EL MUNDO
› BUSH LANZO UNA CRUZADA PARA DEMOCRATIZAR TODO EL PLANETA
S.O.S., hay un loco en la Casa Blanca
George W. Bush tomó posesión ayer como el 43 presidente de Estados Unidos. Tras hacerlo produjo un vibrante discurso arengando a instalar la democracia en cada rincón del planeta. El mandatario no dijo a qué países se refería, pero su vice Dick Cheney apuntó contra Irán.
Por Rupert Cornwell *
Desde Washington
El presidente George W. Bush desafió ayer a Estados Unidos y al mundo anunciando que, a pesar de los obstáculos en Irak, Estados Unidos intensificaría sus esfuerzos por promover la libertad y la democracia alrededor del globo. En un discurso inaugural marcado por la retórica y una autoconfianza suprema, Bush comenzó su segundo término presentando esta campaña por la libertad como la única forma de tener éxito en la “guerra contra el terror” que dominó sus primeros cuatro años en el poder. “La supervivencia de la libertad en nuestra tierra depende cada vez más del éxito de la libertad en otros países. La mejor esperanza de paz en nuestro mundo es la expansión de la libertad en todo el mundo”, declaró el 43 presidente. “Los intereses vitales de Estados Unidos y nuestras creencias más profundas son ahora una sola cosa.”
Bush dio su discurso de 20 minutos desde la tradicional tribuna en los escalones del Capitolio en una mañana fría pero soleada, después de que el frágil William Rehnquist le tomara juramento. Mientras el presidente de la Suprema Corte lo felicitaba, una salva de 21 cañonazos retumbó en el gran Mall ceremonial de Washington, atestado pon decenas de miles de espectadores. Para llegar a sus asientos tuvieron que pasar un estricto examen de seguridad sin precedentes, para la primera inauguración presidencial desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, y en una ocasión donde cada cuatro años reúne como ninguna otra a todo el liderazgo nacional, desde cada rama del gobierno de Estados Unidos, en un único pequeño espacio al aire libre. Aun así, los cánticos de los manifestantes antiguerra, incluyendo algunos que llevaban cajas de cartón como si fueran ataúdes como demostración de las muertes de tropas de Estados Unidos en Irak, se podían oír mientras hablaba el presidente. Un número de manifestantes fue detenido brevemente antes. Más protestas ocurrieron mientras el desfile inaugural tradicional pasaba por la Avenida Pennsylvania a la tarde, desde el Capitolio hasta la Casa Blanca, donde Bush miró desde un podio protegido por vidrio antibalas. El presidente ofrecerá más detalles de su política en su discurso anual del Estado de la Unión en el Congreso a comienzos del mes que viene. Ayer, sin embargo, estableció su núcleo filosófico, no dejando duda alguna de su ambición de seguir, por polémico que sea, como uno de los grandes presidentes transformadores en la historia de Estados Unidos.
La política de Estados Unidos era “buscar y apoyar el crecimiento de los movimientos democráticos e instituciones en cada nación y cultura –declaró Bush–, con el objetivo final de terminar la tiranía en nuestro mundo”. Los reformistas demócratas que actualmente se enfrentan a la represión, la cárcel o el exilio, serán considerados por Estados Unidos como los futuros líderes de sus países. Pero, advirtió, los gobernantes de “regímenes ilegales” deberían recordar las palabras de Abraham Lincoln, de que aquellos que niegan la libertad a otros no la merecen para ellos mismos, y “no la pueden retener por largo tiempo”. El presidente no dio nombres, pero los países en los que pensaba claramente incluían aquellos nombrados por Condoleezza Rice, la secretaria de Estado entrante, como “puestos de avanzada de la tiranía”, durante su audiencia de confirmación esta semana. Prominentes entre esos países son Corea del Norte y particularmente Irán, cuya búsqueda de armas nucleares constituirá un pronto desafío crucial para el presidente reelecto.
Todo estaba apoyado en términos de llevar la libertad a los oprimidos, y por cierto la palabra “libertad” apareció no menos de 42 veces en un discurso que trataba con los propios problemas internos de Estados Unidos casi como una ocurrencia nueva. Estados Unidos, prometió Bush, no impondría su propia versión de democracia sobre los otros. Las instituciones que surgieran en países que se hicieran libres “pueden reflejar costumbres y tradiciones muy distintas a las nuestras”. El rol de Estados Unidos era “ayudar a otros a encontrar su propia voz, y hacer su propio camino”.
A los aliados que se quejaban de arrogancia y unilateralismo por parte de la primera administración de Bush, y que se opusieron a la invasión de Irak en 2003, el presidente les hizo un guiño en dirección a mejorar los lazos. “Honramos su amistad, confiamos en su consejo y dependemos en su ayuda”, dijo, dando una muestra del mensaje que lleva a la cumbre con los líderes de la Unión Europea en Bruselas el mes que viene. Bush dejó en claro que ordenaría la acción militar si fuera necesario para defender a los aliados o impedir una amenaza percibida contra la seguridad nacional de Estados Unidos. Pero “esto no es primariamente la tarea de las armas” añadió, implicando que las guerras en Afganistán y en Irak eran la excepción, no la regla.
Sin embargo, todo el brillante y seguro lenguaje del presidente no podía ocultar el hecho de que Estados Unidos está dividido política y culturalmente como pocas veces en su historia moderna. En realidad, sólo al final de su discurso pidió unidad interior, y en la forma más superficial. Horas antes de que él hablara, una nueva encuesta del The New York Times le daba al presidente un magro 49 por ciento de aprobación, muy bajo para un presidente en funciones embarcándose en un segundo período, muy por detrás del 60 por ciento que tuvieron tanto Bill Clinton como Ronald Reagan en el mismo punto de sus presidencias.
Estas divisiones, unidas a los sentimientos conflictivos que Bush provoca personalmente, y a la feroz rivalidad partidaria entre los demócratas y los republicanos en el Capitolio, significa que los objetivos de Bush, tanto internamente como en el exterior, pueden ser difíciles de lograr. En política exterior, salvo que haya más traumáticos ataques terroristas, será difícil conseguir el apoyo de los dos partidos para cualquier nueva campaña militar, en Irán o en otra parte. En el frente interno, las líneas de batalla ya fueron dibujadas en la inusualmente ambiciosa agenda de Bush, enfocada en la reforma de los impuestos y los sistemas de seguridad social de Estados Unidos.
Bush declaró ayer su intención de establecer una “sociedad de propietarios” que abarque impuestos bajos, un rol más pequeño para el gobierno (aunque el gasto público creció rápidamente bajo su dirección) y una privatización parcial de la seguridad social, permitiendo que los individuos manejen sus propias cuentas de ahorros. La contrapartida de libertad en el exterior es mayor libertad interior, sostuvo Bush. “Ampliaremos nuestra propiedad de hogares y empresas, seguros de retiro y seguros de salud, preparando a nuestro pueblo para los desafíos de la vida en la sociedad libre, haciendo de cada ciudadano un agente de su destino.” Más divisivo que todo podría ser el nombramiento de nuevos jueces en la Corte Suprema, cuya composición no cambió en casi 11 años, un período no empardado desde el siglo XIX.
La figura de Rehnquist ayer resumía los cambios por venir, parado y caminando con la ayuda de dos bastones mientras tomaba juramento. El presidente de la Corte parece destinado a retirarse a lo sumo dentro de unos meses. Su reemplazo podría gatillar una áspera batalla que podría alterar todo su programa legislativo del segundo período. Ayer, sin embargo, el énfasis, como en ningún otro discurso inaugural desde el de John F. Kennedy en 1961, estuvo puesto en asuntos exteriores, en un discurso que parecía dirigido menos a los estadounidenses en su propio país que a la audiencia extranjera, en las cuatro esquinas del mundo.
*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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