Jue 08.12.2005

EL MUNDO

Más de una silla vacía ante Saddam

Debilidades de sus testigos dejaron serios huecos en la acusación contra Saddam Hussein, que ayer boicoteó el proceso contra él.

› Por Angeles Espinosa*
Desde Ammán

Saddam Hussein boicoteó la quinta sesión del juicio que se instruye contra él y siete altos funcionarios de su régimen por la matanza de Dujail. Cumpliendo la amenaza que lanzó el día anterior, el ex presidente iraquí se negó a comparecer ante el tribunal, lo que motivó un retraso de más de cuatro horas mientras el juez Rizgar Amín negociaba con sus abogados. Finalmente, la sesión se reanudó con su silla vacía y, tras escuchar la declaración de un nuevo testigo, el magistrado decidió posponer la vista hasta el día 21, después de las elecciones de la semana próxima.
“El tribunal seguirá adelante con el proceso e informará al acusado del desarrollo del mismo durante su ausencia. Me refiero a Saddam Hussein”, manifestó el juez Amín al reabrir la audiencia, pasadas las tres de la tarde. De acuerdo con la ley iraquí, por cuyas normas junto a otros principios de derecho internacional se rige el tribunal, el juicio puede continuar hasta el final sin Saddam. Un nuevo testigo, el octavo desde que se iniciara el proceso el pasado 19 de octubre, relató su detención y tortura a raíz del intento de asesinato que Saddam sufrió en su localidad, Dujail, en 1982. La represalia oficial incluyó detenciones masivas, la muerte de 148 de sus habitantes y desalojo de muchos más. Sin embargo, tampoco este hombre, identificado con la letra uau del alfabeto árabe, fue capaz de establecer una conexión directa entre las sevicias que sufrió y los acusados. Narró cómo tras su detención fue llevado a la sede del Partido Baaz, donde oyó a gente “gritando a causa de los golpes que recibían”. En su caso, responsabilizó directamente a Barzan Ibrahim, el hermano de madre de Saddam Hussein.
“Cuando llegó mi turno, el investigador me preguntó mi nombre, se volvió a Barzan y le preguntó: ‘¿Qué hacemos con él?’ A lo que Barzan respondió: ‘Llévenselo. Puede ser útil’. Estábamos medio muertos a causa de los golpes”, declaró. No obstante, a preguntas del juez, reconoció que en aquel momento tenía los ojos vendados y que supo que era Ibrahim el que daba las órdenes porque se lo dijeron otros presos. Algo similar ocurrió después de que mencionará que vio cómo los guardias mataban a uno de los prisioneros en la cárcel. El juez inquirió entonces si había visto cómo mataban a alguno de los habitantes de Dujail. “No”, respondió el testigo, dando sin querer un nuevo asidero a los acusados, que no desaprovechan el menor punto débil para intentar sembrar dudas sobre la solidez del caso. El ex presidente y el resto de los acusados consideran que el proceso es una comedia y han tratado de interrumpirlo en repetidas ocasiones. Para ello han recurrido a descalificar al juez y al jefe del equipo fiscal e incluso a acusar a los temerosos y ocasionalmente incoherentes testigos de estar mintiendo. Hasta ahora sólo dos se han atrevido a hacerlo a cara descubierta. El resto declara protegido por una cortina y con la voz distorsionada de forma electrónica para que no pueda reconocerse. Tal es el miedo que aún despiertan el dictador y sus simpatizantes. De Saddam, sin embargo, no se ha visto en estas cinco sesiones ningún gesto de remordimiento por lo sucedido durante sus tres décadas en el poder ni de simpatía hacia las víctimas. Al contrario, se ha mostrado desafiante, incluso agresivo con los jueces, y ha tratado a los testigos de “colaboracionistas al servicio del ocupante”. Una actitud parecida mantienen sus colaboradores. Ayer, Ibrahim se quejó de sus condiciones de detención, tratando de establecer un paralelismo con las situaciones que describen sus víctimas, y Taha Yasín Ramadán, que fuera vicepresidente, leía un libro mientras el testigo declaraba.
Aunque sean una minoría, algunos iraquíes siguen apoyando a Saddam. Unos cuantos centenares de personas se manifestaron ayer a su favor en Auya, su aldea natal, igual que al inicio del juicio lo hicieran en Tikrit, la vecina capital provincial. Además, antes de que empezara la audiencia,varios hombres armados atacaron el hospital de Kirkuk, 250 kilómetros al norte de Bagdad, y liberaron a un detenido por haber intentado asesinar a uno de los jueces del tribunal, el instructor del caso Raid Yuhi.
La matanza de Dujail sólo es el primer caso de una larga lista de crímenes que, en teoría, deberían juzgarse de forma sucesiva por el mismo tribunal. Entre ellos, la represión de los chiítas en 1991, el gaseo de 5000 kurdos en Halabya en 1988, el desplazamiento forzado de 182.000 kurdos entre 1987 y 1988, la guerra con Irán o la ocupación de Kuwait. Sin embargo, si como todos esperan el dictador es condenado a muerte, no afrontará más juicios, ya que la ley iraquí establece que la condena debe ejecutarse en el plazo de un mes y no es conmutable por otra pena.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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