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› QUEMA DE AUTOS EN PLENO CENTRO
La batalla llegó a París
La guerra de los jóvenes árabes contra el Estado recrudeció entre la madrugada del viernes y anoche. Ardieron 1400 autos y por primera vez se vieron llamas en la Plaza de la República, pleno centro de la capital.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Desde la media altura de sus 11 años, Mahmud espía un ángulo de la calle. En cuanto los tres camiones de la policía antimotines atraviesan la avenida, Mahmud escribe un mensaje de texto en su teléfono celular y lo envía. El muchacho sueña con unirse a los “hermanos” que están en guerra, pero por ahora le han asignado sólo una “misión pasiva”: verificar las idas y venidas de las rondas policiales y dar la alerta. En cambio, Mohammad ya tiene 13 años y durante dos días consecutivos ya participó en la quema de autos y edificios públicos de la región de Saint-Denis. “El ministro de Interior pretendía limpiar los suburbios de la escoria, nosotros lo vamos a limpiar a él”, dice. Las edades de Mahmud y Mohammad testimonian la amplitud que está adquiriendo la rebelión suburbana de los jóvenes árabes-franceses de la tercera generación. Día tras día, la crisis de los suburbios se agrava en Francia y anoche llegó a la misma capital francesa. Anoche incendiaron dos vehículos en la Plaza de la República, pleno centro de París. A la madrugada, un brote de violencia ganó el distrito XIX de la capital francesa. Trece vehículos fueron incendiados y una comisaría atacada con cócteles molotov.
En apenas un día ardieron más de 1400 autos y la sublevación sobrepasó las fronteras de la región de Saint Denis y se extendió a varias ciudades del interior del país. Seis escuelas, dos municipalidades, tres depósitos de textiles, uno de neumáticos, uno de papel, una concesionaria de autos, un tribunal de primera instancia cerca de París y una sinagoga fueron arrasados por las llamas. La lista de ciudades que se suman al caos no hace más que crecer: barrios de Versalles, Burdeos, Estrasburgo, Toulouse, Rennes, Pau, Lille Dijon y Niza se unieron a lo que el fiscal de París, Yves Bot, calificó como “violencia organizada”. Según el funcionario, la violencia “responde a una estrategia que comprende la organización de una táctica móvil”.
En el plano político, en momentos en que el Primer Ministro francés Dominique de Villepin reunía un gabinete de crisis, el líder de la extrema derecha francesa Jean Marie Le Pen exigió la intervención del ejército y la instauración del estado de sitio en los suburbios afectados. El diputado ecologista Noel Mamère reclamó ayer la renuncia del Ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, en términos durísimos: “Que se vaya, que nos saque de encima sus palabras, sus frases, sus provocaciones, su llamada política de seguridad, que lo único que ha hecho es traer un poco más de inseguridad”.
El gobierno francés no logra retomar la iniciativa e imponer su discurso conciliador para aplacar la agitación. El Primer Ministro sigue explorando las soluciones posibles que se pueden encontrar a fin de cortar la violencia en las llamadas “zonas urbanas sensibles”, pero sus intentos no han dado resultado alguno. Los símbolos del Estado –escuelas, correos, municipalidades, comisarías, cuarteles de bomberos– son precisamente los blancos predilectos de quienes protagonizan los disturbios.
El odio se hace cada día más palpable y tiene un destinatario común: Nicolas Sarkozy, el titular de la cartera de Interior. Desde un chico de 8 años hasta un muchacho de 20, las frases recogidas por Página/12 en los suburbios incendiados contienen la misma herida, un sentimiento de humillación y de desprecio por parte de los representantes del Estado. “Sarko (apodo del ministro) actuó igual que Bush lo hizo en Irak. Nosotros se lo devolvemos al contado”. Los jóvenes acusan al ministro de haber jugado con fuego al introducir el tema de la seguridad en las ciudades-dormitorio con el único propósito de “instalar el tema artificialmente para posicionarse con vistas a las elecciones presidenciales de 2007”.
Los muchachos se muestran enardecidos con esa “confusión voluntaria” que tiende a sumar dos términos para desembocar en un tercero: jóvenes=islamistas. “Es muy fácil mantener esa confusión. Entonces, para que salgan de una vez por todas de las dudas, hemos decidido crear un movimiento de pánico general. Así estamos seguros de que no nos olvidarán y que sabrán que si nos levantamos no es porque somos islamistas sino porque nos han despreciado y dejado en el olvido social. Esto no es una guerra islamista. Es la voz de lo que el Estado llama zonas urbanas sensibles”, explica Khaled, uno de los “hermanos” jefes de la localidad de Aulnay-sous-Bois.
Los obispos franceses y el jefe de la mezquita de París y presidente del Consejo francés del Culto Musulmán, Dali Boubaker, entraron en el juego. Los primeros manifestaron su “viva preocupación” y juzgaron que “la represión y la incitación al miedo colectivo no son una respuesta a la altura de las tensiones dramáticas de nuestra sociedad”. En cuanto a Boubaker, el dirigente dijo esperar que el gobierno francés pronuncie “palabras de paz”. Una vez más, veladamente, las críticas de la cúpula religiosa se dirigen a Nicolas Sarkozy.
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