EL MUNDO › ASCENSO Y CAIDA DE UN LOBBYSTA TOP
Jack Abramoff era un hombre muy importante en Washington, pero ahora su caída en desgracia amenaza manchar a numerosos legisladores republicanos.
El restaurante con paneles de madera propiedad de Jack Abramoff en la avenida Pennsylvania, donde daba de beber y de cenar a sus amigotes del Congreso, ahora permanece cerrado y vacío. Los millones de dólares que entregó a políticos en contribuciones de campaña están siendo rápidamente desviados a obras de caridad. Pero el Washington oficial no se librará de él tan fácilmente. Casi dos años atrás, Abramoff era el rey sin corona de K Street o el Pasaje Gucci, la calle más importante para los lobbistas de Washington. Ahora es la figura central en el mayor escándalo político en una generación –un embrollo de comisiones, fraude, tráfico de influencias, y soborno que pueden destruir algunos de los nombres más importantes del Congreso–.
La semana pasada su desgracia era completa. El antiguo super-lobbista salió con dificultades de una corte de Washington a cuatro cuadras de su restaurante Signatures, luego de completar un acuerdo con los fiscales federales. Un sombrero negro oscurecía a medias su cara, un piloto negro estaba ajustado fuertemente alrededor de su amplio estómago. Fue un penoso final para una carrera que era un estudio de caso sobre el verdadero modo en que Washington funciona, más allá de las glamorosas recepciones y las conferencias de prensa. El joven Jack Abramoff comenzó a hacerse conocer a principios de 1980 como presidente de los Republicanos Universitarios. Fue a Hollywood y produjo un par de películas, antes de volver a Washington en la cresta de la ola de la impresionante toma republicana del Congreso en las elecciones de mitad de período de 1994. Junto a dos amigos de los Republicanos Universitarios, el líder conservador y cristiano Ralph Reed y el fanático de reducción de impuestos Grover Norquist, era parte de una poderosa red que se expandía hasta incluir un ambicioso parlamentario de Texas llamado Tom DeLay.
Hacer lobby se trata de dinero y acceso –y en ambos, Abramoff tenía las entradas correctas–. DeLay era su contacto y aliado crucial. Simultáneamente, Abramoff dio con un importante abastecedor de dinero en la forma de seis tribus indígenas listas para gastar megadólares para proteger sus lucrativos intereses de casino. Junto con su socio Michael Scanlon (que fue en el pasado vocero de DeLay), Abramoff extrajo 80 millones de dólares de las tribus para hacer avanzar su causa en Washington. El esquema era complejo, aunque hermosamente simple. Se quedaban con parte del dinero de los indígenas, otra parte la utilizaban para distribuir favores a los congresistas, y otra parte la utilizaban para demostrar que eran gente muy poderosa. Además de las tribus, las Fuerzas Armadas paquistaníes se contaban entre los muchos clientes de Abramoff. Su ritmo era frenético, pero incluso encontró tiempo para organizar negocios, incluyendo Signatures y una escuela preparatoria judía en los suburbios de Washington. Para finales de la década, dirigía una verdadera industria de tráfico de influencias.
Abramoff mantenía cuatro lujosos palcos en el estadio de Washington, donde llevó a cabo 72 eventos de recaudación de fondos –mayormente para Republicanos– entre 1999 y 2003. En alrededor de un año, Signatures proveyó de comidas gratis por un valor de 80.000 dólares para sus camaradas; para los más favorecidos hubo viajes a St Andrews y otros santuarios escoceses de golf. Con sus lobbistas autorizados y sed insaciable por financiamientos de campañas, el sistema legislativo norteamericano ha sido calificado como soborno legalizado. Con Jack Abramoff, se convirtió en corrupción completa. Pero las tribus que lo hicieron quien es terminaron destruyéndolo. La sórdida saga salió a la luz en audiencias del Senado a principios de 2004, con emails de Abramoff y Scanlon describiendo a sus clientes como “monos” y “trogloditas”.
El FBI comenzó una investigación, y a finales de 2005 Scanlon llegó a un acuerdo con la fiscalía, acusando a Abramoff. Para salvar su pellejo –o, posiblemente, reducir su probable sentencia de 30 años a un máximo de 11–Abramoff hizo lo mismo, admitiendo evasión de impuestos, fraude y conspiración para sobornar, y acordando cooperar con los fiscales. En otras palabras, dirá nombres. Se cree que el FBI está indagando a al menos 20 miembros del Congreso y asesores importantes. La confesión de Abramoff encendió la luz de la cocina en medio de la noche. Las cucarachas se están escabullendo en búsqueda de refugio, entregando sobornos, y repitiendo: “¿Jack Abramoff? Nunca lo conocí.” Pero rodarán cabezas. Entre ellas la de DeLay, quien ayer confirmó que su rol como líder de la mayoría en la Cámara de Representantes ha terminado. En el 2000 aceptó un viaje de Abramoff a Escocia. Lo mismo hizo en 2002 el congresista republicano Bob Ney, que probablemente será expulsado de su presidencia de un poderoso comité de la Cámara –y posiblemente le irá peor–. Dennis Hastert, el vocero, ha dado rápidamente los 69.000 dólares de fondos que recibió de Abramoff a una afortunada asociación de caridad, pero puede no ser suficiente para salvarlo.
Este escándalo difícilmente involucra a George Bush. Pero sin embargo ser un desastre para el presidente. La mayoría (aunque no todos) de los involucrados son Republicanos, y los votantes podrían castigar al partido entregando el control del congreso nuevamente a los demócratas en las próximas elecciones de mitad de término. Eso permitiría audiencias controladas por los demócratas sobre Irak y otros papelones, haciendo miserables los dos últimos años de su administración.
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