación”. El documento sugiere que un avión de combate pudo haber alcanzado a uno de los aparatos secuestrados y abatirlo antes de que se estrellara contra el Pentágono, si el comando responsable del espacio aéreo norteamericano hubiera tenido una respuesta más organizada.
Los documentos revelados ayer permiten reconstruir por primera vez la preparación y la organización de los atentados, la selección de los objetivos y las divergencias de opinión en el seno de Al Qaida.
La planificación inicial de los ataques del 11-S pretendía secuestrar y estrellar 10 aviones contra objetivos en la costa este y oeste de EE.UU., pero el plan se alteró y se redujo con el paso del tiempo por dificultades logísticas y por conflictos de opinión en la dirección de Al Qaida. No había siquiera un consenso sobre la fecha de los ataques ni sobre los objetivos. Bin Laden quiso ordenar los ataques a mediados del año 2000, después se retrasaron al 12 de mayo de 2001 (siete meses después del ataque contra el “Cole” en Yemen) y más tarde se escogió junio o julio para hacerlos coincidir con una visita del primer ministro israelí, Ariel Sharon, a Washington. Atta consiguió retrasarlos a septiembre en parte porque el Congreso ya no estaría de vacaciones y habría cientos de políticos en el interior del Capitolio. Sin embargo, el 9 de septiembre, dos días antes de los atentados, Atta no había decidido si el “cuarto avión”, estrellado finalmente en Pennsylvania, debería impactar sobre el Capitolio o sobre la Casa Blanca. El prefería el edificio del Congreso, porque “era un objetivo más fácil” (el edificio presidencial es relativamente pequeño), pero Bin Laden quería la segunda opción. La comisión no ha podido determinar la decisión final.
Los orígenes del plan se remontan a mediados de la década de los 90. Bin Laden había construido en Afganistán una red de campos de entrenamiento “relativamente sofisticados”, escribe la comisión. Según estimaciones “a la baja”, dice el texto, 20.000 individuos recibieron algún tipo de entrenamiento. Bin Laden pedía también “ideas creativas” para cometer asesinatos masivos contra objetivos occidentales. Según los testimonios recogidos en los interrogatorios, se planteó secuestrar a científicos rusos y obligarlos a lanzar un misil nuclear contra EE.UU., montar ataques con armas químicas y biológicas contra zonas judías en Irán, dispersar gas venenoso a través del sistema de climatización de un rascacielos y, finalmente, estrellar un avión comercial contra un aeropuerto o una ciudad. Una vez seleccionada esta opción, Al Qaida monta en 1999 una célula terrorista en Hamburgo con el encargo de secuestrar aviones en EE.UU. y en el sureste asiático; esta última parte del plan acabaría descartada.
Los 10 aviones se estrellarían contra rascacielos de Nueva York, múltiples edificios de Washington (incluidos los cuarteles generales de la CIA y el FBI), plantas nucleares y monumentos en los estados de California y Washington. Atta quería secuestrar un avión, matar a todos los hombres en el pasaje, aterrizar en un aeropuerto y aprovechar el secuestro de las mujeres y los niños para exigir la difusión de un mensaje que él mismo formularía en contra de la política estadounidense en Medio Oriente. Liberaría después a los secuestrados. Bin Laden descartó personalmente esa fase del plan. También se sabe ahora que al menos 10 individuos contactados como posibles pilotos en la operación fueron descartados o abandonaron voluntariamente la trama. Uno de los que finalmente llevaron a cabo los atentados, Ziad Jarrah, abandonó la trama en julio a petición de Atta, que lo consideraba “demasiado occidentalizado” y dudaba de su disposición a morir por la causa. Jarrah regresó finalmente a EE.UU. y participó en los atentados, pero se sospecha que Atta tenía ya un suplente escogido: Zacarías Mou- ssaoui, el único detenido por su participación en el 11-S.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.