EL MUNDO
› JOHN MCCAIN, CRITICO DE LA TORTURA QUE QUIERE LA PRESIDENCIA
La cara amable de la guerra a Irak
Torturado por los norvietnamitas en la guerra de Vietnam, se ha puesto al frente de las críticas contra los abusos de la Casa Blanca en Irak. Y sin embargo apoya la guerra, con un ojo en la presidencia.
› Por José Manuel Calvo *
Desde Washington
El senador John McCain cae bien a casi todo el mundo en EE.UU. Buena parte de los ciudadanos, y desde luego los republicanos, están orgullosos de él porque es un héroe de guerra; a los independientes les encanta, porque habla de política como si fuera un ser humano y no se casa con nadie. Y los demócratas lo ven con buenos ojos, hasta el punto de que John Kerry le pidió hasta en siete ocasiones que lo acompañara en la fórmula presidencial de 2004 (otro gallo le hubiera cantado a Kerry, probablemente, de haberlo convencido). McCain desafía las etiquetas y basa su capital político en su imagen de honradez y en su estilo de Quijote.
No hay nadie como el torturado McCain para obligar a la Casa Blanca a aceptar la prohibición de la tortura, como ocurrió la semana pasada. Nadie como él para defender sin complejos la guerra de Irak, para atacar, como hizo en el pasado sin éxito, a las tabacaleras o para intentar –con mal desenlace, porque el tiro le salió por la culata– controlar la obscena infusión de dinero en las campañas electorales. Ningún otro republicano podría decir –y sufrir por ello, en el 2000– que los líderes ultrarreligiosos Pat Robertson y Jerry Falwell son “fuerzas del mal”. John McCain, que apoyó a Bill Clinton para que Estados Unidos reanudara las relaciones con Vietnam, cae bien a la gente además porque ha sido doblemente sobreviviente: superó con éxito dos melanomas y una intervención de próstata. Para colmo, el senador tiene otras dos cosas atractivas: sentido del humor (“¿Cómo quiere Kerry que sea su vicepresidente? ¡Ya me pasé cinco años encerrado en una celda en Vietnam!”) y atracción en los medios: los tiburones del cuarto poder, los mismos que despanzurraron a Clinton y que golpean sin piedad a Bush, lo miman y entran en el juego que con tanta habilidad cultiva McCain.
Por todo esto y, sin duda, por sus ambiciones políticas, la carrera de McCain hacia la Casa Blanca, que tropezó con George W. Bush hace cinco años, está de nuevo en marcha, aunque el senador no ha mostrado aún sus cartas, ni lo hará hasta 2007, después de que las legislativas del próximo otoño den una pista de por dónde sopla el viento. A la espera tiene algunos obstáculos. El menor, pero no despreciable, es su edad. McCain, que nació en el canal de Panamá y que es padre de siete hijos y tiene cuatro nietos, cumplió en agosto 69 años (aunque Ronald Reagan tomó posesión dos semanas antes de cumplir los 70).
Lo más complicado es su borrascosa relación con el ala religiosa del partido. A McCain le pasa como al promisorio demócrata Mark Warner: a los dos les va a ser más difícil ser candidatos que ser presidentes, les costará más –si se lanzan– superar el feroz filtro de las familias del partido que las veleidades del electorado.
Pero para las presidenciales falta un mundo. Por ahora, McCain es el hombre del momento: es el líder moral del Congreso, el hombre que ha alzado la bandera de la prohibición de la tortura en una mano, pero la de la necesidad de la victoria en Irak en la otra. Es el republicano menos contagiado por las críticas que han hundido al presidente. Tampoco le alcanza el rechazo que genera la clase política (tres de cada cuatro estadounidenses desconfían de la Administración y de los partidos).
Cuando se sabe que la institución en la que más confía el país (el 65 por ciento) es el ejército, es más fácil de entender la popularidad de McCain. Tanto su padre como su abuelo fueron almirantes; él se graduó en la Academia Naval y estuvo en activo durante 22 años, cinco de los cuales los pasó en un campo de concentración en Vietnam del Norte después de que su avión fuera derribado sobre Hanoi el 26 de octubre de 1967, cuando tenía 31 años y llevaba a cabo su misión número 23. Con las dos piernas y un brazo rotos, fue trasladado a la principal cárcel de la capital norvietnamita, el Hanoi Hilton. Los primeros meses no fueron malos, contóMcCain en US News & World Report. Rechazó tratos de favor y la promesa de ser liberado si reconocía haber cometido crímenes de guerra. Después, en otro campo de prisioneros y el 4 de julio de 1968, el mismo día en que su padre fue nombrado comandante de la flota del Pacífico, dos interrogadores, apodados El Conejo y El Gato, le dieron un ultimátum. A los pocos días, diez guardias lo golpearon sin parar. “Después de unas cuantas horas así, fui atado y pasé la noche sin poder moverme. Durante los cuatro días siguientes, cada dos o tres horas volvían a pegarme. Me rompieron de nuevo el brazo izquierdo y varias costillas.”
Después de esos cuatro días, McCain firmó que había cometido crímenes de guerra. El 15 de marzo de 1973, en la fase final de la guerra, fue puesto en libertad. Después de recuperarse y pasar por el quirófano, mantuvo el uniforme, aunque no volvió a volar. En 1977 fue asignado a un puesto decisivo para su futuro: enlace de la Marina con el Senado. Vio la política de cerca, y le gustó. En 1981 dejó la Marina y se instaló en el Estado de su segunda mujer, Arizona. Allí se lanzó a la arena y fue elegido para la Cámara de Representantes en 1982. En 1986 ganó el escaño del Senado. Y en 2000 desafió a Bush en la nominación republicana.
La pelea fue durísima. Después de su éxito en New Hampshire, donde humilló a Bush con una ventaja de 16 puntos, el aparato se movilizó y lo aplastó en una campaña en la que hubo dinero, juego sucio y rumores siniestros. McCain perdió las primarias y aprendió que sin el partido no hay carrera política que valga. En 2004, su apoyo a Bush fue muy importante. ¿Llegará la compensación en 2008? Ocurra así o no, su prestigio es ahora más fuerte que nunca, y se afianza con imágenes como las de la pasada semana, con Bush en la Casa Blanca. “Es un hombre bueno que honra los valores de América”, dijo el presidente. Un mensaje útil, en el futuro, para neutralizar el furor que el senador produce a la extrema derecha religiosa, aunque McCain es creyente, como la mayoría de sus compatriotas: “Lo que nos mantuvo con fuerza para sobrevivir a la tortura fue que teníamos fe los unos en los otros, fe en Dios y fe en nuestro país”, dijo a Newsweek.
Los otros flancos están cubiertos: los estadounidenses asqueados por las zonas oscuras de torturas y cárceles secretas aprecian que diga: “Los terroristas son la quintaesencia del mal, pero no se trata de ellos, se trata de nosotros. Estamos en una batalla por las cosas en las que creemos y que defendemos”. Los que aún creen que Irak fue una guerra que había que librar, a pesar de lo que ahora se sabe, celebran esta afirmación: “Es mentira decir que el presidente mintió”. Tampoco ofrece la menor duda el McCain patriota en Irak: “El primer objetivo no es retirar las tropas, es ganar la guerra”.
McCain ha sido también un oportunista, un frío calculador, Y tiene flancos vulnerables: critica a Rumsfeld y apoya la guerra; está preocupado por el calentamiento global y quiere legalizar a los inmigrantes sin papeles, está en contra del aborto y a favor de las bodas gays, apoya la investigación con células madre y es partidario de incluir la doctrina del diseño inteligente en las escuelas. Ha cometido errores; algunos se conocen y otros se conocerán a medida que los medios lo sometan al escrutinio por el que debe pasar todo el que quiera trabajar en la Oficina Oval. Pero ha sido rápido a la hora de pedir perdón. Lo hizo tras llamar fea a Chelsea Clinton; lo hizo al comparar a su compañero Newt Gingrich con Jeffrey Dahmer, el carnicero de Milwaukee. Pidió disculpas también por haber cometido adulterio durante su primer matrimonio y por haber usado fondos electorales ilegales en una ocasión. Aparentemente, ha sido perdonado por todo. Hay una sola cosa que McCain no se perdona, pero de la que nadie lo culpa: haber admitido, bajo tortura, ser un criminal de guerra.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.