EL MUNDO
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Reflexiones de un conservador anti Bush
Por Niall Ferguson *
Se terminó. El presidente George W. Bush ganó una victoria convincente. El emperador contraatacó. Y el senador, a pesar de sus iniciales mágicas, a pesar del número de votantes, a pesar de Bruce Springsteen, a pesar de P. Diddy y a pesar de que los Boston Red Sox ganaron la Serie Mundial, está derrotado. Para los europeos (y especialmente para la mayoría de los lectores de este diario, sospecho), el resultado es una pesadilla. Abrumadoramente, los votantes en Europa favorecieron a Kerry, en Gran Bretaña por un margen de cuatro a uno. Quédese tranquilo, casi la mitad de los estadounidenses se sienten tan asombrados como usted. Y también, debo admitirlo, lo estoy yo. Aunque no soy un demócrata de nacimiento, y a pesar del hecho de que apoyé la guerra en Irak el año pasado, tuve que llegar a la conclusión de que Bush merecía perder.
¿Por qué quería que Bush perdiera? Por una parte, porque la ocupación de Irak es un lío que pudo ser evitado. El presidente y sus consejeros cometieron errores de juicio garrafales sobre el número de tropas que se necesitarían para estabilizar el país. Segundo, y quizá más importante, porque he llegado a considerar las políticas fiscales de esta administración como locamente imprudentes. No hubo un intento serio de luchar a brazo partido con las crisis emergentes en los sistemas de jubilaciones y seguro médico: en todo caso, las cosas han empeorado levemente. Mientras tanto, los recortes impositivos de Bush no tuvieron una significativa justificación macroeconómica y fueron desvergonzadamente ventajosos para los muy ricos. Finalmente, me resulta cada vez más difícil de digerir la creciente intolerancia estridente del Partido Republicano en temas sociales desde el matrimonio gay hasta la investigación de células madres.
En Oxford, a comienzos de la década de 1980, yo era uno de esos muchachos conservadores que saludaban a Margaret Thatcher y a Ronald Reagan cuando le hacían frente a la Unión Soviética, los sindicatos y la rampante inflación. Para nosotros, el conservadorismo era sobre la libertad en el sentido de libre mercado y libertad individual versus colectivismo. Esto no es lo que quiere decir el Partido Republicano cuando habla de libertad. No hace mucho tiempo, vi a uno de mis viejos amigos de Oxford, que ahora vive y trabaja en Washington. “¿Sabes, Niall? –me dijo–, yo solía considerarme un conservador. Pero he aprendido algo sobe mí desde que vine a este país. Es que en realidad soy un progresista.” Esos sentimientos ayudan a explicar por qué tantos de nosotros, desde Andrew Sullivan a The Economist, terminaron apoyando a Kerry.
Así que, ¿por qué perdió? ¿Cuál era esa diferencia? En muchas formas, la clave se puede encontrar en una sola cita de un perfil de Kerry que apareció hace unas pocas semanas en la revista de The New York Times. Ahí, a Kerry se le preguntaba cómo manejaría el problema del terrorismo. Esto es lo que dijo: “Debemos volver al lugar donde estábamos, donde los terroristas no son el foco de nuestras vidas, sino un fastidio. Como una persona en ejercicio de la promulgación de la ley, sé que nunca terminaremos con la prostitución. Nunca vamos a terminar con el juego clandestino. Pero lo vamos a reducir, al crimen organizado, a un nivel donde no va a crecer. Esto no se logra amenazando la vida de la gente todos los días y, fundamentalmente, es algo contra lo que uno sigue luchando, pero no amenazando la estructura de nuestra vida”.
En dos aspectos fundamentales, lo que esto reveló fue que Kerry no entendió el mundo post 11 de septiembre. Primero, es innecesario decirlo, mostró que subestimó la magnitud de la amenaza que significaban las organizaciones radicales islamistas como Al Qaida. Pero también mostró que Kerry está crónicamente afectado por un relativismo moral que puede ser lo normal en Boston, pero es totalmente detestable para los estadounidenses cristianos de ese centro del país que ahora va desde Montana a Texas y a través de un sur que alguna vez fue sólidamente democrática. “Un nivel aceptable” de terrorismo, prostitución, juego clandestino y crimen organizado no es lo que la mayoría de los estadounidenses quiere a que aspire su presidente.
Y esto es lo que el presidente Bush, que no pierde oportunidad de afirmar su renacida fe cristiana, comprende. Precisamente esas simplificaciones morales que han caracterizado su primer período, tipificadas por frases claves como los “ejes del mal”, la “guerra contra el terror” y la “marcha hacia adelante de la libertad” resuenan irresistiblemente con una masa crítica de estadounidenses a través del país. El es, como rara vez se lo entiende fuera de su país, fundamentalmente “un mesiánico calvinista estadounidense”, alguien para quien todos los reveses son meramente una prueba divina a la cual un presidente “basado en la fe” sólo puede reaccionar con resolución obstinada. Y es por eso que los ataques de Kerry sobre la guerra en Irak, aunque llegaron a los demócratas, no fueron suficientes para ganarse a los votantes oscilantes. Demasiados estadounidenses comparten esencialmente esa sensibilidad religiosa.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.