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El enemigo interno
Por Claudio Uriarte
La cacería está completa en Londres y Roma, pero sólo de aquellos involucrados en los ataques del 21 de julio. Es impensable que no haya otras “células durmientes” (o más o menos despiertas), por lo cual el tono de Scotland Yard busca preparar al público británico para un asedio que va a ser largo, y en el que la amenaza de nuevos atentados, por más eficacia que haya quedado demostrada en las operaciones policiales de los últimos 10 días, no puede descontarse. Eso va a implicar una intensificación del ya elevado nivel de vigilancia interna en Gran Bretaña, así como una ampliación y profundización de las redes de cooperación antiterrorista con las otras policías europeas, como la que permitió el arresto del somalí Osman Hussain en Italia.
De algún modo, lo ocurrido significa que una guerra antiterrorista preventiva (y no meramente reactiva) está por empezar en pleno en Gran Bretaña, y posiblemente en toda Europa. “Arreste primero, pregunte después” (o “dispare primero, chequee después”, como en el caso del joven electricista brasileño Jean Charles de Menezes la semana pasada) probablemente se convierta en la norma, así como un aumento de las escuchas e interferencias telefónicas, electrónicas y otras, su empleo como evidencia en los tribunales y una extensión del período durante el cual un detenido puede ser interrogado por la policía sin ser formalmente procesado: Tony Blair discutió la posibilidad esta semana con los líderes opositores Michael Howard (conservador) y Charles Kennedy (liberaldemócrata), donde el primer ministro no consiguió los tres meses que deseaba, pero de donde también emergió claramente que el actual máximo de 14 días va a ser ampliado.
La idea parece ser llevar la guerra al lugar de donde viene: la numerosa comunidad musulmana de Londres, y los entresijos y pasadizos secretos en que pudieron operar los atacantes. Pero este no es un problema que se resuelva con cuatro o cinco operaciones policiales espectaculares y exitosas como las del viernes 29; parece más bien en vías de convertirse en una especie de guerra permanente de baja intensidad. La revelación de que los terroristas “estaban entre nosotros”, como se dijo incesantemente esta semana, cayó como un balde de agua fría sobre la mayoría de los británicos. En realidad, no tenía que haberles extrañado tanto: después de todo, el llamado “Londonistán” es uno de los principales centros de reclutamiento y adoctrinamiento de musulmanes alienados del principal tejido social británico, y en muchas de sus mezquitas se pregonaban hasta hace poco llamados a la guerra santa contra Occidente. Es un poco como en la actual película Guerra de los mundos de Steven Spielberg, donde no hay invasión extraterrestre, sino que los vectores de destrucción han estado profundamente enterrados en las entrañas del planeta antes siquiera de que se formaran los países: el enemigo es ubicuo, decidido y puede aparecer en cualquier parte. Y una vez lanzada la primera ola de ataques contra los transportes de Londres, un pacto tácito de tolerancia y respeto mutuos parece haber volado por los aires: Scotland Yard ha entrado en una actitud ofensiva, y los líderes de la comunidad musulmana saben que todos sus miembros están bajo escrutinio.
Pero en una guerra, como observó sarcásticamente el estratega alemán Von Moltke, “el enemigo siempre tiene sólo tres cursos de acción posibles, y él invariablemente elige el cuarto”. En este sentido, la actual concentración de la atención en la comunidad musulmana, por crítica que ésta pueda ser en la marcha de las investigaciones, y en el desmonte de otras operaciones terroristas que estén y puedan estar siendo planeadas, puede distraer la atención de una hipótesis que en un principio capturó la mente de los investigadores, y que es la posibilidad de un terrorista o terroristas blancos, ya sean delincuentes de alquiler o –lo que es más inquietante– personas desafectas con su posición social o sus empleos, y que pudieran resultar clave para cometer un atentado o transmitirinformación a los atacantes sobre posibles puntos de falla de los sistemas de seguridad.
En esta dirección, las nuevas actividades de Scotland Yard y el MI-5 no sólo incluirán la persecución ofensiva de las redes islámicas sino un nuevo autoescrutinio y un reexamen de las redes de seguridad pública, en medio de la certidumbre desalentadora de que la seguridad absoluta no existe. Es un corolario inquietante para un mes donde todo, desde los atentados del 7 de julio hasta las capturas del viernes, fue registrado por cámaras de televisión.