Mié 01.06.2005

EL MUNDO  › VILLEPIN ES EL PRIMER MINISTRO, SARKOZY MINISTRO DE ESTADO

Las dos caras del mismo Chirac

Tras la negativa francesa al Tratado Constitucional de Europa, el presidente Jacques Chirac parece reforzar la línea que impugnó el electorado. Nombró como premier al conservador social Dominique de Villepin e reincorporó al más liberal, Nicolas Sarkozy.

› Por Eduardo Febbro

El presidente francés cumplió a su manera con la promesa de darle un “nuevo impulso” a su política. Cuarenta y ocho horas después del estrepitoso rechazo del Tratado Constitucional europeo, Jacques Chirac nombró a un nuevo primer ministro, Dominique de Villepin. Lejos de encarnar el cambio exigido en las urnas por los electores, Villepin es el emblema más elegante de la política aplicada desde la victoria de la derecha en las elecciones presidenciales de 2002. Ex ministro de Relaciones Exteriores, autor de varios libros sobre poesía y literatura, fiel colaborador del jefe del Estado, secretario general de la presidencia durante siete años y, hasta ayer, ministro de Interior, Dominique de Villepin es un aristócrata refinado plebiscitado por las mujeres gracias a sus encantos y elegancia. El nuevo premier se hizo famoso en el curso de la crisis franco-norteamericana que se desató durante las discusiones diplomáticas en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a raíz de la invasión de Irak.
Villepin protagonizó un duro enfrentamiento verbal en la ONU con el entonces secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, ante quien defendió con vehemencia “la vieja Europa”, en oposición a la “nueva Europa”, tan alabada por la administración Bush debido a que estaba a favor de la guerra. Villepin es un personaje político poco común. A diferencia de la mayoría de la clase política nacional, Villepin es un hombre de gabinete que jamás se sometió a la decisión de las urnas. Concretamente, el primer ministro no fue electo por el pueblo a ningún mandato porque nunca se presentó como candidato. Pertenece, en suma, a lo que en Francia se conoce como “la aristocracia de la alta administración”. Y es ese hombre el encargado de traducir en acción la masiva protesta de las urnas.
Francia vuelve a encontrarse ahora en una situación similar a la que vivió luego de las elecciones regionales y europeas del año pasado, ambas perdidas por la derecha gobernante. Los electores votan contra una política y Chirac termina reforzando la línea que los electores impugnaron en las urnas. El giro conservador queda tanto más demostrado cuanto que el presidente francés llamó al jefe del partido de derecha UMP, Nicolas Sarkozy, un hombre que encarna el ala más agresiva del liberalismo. Los analistas destacan que esa decisión deja presagiar que el presidente se va a implicar personalmente en la gobernabilidad del país. La personalidad y la trayectoria socio-política de Villepin, así como el ingreso al gobierno de Nicolas Sarkozy permiten augurar un gobierno más sereno y comunicador, pero no por ello menos liberal.
Chirac perpetúa su leyenda personal de hombre sembrado de contradicciones, capaz de decir una cosa y dirigirse luego a una dirección diametralmente opuesta. El presidente estableció una contradictoria cohabitación en la cabeza del ejecutivo. Villepin y Sarkozy representan dos “niveles generacionales” y ambos se enfrentaron públicamente en torno de temas tan centrales como el modelo social francés, la “discriminación positiva” o la política inmigratoria de Francia. Muestra de esa oposición radical, haciendo mención de Villepin, Sarkozy dijo una vez: “Habla del pueblo sin haber viajado nunca en segunda clase, de la gente sin haber sido jamás elegido”. El nuevo “impulso” presidencial es una combinación que los comentaristas califican como un “cóctel lleno de riesgos”.
Anoche, en un discurso pronunciado en la televisión, el mandatario llegó incluso a retar a los franceses. Por un lado, Chirac convocó al país a la unión “en nombre del interés nacional”, decretó la “movilización nacional” a favor de la lucha contra el desempleo y aclaró que el modelo socialfrancés no era un modelo como “el anglosajón” pero “tampoco un modelo sinónimo de inmovilismo”. Sin embargo, Chirac no descartó la eventualidad de nuevas reformas ni tampoco mostró la temperatura de la política de empleo que piensa llevar a cabo. Su mayoría parlamentaria está severamente dividida en torno de esta cuestión. Hay sectores de peso que reclaman una línea más liberal y otros lo contrario. En lo específico, la mayoría está separada en dos sectores: el que espera una reforma profunda del código del trabajo para que se levantan “los obstáculos” –o sea, la opción liberal–: y el que apuesta por una inclinación social a través del incremento de las inversiones públicas. Detalle sensible en este debate, la misma noche del referendo Sarkozy constató “el fracaso del modelo social francés”. Ayer, con todo, el jefe del Estado no ofreció un panorama claro y se limitó a alabar un modelo que definió como “basado en el dinamismo y la iniciativa individual, la solidaridad y el dialogo social”. Por el otro, al referirse explícitamente al voto negativo del domingo, Chirac precisó que “no podemos querer preservar nuestro modelo económico y social, no se puede pretender llevar nuestros valores en el mundo sin tomar en cuenta nuestro lugar en Europa”.
La oposición socialista y los sindicatos criticaron el aterrizaje de la pareja Villepin-Sarkozy. La CGT habló de “una ofensiva todavía más liberal” y la CFDT consideró que “estamos en lo virtual y lo ya conocido”. El Partido Socialista se pronunció en el mismo sentido. Según el PS, el presidente “continuará con la misma política”. Jean Marc Ayrault, presidente del bloque PS en la Cámara de Diputados, declaró que Dominique de Villepin no “tendrá margen de maniobra económico, financiero y social para responder a las esperanzas de los franceses”. Las críticas abarcaron ayer todas las notas del pentagrama: “provocación a la soberanía” (Partido Comunista), “negación de la democracia”, “error histórico”, “más de lo mismo”. Ecologistas, extrema izquierda, comunistas y socialistas digirieron mal las orientaciones de Chirac. “Vamos al caos seguro”, vaticinó el socialista Jean-Luc Melanchon. Y no son los únicos sectores. El centro francés, históricamente ligado a la derecha, se desmarcó del presidente negándose esta vez a formar parte del gobierno. “Los franceses tendrán el sentimiento de que se elige a la misma gente y se empieza de nuevo”, dijeron los portavoces de la centrista UDF. Las contradicciones presidenciales francesas siguen haciendo cundir el pánico en los otros países de la UE que deben aprobar el Tratado Constitucional mediante un referéndum. Hoy le toca el turno a Holanda (ver página 20), país donde los sondeos de opinión anticipan un “no” todavía más voluminoso que el francés. La mezcla compuesta por Chirac no arregla las cosas. El jefe del Estado llamó a dirigir el gobierno a un hombre que representa el conservadurismo social y, como segundo, convocó a otro, más populista y dinámico, cuya política es la síntesis del liberalismo expansivo. Tal vez esa extraña alquimia resuelva el enigma planteado alguna vez por el general Charles de Gaulle: “¿Cómo se puede gobernar un país que tiene más de 300 tipos de quesos?”

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