EL MUNDO
› BUSH SE ALZO CON LA MAYORIA DEL VOTO POPULAR
Y AMPLIO SU DOMINIO DE LAS DOS CAMARAS DEL CONGRESO
Vía libre para los halcones en todo Estados Unidos
George W. Bush ganó por una verdadera avalancha de votos populares su reelección presidencial, aumentando sus mayorías en el Senado y en la Cámara de Representantes y prometiendo más guerra al terrorismo. Las esperanzas de John Kerry terminaron de morir en la mañana de ayer.
› Por Eduardo Febbro
“Estados Unidos ha hablado”, dijo George W. Bush cuando los demócratas admitieron la derrota. Esta vez, el suspenso de la elección presidencial norteamericana no duró mucho. Menos de 24 horas después de que se interrumpiera el recuento de los votos en el crucial estado de Ohio, el candidato demócrata terminó aceptando lo que los masivos porcentajes obtenidos por el presidente saliente dejaban en claro más que presagiaban. John Kerry llamó por teléfono a Bush y luego, en un discurso ante su círculo más cercano, reconoció la derrota de su campo.
Estados Unidos amaneció el miércoles sin saber quién sería su presidente. Luego de que, ante la sorpresa general, John Kerry perdiera el estado de Florida, las cartas parecían echadas. Pero el campo demócrata rehusó reconocer la derrota en otro de los estados clave, el de Ohio, donde Bush contaba con una ventaja de 130.000 votos. El equipo de Kerry creyó hasta último momento que su candidato podía quedarse con el estado si se contaban las decenas de miles de boletas de voto provisorias y una parte de los votos enviados por correspondencia. Los republicanos, en cambio, consideraron que la ventaja de Bush era irreversible incluso si se contabilizaban los votos mencionados. Con los grandes electores de Ohio, Bush llegó al número mágico de 270. Distanciado por más de cuatro millones de votos en todo el país (48 contra 51 por ciento), John Kerry ganó 20 estados y los republicanos 29.
La victoria republicana alcanzó magnitudes no previstas por ningún estudio de opinión. La noche electoral les permitió no sólo renovar la presidencia, sino también ampliar su mayoría al Senado con 54 de los 100 escaños en juego. Venganza última de la avalancha republicana, éstos decapitaron a Tom Daschle, jefe del grupo demócrata en el Senado (ver pág. 5). Daschle fue barrido en Dakota. La estrategia desplegada por los demócratas perdió en todos los estados que hubiesen podido cambiar el curso de la elección. Los electores oriundos de los segmentos sociales más inesperados se volcaron al campo de Bush dándole al presidente saliente la más valiosa de las victorias, es decir, el voto popular. A la Norteamérica blanca y conservadora se le sumaron votos tan dispares como los del electorado hispano de los Estados Unidos. En su intervención televisada, Bush se fijó como objetivo estabilizar Irak, reformar el sistema de seguro médico y aplicar una política de unidad. El mandatario, consciente de la polarización de la sociedad norteamericana y de las, a veces, violentas divisiones a que dio lugar la elección, recalcó que necesitaba a los 55 millones de electores que se habían inclinado por Kerry. Haciendo gala de su tradicional patriotismo, Bush dijo: “Cuando nos unimos y trabajamos juntos, no hay límites a la grandeza de Estados Unidos”. El mandatario también insistió con su discurso mesiánico, diciendo que “nuestra nación se defendió y sirvió la libertad del género humano”, alabó “la fuerza y el coraje” con que el país había atravesado las pruebas de los últimos cuatro años al tiempo que estimó que el país había entrado en “la estación de la esperanza”. Kerry, por su parte, dijo que, al hablar con Bush, se refirió a las divisiones que persistían en el país, a la necesidad de “unirse”. Emocionado hasta las lágrimas y aludiendo a los votos controvertidos del estado que le dio a Bush la mayoría que necesitaba, Ohio, Kerry declaró que no “hubiese abandonado el combate si hubiera habido una posibilidad de ganarlo”. El senador derrotado alentó luego a sus seguidores diciéndoles que “llegará la hora, llegará la elección donde sus votos cambiarán el mundo. Vale la pena que sigamos luchando”. Ni la intervención de los grandes diarios del país que llamaron a votar por él ni el apoyo casi masivo del mundo del espectáculo sirvieron la causa de John Kerry: los encantos de Brad Pitt, Ben Afflec, Leonardo DiCaprio, Bruce Springsteen –que nunca antes había bajado a la arena política–, Bon Jovi, Stevie Wonder o Sean Pean no sedujeron al electorado. Jamás como ahora los intelectuales, la prensa y los artistas habían cerrado filas detrás de un candidato. Pero Bush les ganó en la calle, con un voto popular que no tenía hasta el martes. De alguna manera, los demócratas y sus seguidores fuero víctimas del vicio que consiste en confundir la acción política con una elección entre el bien y el mal, lo moral y lo inmoral. Karl Rove, el estratega político de la Casa Blanca y el hombre que guía los pasos que da el presidente, ha cumplido con su misión. El es el artesano de que el mundo tenga que vivir cuatro años más bajo la voluntad de un solo hombre y un solo país (ver pág. 5).
Todo cuanto las campañas republicanas repitieron sin descanso durante el último mes, Bush lo resumió ayer en un puñado de frases. Los norteamericanos renovaron por cuatro años un mandato marcado por dos guerras, una cruzada religiosa-militar contra el mundo musulmán, niveles de desempleo record en el país y serias faltas a los derechos cívicos de los ciudadanos. La fuerza republicana arrolló las esperanzas demócratas y hasta los cálculos más sesudos de los estudios de opinión. Florida, donde el fiasco del 2000 no se repitió, puede servir de base para entender lo que ocurrió en el orden nacional. Los demócratas no sólo perdieron los 27 grandes electores del Estado sino, también, el voto popular del que se creían herederos luego de lo ocurrido hace cuatro años. El partido de John Kerry ni siquiera logró arrancar los votos esperados en el seno de la comunidad hispánica del Estado, especialmente entre los cubanos norteamericanos. Los demócratas esperaban ganar entre un tres y un cuatro por ciento en los barrios anticastristas y terminaron obteniendo lo contrario, perdiendo incluso entre los hispanos que históricamente votan por ellos. Clases medias, extranjeros, cada segmento del electorado donde John Kerry esperaba sacar ventaja le dio vuelta la espalda. Al Gore había conseguido en las elecciones del 2000 más del 60 por ciento del voto hispánico contra un 31 por ciento para Bush. El reelecto presidente se dio ayer el lujo de avanzar en tierras ajenas: los hispanos de Estados Unidos –9 millones de electores– votaron en un 52 por ciento por Bush y en más de un 40 por ciento por Kerry. Después de los monumentales errores registrados en Europa por los institutos de sondeos, cabe preguntarse cuál es la realidad de las previsiones de estos organismos. Dos días antes de las elecciones, los estudios de opinión aseguraban que el 61 por ciento de los electores hispanos votarían por Kerry. Si hubiese sido así, Bush no sería de nuevo el presidente.
A lo largo de la campaña, se fue haciendo evidente que el miedo al terrorismo era uno de los factores de adhesión más frecuentes que jugaban a favor del candidato republicano. De las dos estrategias del miedo aplicadas por ambos partidos, ganó la republicana. Estos consumieron las conciencias diciendo que sólo Bush podía defenderlos a ellos y al mundo. Los demócratas optaron por dar miedo al electorado inculcándole que el mandatario saliente había sido electo de manera fraudulenta y que, si su mandato continuaba, la inseguridad y la guerra ganarían a Estados Unidos. Más que la política, los últimos días de la campana demócrata se concentraron en difundir el miedo al fraude. Con ese fin acudieron a Florida miles de voluntarios, observadores y abogados. El estado votó prácticamente sin polémicas y, colmo del ridículo, los observadores internacionales que habían venido de Europa, América latina y Asia y que, dos días antes de la consulta, denunciaban las condiciones poco transparentes de la misma, acabaron elogiándola al día siguiente. Florida le dio a Bush casi un 52 por ciento de los votos, es decir, 300.000 dediferencia con respecto a Kerry, lejos, muy lejos de los polémicos 537 que lo habían llevado a la presidencia.
A Bush le ha quedado sobre los brazos la gestión de dos conflictos armados desencadenados por el ejército norteamericano, Afganistán e Irak, las divisiones provocadas en el seno de la comunidad internacional por las mentiras que justificaron el derrocamiento de Saddam Hussein por la fuerza y, en el plano nacional, un país marcado por los antagonismos en torno de temas tan capitales como el aborto, la investigación sobre las células madres o el matrimonio entre homosexuales. Nada garantiza que Bush cambie el rumbo de su gestión. Los mismos hombres y mujeres que lo acompañaron y diseñaron su política seguirán en su entorno. Las peores mentiras que hayan sido escuchadas en el seno de las Naciones Unidas fueron presentadas como verdades por el equipo de Bush. Los norteamericanos le renovaron la confianza a un hombre que, fuera de las fronteras de Estados Unidos, es visto como uno de los siete jinetes del Apocalipsis. El otro es Osama bin Laden.
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