Dom 05.02.2006

EL MUNDO  › OPINION

El velo y el turbante

› Por Claudio Uriarte

Ese choque se reproduce ahora, y cruza ampliamente las divisiones entre derecha e izquierda: un medio populista reaccionario como France Soir publicó las fotografías, pero también lo hicieron progresistas como Libération y El País; otros progresistas como Le Monde se negaron a seguir echando leña al fuego, pero también lo hizo toda la prensa británica, incluyendo a su notoria facción amarillista. Es evidente que estamos ante una confusión, para decir lo mínimo. El eje de esa confusión es la separación entre la Iglesia y el Estado, por lo menos como se da en la Europa poscristiana, y su choque con las numerosas comunidades musulmanas que alberga en su interior, que evidentemente no ha logrado asimilar, y menos aún remodelar a su imagen y semejanza. Y la confusión se da porque valores tradicionalmente asociados a la izquierda y al progresismo –como aquella separación, la liberación y el trabajo femeninos, el aborto, etc.– entran en violento conflicto con oprimidos a los que debería representar, o “liberar”, y que, según es evidente por la tempestad desatada en el mundo islámico, no tienen el mínimo interés en ser “liberados”, al menos por esta cultura y de esta manera. Pero incluso aquí se da esa especie de cinta de Moebius donde todo lo que parece una cosa de algún lado se convierte en su opuesto en el otro: nadie dirá que los gobiernos de Irán o Arabia Saudita o la organización de Osama bin Laden, con su filosofía y práctica de intensa represión interna, regreso a un Islam ideal del siglo XIII y subyugación de las mujeres, son de izquierda –más bien, y bajo parámetros occidentales, son de una ultraderecha de lo peor–; sin embargo, sus pueblos han salido a defenderlos contra lo que percibieron como un agravio propio en los últimos tres días.

Desde luego, insultar a una religión entera –y hay 1200 millones de musulmanes en el mundo– nunca fue una gran idea, menos aún en clave “liberatoria”. No se necesita ser muy políticamente correcto para entender que el danés que permitió la publicación de esos dibujos en primer lugar, y los noruegos que las republicaron alegremente el mes pasado, están por lo menos fuera de contacto con todo lo que está sucediendo en el mundo musulmán (con la invasión estadounidense de Irak en primer término). Ayer la furia les llegó a sus suelos diplomáticos, aunque uno sospecha que con la anuencia de las autoridades sirias, que permitieron el incendio de las embajadas de Dinamarca y Noruega (Chile y Suecia cayeron en la volteada simplemente por estar en el mismo edificio que la embajada danesa), pero se cuidaron muy bien de evitar que lo mismo ocurriera con las representaciones diplomáticas de Estados Unidos y Francia. Poco hay de “espontáneo” bajo el régimen policial de Bachar al Assad.

Pero la onda expansiva está largada, y no está claro cómo pararla. Los dos gobiernos escandinavos estuvieron lerdos de reflejos en su reacción a la indignación causada y, cuando se asomaron a pedir algo parecido a disculpas oficiales (por lo que, hay que reconocerlo, eran acciones decididas por diarios independientes), todo pareció demasiado poco, demasiado tarde. La principal preocupación ahora es que la polarización no desemboque en capital político para Mahmud Ahmadinejah, el demagogo nuclear que está convocando a la destrucción de Israel y la guerra contra Occidente.

Por último, las controversias del velo y el turbante ponen en evidencia una difícil situación para las democracias occidentales, a las que se les pide que renuncien a parte de sus derechos para satisfacer la ley religiosa de extranjeros, y países extranjeros. De allí también que la fractura cruce transversalmente derecha e izquierda, y las capitales occidentales se encuentren hoy confundidas entre su identidad y las paradojas del multiculturalismo “políticamente correcto”.

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