Mié 11.08.2004

EL MUNDO  › DESDE LIBERALES HASTA FUNDAMENTALISTAS, DESDE PROOCCIDENTALES HASTA COMUNISTAS

Los chiítas que controlarán a Irak

Son el 60 por ciento de la población iraquí. Iyad Allawi, el primer ministro, es uno de ellos. Moqtada al-Sadr, jefe de la resistencia más violenta, es otro. Y el ayatolá Ali Sistani, el religioso más respetado de la rama, también. Esta es una radiografía del segmento llamado a dirigir a Irak, con o sin EE.UU.

Por Juan Miguel Muñoz *
Desde Bagdad

De todo, como en botica. La jerarquizada comunidad chiíta, que representa el 58 por ciento de la población iraquí, no es en absoluto un bloque homogéneo y monolítico. Dirigentes políticos fundamentalistas, liberales, prooccidentales y comunistas profesan esta rama del Islam. “En Bagdad y en otras grandes ciudades del país es notable la presencia de clases urbanas chiítas muy civilizadas. Pero en el sur, y sobre todo en las zonas rurales, están en la Edad Media”, comenta en la capital un diplomático occidental. En cualquier caso, el futuro político de Irak no podrá decidirse sin tener en cuenta los intereses de los grupos chiítas, ya sean moderados o radicales.
Hoy está permanentemente en el candelero Moqtada al-Sadr, hijo y nieto de prominentes clérigos. Pero cuando se logre estabilizar el juego institucional, es previsible que la figura del jefe del Ejército del Mehdi, la milicia que ha jurado derramar “hasta la última gota de su sangre” para expulsar a los ocupantes, comience su declive. Los partidos islamistas chiítas empezaron a aflorar en Irak a finales de la década del ’50, como reacción al secularismo que imponían los regímenes militares que gobernaban el país tras el derrocamiento de la monarquía liberal (1921-1958), y que desembocaron en la llegada al poder del Partido Baaz, en 1968.
La fundación del primer partido político chiíta, Dawa, dirigido hoy por el vicepresidente del gobierno interino, Ibrahim al-Jafari, se remonta a 1958. En esta época existían dos tendencias entre los líderes de esta confesión religiosa: los ulemas más jóvenes, quienes, respaldados por las clases comerciantes de las ciudades santas (Najaf y Kerbala), abogaban por la participación en política, y los que se oponían a tomar parte en esta actividad, generalmente los jerarcas religiosos más conservadores y que ocupaban los puestos más altos en el escalafón chiíta. No en vano, dos años después de aparecer Dawa, el gran ayatolá Mushkim al-Hakim crea la Sociedad de los Ulemas en Najaf, con el fin de proteger los derechos de la clase clerical.
En los años ’70 crece también la Organización de la Acción Islámica (OAI), fundada por varios ulemas de la ciudad santa de Kerbala, un partido que hoy participa también en el turbio proceso político iraquí. La guerra entre Irán e Irak (1980-1988) complicó sobremanera las relaciones entre el gobierno de Saddam Hussein, por un lado, y de Dawa y la OAI, por otro. Ambos partidos observaron la revolución iraní como una buena ocasión para tratar de derribar al gobierno baazista.
Y es en 1982 cuando se crea la Asamblea Suprema para la Revolución Islámica en Irak (Asrii), el único partido que aboga abiertamente por establecer una república islámica democrática en la que la Sharia sea la única fuente del derecho. Dirigido hoy por Abdelaziz Baqer al-Hakim, es, probablemente, el partido que goza de mayor implantación entre los chiítas y está controlado por apellidos de rancio abolengo que ya lucharon contra la ocupación británica en la década de los años ‘20. En los años ’90, los intentos de Ahmed Chalabi por unificar los partidos chiítas terminaron en fracaso.
Aunque buena parte de los chiítas respaldan a los partidos islamistas –está por verse en qué medida, ya que jamás han tenido lugar elecciones libres en Irak–, en otras formaciones políticas la presencia de creyentes en esta rama del Islam no es despreciable. Sin ir más lejos, el actual secretario general del Partido Comunista Iraquí, Hamid Majid Musa, es de confesión chiíta. También lo es el liberal y centrista Iyad Allawi, pese a que en su formación, Acuerdo Nacional Iraquí, militan personas de otras creencias religiosas.
No obstante, el poder real de estos partidos es relativo. Al margen de la batalla partidaria, el gran ayatolá Ali Sistani, nacido en Irán, es, sin duda, el clérigo de mayor prestigio en Irak. Aunque sus declaraciones públicas se producen con cuentagotas, la enorme influencia de este clérigo, siempre dispuesto al pacto, es indiscutible en Irak. Pero no sólo en Irak. Fuentes diplomáticas occidentales aseguran que la oposición de Ali Sistani forzó un cambio fundamental en la reciente Resolución 1546 de Naciones Unidas que otorgó legitimidad al gobierno interino que desde el 28 de junio encabeza Iyad Allawi. Una frase en los borradores del texto negociado en la ONU respaldaba la Ley Administrativa Transitoria que hoy rige el país. El gran ayatolá se mostró disconforme porque dicho apoyo daría legitimidad a una ley que no ha emanado de un órgano político legítimo. La frase desapareció en el texto definitivo de la resolución.
Hoy, Ali Sistani se encuentra hospitalizado en Londres. Oficialmente su estado de salud es más que precario, pero en las embajadas occidentales en Bagdad se sospecha que, tal vez, “se haya quitado de en medio por temor a ser utilizado” por el clérigo radical que encabeza las revueltas en el sur, Moqtada al-Sadr. El momento en que ha caído enfermo el más venerado líder religioso en Irak, justo cuando estalló hace escasos días el nuevo alzamiento del Ejército del Mehdi, alimenta las suspicacias. Existe evidente “preocupación” en las legaciones diplomáticas porque este gran ayatolá –que se ha opuesto a las acciones de violencia contra las tropas de Estados Unidos y de los demás de la coalición, al menos hasta que se celebren elecciones– sí podría ejercer como contrapeso a las pretensiones más radicales y violentas de Al-Sadr.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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