Vie 25.03.2005

EL MUNDO  › OPINION

La ruta de la descolonización soviética

› Por Claudio Uriarte

Primero fue Georgia, luego vino Ucrania y ahora es Kirguiztán la nueva ex república soviética que rompe con los últimos lazos de dependencia que la ligaban a Rusia. Este es el análisis del saber convencional y no está nada mal, salvo que verifica una sola dirección de la espiral democratizadora y descuida considerar su necesario correlato opuesto: la descolonización soviética que está en marcha no se despliega sólo hacia afuera sino también hacia adentro, y lo que hasta ahora se ha visto en la periferia de la Federación Rusa no tardará en ocurrir al interior de su conglomerado de 98 repúblicas. Vladimir Putin, que tanto capital político, económico, diplomático y militar, invirtió en preservar la dependencia de un enclave atrasado y oscuro como Chechenia dentro de ese conglomerado de 98 repúblicas, terminó perdiendo la joya ucraniana de la corona del Imperio Ruso sin que se disparara un solo tiro y desatando lo que parece una imparable serie de réplicas.
En esta nueva versión de la teoría del dominó, un elemento común se destaca en cada uno de sus eslabones: la deserción de las fuerzas de seguridad. De hecho, estos desgajamientos del Imperio Ruso podrían verse como consecuencias demoradas de la caída del Muro de Berlín, cuya clave fue precisamente la negativa de Moscú a intervenir militarmente en favor del atribulado régimen de Alemania Oriental. Acciones militares rusas (o, si se prefiere, “soviéticas”) aseguraron el dominio de esas posiciones en primer lugar, y luego las sostuvieran agresivamente en Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968); correlativamente, la falta de acciones militares rusas causó el desánimo de las fuerzas de seguridad germano orientales en 1989 y de sus gemelas en el resto del bloque del Este, durante la seguidilla de colapsos que siguió hasta la implosión de la misma URSS en 1991. Los movimientos democráticos eran reversibles, pero los dictadores del Pacto de Varsovia sabían que no podían descansar puramente en las fuerzas de seguridad locales (integradas quizá por hermanos o primos, o amigos de los manifestantes) sin la garantía de una fuerza extranjera decisiva que las respaldara.
En la actual serie de dominós, cada uno un anillo más próximo al núcleo de poder ruso, aparece, sin embargo, una novedad transcendente: la instalación de bases militares estadounidenses en la periferia rusa. Georgia ya tiene una importante colonia castrense de Estados Unidos en su territorio, y Kirguiztán, actual sede de una base de 1000 hombres que se encuentra en expansión, sirvió como uno de los puntos de arranque –otro fue la república también ex soviética de Uzbekistán– de la exitosa campaña de Afganistán en 2001. Detrás de las revoluciones de rosas, naranjas o tulipanes que hoy satura el sentimentalismo popular hay un subtexto de enfrentamientos estratégicos futuros, que recién ahora empieza a emerger.

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