Gyanendra, el rey nepalés que heredó el trono gracias a un baño de sangre eligió ayer a un nuevo gobierno dominado por monárquicos y con un miembro del Partido Comunista, tras la destitución de su anterior gabinete el martes. Ante el anuncio de su nuevo ministro de Interior, Dan Bahadur Sahi, de que el rey pronto se contactaría con la guerrilla para negociar la paz, el jefe rebelde maoísta Prachandra respondió que el golpe de estado del rey “devuelve a la sociedad nepalesa al siglo XV”.
Con un nuevo gobierno en el que los diez ministros son monárquicos las declaraciones del jefe rebelde de que la destitución tenía “un sabor autocrático medieval” no suena tan descabellada. El jefe rebelde urgió a todas las “fuerzas populares del mundo a levantarse contra este gesto autocrático y apoyar al movimiento democrático del pueblo nepalés”. A pesar de sus llamamientos a un “Nepal muerto” durante tres días, las calles seguían bulliciosas, si bien el ejército y la policía supervisaban todos los movimientos. El primer ministro destituido como el resto de los principales dirigentes políticos del país se hallaban bajo arresto domiciliario desde el martes y centenares de militantes de partidos, sindicalistas y líderes estudiantiles habían sido detenidos, según fuentes de las fuerzas políticas.
El gesto de la realeza nepalesa también provocó la ira de la comunidad internacional. Washington dijo estar “profundamente preocupado” por lo que “parece un retroceso de la democracia en Nepal” y el secretario general de la ONU, Kofi Annan, habló de “un serio revés para el país”. El rey destituyó el martes al anterior gabinete, acusándolo de no acabar con una sangrienta insurrección maoísta que causó más de 11.000 muertos desde 1996. El objetivo de la guerrilla, que controla dos tercios del país, es derrocar a la monarquía para instaurar un régimen comunista. Ante la nueva situación en Nepal, Amnistía Internacional advirtió que en el estado de emergencia de 2001-2002 hubo toda clase de violaciones de derechos humanos.