Lun 30.05.2005

EL MUNDO

Diecisiete años, ocho meses y un día con la muerte pisándole los talones

Juan Meléndez fue condenado a muerte en Florida, en 1984, por un homicidio que no cometió. En su cuarta apelación, reconocieron su inocencia. Ahora da conferencias para abolir la pena de muerte.

Por Guillaume Fourmont *

Nada menos que 17 años, ocho meses y un día. Juan Roberto Meléndez (Brooklyn, Nueva York, 1951) lo repite una y otra vez como si fuese su DNI. Cuenta su historia con una sonrisa que resulta inexplicable: la de un condenado a muerte que sobrevivió en el corredor de la muerte en una cárcel de Florida por más de 17 años.
Los estudiantes de la Universidad Americana Saint-Louis de Madrid escucharon el alegato de Meléndez contra la pena capital. Se parece a un cantante de rap con las cadenas de oro que lleva. “Me llamo Juan Roberto Meléndez y fui condenado a muerte por un crimen que no cometí”, declaró antes de recordar las tres cifras: 17 años, ocho meses y un día.
“Raptado y encerrado en un sótano sin luz natural y con la amenaza constante de que lo iban a matar.” Las palabras del escritor francés Albert Camus en un manifiesto contra la pena de muerte se hicieron realidad para Meléndez el 2 de mayo de 1984. Apenas tenía 33 años y acababa de llegar de Puerto Rico, donde vivió toda su vida, a Florida en busca del sueño americano. Estaba acusado de haber asesinado a Delbert Baker. “Llegaron todos armados –recordó Meléndez–. Querían ver mis dientes, se los enseñé; querían ver mi tatuaje, se los enseñé”, siguió mientras recogía su manga para dejar aparecer aquel tatuaje. “Muy bien. Es usted el hombre que buscamos”, le dijeron. Tras ingresar en una prisión federal, lo condenaron a muerte por asesinato. Las únicas pruebas eran los testimonios de dos testigos “dudosos”, según Meléndez.
No entendía nada, no hablaba inglés y no le ofrecieron un traductor para su defensa. “La cárcel era terrible, había ratas, tenía miedo.” Pasaron 10 años, aprendió inglés, a escribirlo y a leerlo. Las apelaciones fracasaban una tras otra. “Pensé en suicidarme, porque habría estado muerto aunque libre”, dijo. Pero no tiró la toalla y siempre juró su inocencia, aunque reconoció que necesitaba “un milagro”.
La cuarta apelación fue la buena. En Estados Unidos se puede apelar una condena a muerte siempre y cuando se aporte algún elemento nuevo que permita dudar de la culpabilidad del acusado. Se presentó entonces al juez una cinta en la que el verdadero asesino confesaba el crimen. El Estado de Florida renunció a perseguirlo nuevamente porque uno de los testigos había muerto y el segundo se había retractado. Meléndez quedaba libre. Al salir de la cárcel, el 3 de enero de 2002, se convirtió en el 99º condenado a muerte liberado por inocencia desde 1973.
“El milagro llegó”, dijo Meléndez. “Hoy, don Meléndez se va a casa”, le decían. “No entendí lo que estaba pasando, hasta que me dijeron que recogiera mis cosas.”
El martes, Meléndez confesó que su alegría al salir de la cárcel en 2002 también tuvo un sabor agridulce. “Estaba triste porque dejaba detrás de mí a todos mis compañeros. Y sabía que todos iban a morir”, contó.
Desde que salió de prisión, Meléndez se dedica a dar conferencias en el mundo entero, sobre todo en Estados Unidos, para abolir la pena de muerte. ¿También para los violadores y asesinos de niños? Meléndez es rotundo ante la pregunta: “La solución es la vida porque, como yo, hay injusticias. Y para los culpables, también la vida, sin derecho a libertad condicional”.
Meléndez tiene todas las cualidades de un gran orador. “God bless you and I love you all” [Que Dios les bendiga y les quiero a todos] exclamó para despedirse de los estudiantes. “Me llamo Juan Roberto Meléndez y fui condenado a muerte por un crimen que no cometí”, repitió por última vez antes de pedir a todos su apoyo para abolir la pena de muerte.
Un crimen que no cometió. La preciosa cinta que exoneró a Meléndez había sido olvidada en un cajón de la policía, un mes antes de que fuera condenado a muerte, en 1984. Y no se investigó el caso. Un olvido que robó a Meléndez 17 años, ocho meses y un día de su vida; 17 años, ocho meses y un día con la muerte en los talones.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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