EL MUNDO
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Un voto por la normalidad
Por Claudio Uriarte
Por más que los ganadores locales de las elecciones iraquíes de ayer aún no se conozcan, los ganadores generales ya se saben: son Estados Unidos y Gran Bretaña, las potencias ocupantes, que apostaron a constituir un gobierno iraquí más o menos legítimo y se han visto recompensadas con un altísimo índice de concurrencia electoral, que en cualquier caso –sea del 60 o del 70 por ciento– desborda el listón de la mitad de los inscriptos, que en medio de la escalada de violencia de los últimos meses se consideraba casi utópico. La gente votó por la normalidad, contra la violencia, contra la guerra y contra la dictadura, y no es un dato menor el hecho de que también se haya votado en las minoritarias regiones sunnitas que tuvieron el dominio de la mayoría chiíta en las siete décadas desde la independencia.
Aunque las elecciones distaron de ser perfectas, constituyen otro logro de la arriesgada apuesta de George W. Bush de democratizar al mundo árabe, después de los comicios palestinos del 9 de enero. Por más que sus ganadores hayan sido los chiítas, hermanos de credo religioso de los iraníes, la transparencia del proceso –confirmada por Naciones Unidas, que nunca apoyó la ocupación– sugiere que es el nuevo Irak el que podría desestabilizar a Irán, y no al revés. Por la misma medida, las elecciones descargan de las espaldas de la ocupación el estigma de represión ilegítima, y autorizan a la Asamblea Nacional que surja a reclamar el apoyo militar que sea para liquidar a la insurgencia, particularmente la del jordano Abu Musab al Zarqawi, de la red Al Qaida de Osama bin Laden. Pero, al mismo tiempo, la forma de gobierno que emerja tiene por delante el desafío de tender la mano a la minoría sunnita (alrededor del 20 por ciento de la población) de modo de no alienarla en una situación de oposición sistemática, o llevarla a la nostalgia de los tiempos del Partido Baaz de Saddam Hussein, que fue largamente evitada ayer.
El clima de festejo en los gobiernos de Washington y Londres es comprensible, ya que las elecciones abren el camino para un cronograma de retirada militar relativamente honrosa, y alivian lo que hubiera sido una carga insoportable en términos de aumento de un compromiso de fuerzas militares que ya se encuentran sobreextendidas en términos globales. El terreno que queda por delante también está minado de riesgos, pero el espectro de una elección dinamitada por la resistencia y el terror no se ha materializado. Por cierto, la gente votó también contra la ocupación y por tener sus propios líderes, pero ésa es una victoria paradójica de la ocupación.