Mar 01.02.2005

EL MUNDO

Votaron por la libertad... de los ocupantes y su Irak de fantasía

Por Robert Fisk *
Desde Bagdad

Un vendaval irrumpió ayer en Bagdad, arrancando los carteles de la elección de las paredes, enviando remolinos de viento entre las persianas de los negocios de la calle Rashid, dándole un nuevo sentido a los pasamontañas y a las máscaras negras usados por la policía en la plaza Tahrir. Tahrir –Independencia– es una palabra por lo que mucha gente votó el domingo: no por “democracia” como querían los medios occidentales sino por libertad, libertad para hablar, libertad para votar, libertad de los estadounidenses. Ellos también estaban en Bagdad ayer, conduciendo sus Humvees a través de Karada, dando vueltas por la ciudad en sus Apaches y sus pequeños helicópteros Sioux que parecen abejas.
Durante días debemos esperar los resultados de las elecciones. Un vocero de la Alianza Nacional Iraquí Chiíta Musulmana (ANI) es citado en The New York Times como diciendo que los estadounidenses y los británicos dicen que su partido puede haber ganado por más del 50 por ciento de los votos –¡la República Chiíta llegó a su mayoría de edad!– y de eso se habla en Bagdad cuando la gente lo escucha en árabe en sus estaciones de radio y televisión del Golfo. Pero, ¿cómo podrían los estadounidenses saber que ANI ganó por más de la mitad de los votos? Al final de la calle Jumhuriya, un escuadrón de policía en ropa civil está parado en un camión pick-up, los rifles apuntándonos a nosotros, algunos con pasamontañas. Al mediodía, se supone que todavía está en vigencia el toque de queda. Las casas están tapiadas y los negocios cerrados.
En el menos favorito de mis restaurantes en Bagdad, el shish kebab iraquí sabe a cartón. Con razón, mi amigo Haidar dice que la única comida decente que comemos hoy en día es en los funerales, la mejor carne con especias, los vegetales más frescos, las tortas más lindas, todo servido para honrar el último mártir. En la calle Nidhal, encuentro un ómnibus Hus arrastrando nuestro automóvil, un gran coche negro con una bandera iraquí en la delantera y su destino, Mecca, escrito con pintura negra sobre una bandera en el frente. Impedidos de hacerlo por el toque de queda de las elecciones, los peregrinos partían en su largo viaje al sur, a través de Najaf y Kerbala y Basora y Kuwait y hacia Arabia Saudita para rodear el Kaba y tirarle piedras a los pilares, que popularmente, representan al diablo. Contra esta insurgencia, esta elección, el eterno y sin remedio optimismo de los señores Bush y Blair, el ritual mucho más eterno de la fe y la oración musulmana sigue adelante.
La televisión titila en mi habitación. El ex hombre de la CIA y primer ministro “interino”, Iyad Allawi, posiblemente el próximo “interino” también, les está diciendo a los iraquíes, que su voto el domingo significa que “los terroristas han sido derrotados”. A ponerse los chalecos antibalas, me digo a mí mismo. ¿Por qué esta gente, los británicos, hicieron lo mismo en Irlanda del Norte: invitan al ataque? Este es el mismo Allawi quien, desde su bunker seguro en la “zona verde”, instruía a su pueblo vulnerable a que votara hace dos días.
Cada vez más, sentimos esta vasta distancia cósmica entre el Irak real y el Irak de fantasía de Washington y Londres. Lo veo a Blair hablando nerviosamente, su lenguaje corporal a la defensiva, su ojos espirituals contándonos lo estupendamente exitosa que ha sido esta elección. Pero cuando calculo el tiempo de su grabación original, me doy cuenta de que ya debe saber que el Hércules de la RAF se estrelló, que tanto como 10 británicos murieron, y sin embargo, eligió mantener en secreto el grado de esta tragedia a su pueblo cuando habló el domingo a la noche. Entonces, ¿por qué sorprende cuando los estadounidenses y los británicos todavía mantienen en secreto el número de iraquíes que mueren aquí todos los días?
Dos veces a la mañana, se escuchan enormes explosiones que rugen sobre Bagdad. Escucho una batalla de disparos cerca de Sadr City. Pero la radio local iraquí no explica esto. A media mañana, dos automóviles de la policía me pasan, las sirenas sonando, los Kalashnikovs saliendo por las ventanillas apuntando a los motoristas, los policías insultando a cualquiera que les bloquee el camino. Nuevamente ningún motivo. Ellos son el mundo real, con pasamontañas y no identificables. Veloces y levantando polvo. Como el viento.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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