Mié 08.02.2006

EL MUNDO  › HABLA SALVADOR RIC RIERA, EL “GELBARD” DEL GOBIERNO DE EVO MORALES

“Estamos volviendo a Raúl Prebisch”

Rico y cruceño, Salvador Ric Riera es una mosca blanca en la elite empresarial de Bolivia. Por la misma razón, es ministro de Obras y Servicios Públicos del flamante gobierno de Evo Morales. Se define como de izquierda y cuenta a Página/12 sus planes y sus ideas.

Por Pablo Stefanoni
Desde La Paz


Luego de conversar algunos minutos con Salvador Ric Riera viene a la mente una imagen que no se borrará a lo largo de toda la entrevista: la del “burgués maldito” José Ber Gelbard. El ministro de Obras y Servicios Públicos del nuevo gobierno boliviano declaró un patrimonio personal de 40 millones de dólares, 31 veces más que la riqueza de todos los integrantes del Ejecutivo juntos, pero se define como “de izquierda” en este reportaje de Página/12.

–Sorprendió esta combinación de empresario cruceño, rico y de izquierda. ¿Quién es Salvador Ric Riera?


–Soy hijo de republicanos españoles exiliados y tercera generación de luchadores sociales. El hecho de ser empresario no me impidió mantener los sueños de un mundo más justo, a pesar de vivir en un país tremendamente injusto como Bolivia. Toda mi familia es de izquierda, imbuida en el pensamiento profundo de justicia social heredado de la Guerra Civil Española. Además yo estudié en Uruguay en los ’70 y viví la época del Che, todo eso me marcó mucho.

–¿Se puede ser un empresario tan rico y de izquierda?

–Creo que no se necesita tener pantalones rotos para ser de izquierda, eso está en la cabeza y en el sentimiento de cada uno. El mundo es de ideas, no de actividades; hay mucha gente sin zapatos que es de derecha.

–Las corporaciones empresariales de Santa Cruz de la Sierra no parecen coincidir con usted. ¿Cómo se lleva con ellas?

–He tenido muchos problemas. Soy el patito feo entre los empresarios. Sería más fácil ser un empresario de izquierda en Europa donde muchos son socialdemócratas e inclusive más a la izquierda, pero en Bolivia y, sobre todo en Santa Cruz, las corrientes conservadoras son muy fuertes, impulsadas por una burguesía blanca con la que siempre discrepé y eso me impidió llegar a presidir varias instituciones (empresariales). De alguna manera, mi pensamiento, más que empresarial, podría definirse como de una clase media intelectualizada, que siempre se vinculó con el mundo a través de la prensa, de la literatura.

–Y usted, que conoce desde adentro a las elites cruceñas, ¿cómo ve la demanda de autonomía?

–Es imposible mantener un país centralista, no solamente en Bolivia. Las autonomías fueron incorporadas a las legislaciones de los Estados más avanzados, pero es cierto que el momento histórico que vive nuestro país ha hecho que las empresas petroleras apoyen el proceso de autonomías, porque parecería que les es más fácil negociar con gobiernos regionales. Históricamente las corporaciones transnacionales debilitaron a los Estados nacionales para poder hacer mejores negocios; ahí está el caso de Panamá. Pero también hay que decir que en Santa Cruz hay muchas personas nacionalistas y que el pensamiento fascistoide de gran parte de los grupos de poder no es monolítico.

–¿Su nombramiento es un intento de alianza con la burguesía nacional “insolente”, menos alineada con las transnacionales?

–Yo soy un empresario disidente, coincido con el pensamiento indigenista. Viendo a la gente humilde en las calles era muy difícil para una persona sensible estar en contra de este movimiento. Y lo manifesté públicamentediciendo una frase que recordaba de Uruguay: “Habrá patria para todos o no habrá patria para nadie”, y eso caló tanto que me hizo la vida imposible. No podía ni salir a la calle, mucha gente dejó se saludarme, ya no me invitaban a fiestas... pero sectores de clase media y pequeños y medianos empresarios cruceños se fueron abriendo, y llegamos al 33 por ciento de los votos.

–Algunos dicen que usted es el nexo con los sectores del capital nacional que siempre quedan fuera de las licitaciones financiadas por organismos internacionales. Recaló justamente en el Ministerio de Obras Públicas.

–No creo que ésa sea la intención de mi nombramiento, pero es cierto que éste es un gobierno cepalino, que busca proteger el mercado interno, a los productores nacionales y desarrollar una mayor justicia social. Si miramos a esta izquierda con los ojos de los años ’70 de izquierda no tiene nada.

Pasando a su pregunta puntual: hoy, cuando hay un crédito externo, las condiciones para calificar como empresa constructora excluyen de hecho a las empresas bolivianas, que facturan como máximo 15 o 20 millones de dólares al año cuando las exigencias de facturación rondan los 150 millones. Incluso a las argentinas les cuesta calificar; puede calificar alguna brasileña y, sobre todo, europeas. Nosotros vamos a hacer un esfuerzo para que se le dé prioridad a lo nacional. Estamos viviendo una época como la del nacionalismo argentino.

–¿Una especie de vuelta al capitalismo nacional?

–Está el espíritu de Raúl Prebisch en esto. Creo que el actual proceso es una respuesta a la mayor pobreza que heredamos de los programas neoliberales de los ’90. Basta leer a Stiglitz para ver que, en todas partes, se está recomendando abandonar esas políticas. Yo quisiera avanzar mucho más allá, pero si logramos desarrollar un mercado interno fuerte y una burguesía local productiva, ya estaríamos cumpliendo con una parte importante de nuestros objetivos de cambio.

–Un tema sensible es el de la propiedad de la tierra, especialmente en Santa Cruz: en algún momento se hablaba de reforma agraria; hoy, más moderadamente, de repartir las tierras improductivas, ¿cuál es su punto de vista?

–Mi opinión es que en los países donde hay latifundios hay pobreza, aunque esos latifundios sean productivos. En Bolivia, donde hay una clase media fuerte es donde se repartió la tierra. Ahora, la realidad es que nuestras exportaciones se basan en producción de soja en grandes extensiones de tierra. Quizás una solución sea modificar el sistema de impuestos; recuerdo que hace algunos años en Uruguay se utilizó como norma no violenta de redistribución de la tierra un impuesto a la productividad mínima exigible. Hay varias opciones para analizar.

–¿Cómo ve el tema petrolero, que aguarda una definición del gobierno?

–Bolivia es una reserva de gas muy grande que viabiliza la industria de Brasil, viabiliza a Argentina, que está agotando sus reservas de gas y que, a su vez, exporta a Chile. Bolivia puede ser una solución para las economías gasificadas de la región, pero siempre nos hemos caracterizado por vender nuestros recursos a cambio de espejitos de colores. Los países que exportan materias primas siempre serán pobres. Pero es indudable que a Argentina y Brasil no les conviene la industrialización del gas en Bolivia, ellos están interesados en el gas como materia prima y hay que buscar un equilibrio. El Estado boliviano no está en condiciones de hacer inversiones por 5 o 6000 millones de dólares para proyectos de industrialización, habrá que buscar países que quieran entrar como socios nuestros –50/50– pero no creo que sean los países vecinos. Podríamos hacer un gran acuerdo, por ejemplo, con China.

–Uno de los temas que van a marcar el rumbo del gobierno es la licitación de la reserva minera del Mutún. ¿Cree que es conveniente licitarla en las condiciones actuales?

–La historia del saqueo de Potosí está ahí, creo que hay que postergar la apertura de los sobres e impulsar una discusión transparente. Habría que pensar en un polo de acero y petroquímica en el mismo lugar; la posibilidad de este país de superar el tres y pico por ciento de crecimiento –con el que no vamos a salir de la pobreza– pasa por abandonar la primacía de los intereses particulares. En este caso hay intereses locales ligados a empresas brasileñas. Creo que hay que analizar todo esto antes de seguir con la licitación, incluyendo la modificación del actual Código Minero. Además los altos hornos en base a carbón, que se piensan utilizar en la explotación del Mutún, son altamente contaminantes y depredadores.

–Otra de las paradojas bolivianas es que hay marchas obreras a favor del TLC y empresarios cruceños que se oponen, como los exportadores de soja.

–El TLC es un camino de ida, es como el casamiento para los católicos. A mí me parece que los números no dan, que lo que se protegería es muy pequeño y lo que se sacrificaría muy grande. Ni siquiera tenemos una ley anti-dumping. Las políticas de puertas abiertas a un solo mercado no son una solución. Se ve en las maquilas en México y Centroamérica, que funcionan en base a mano de obra barata, con salarios de miseria. Yo soy más partidario de la posición adoptada por Brasil o Argentina.

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