Desde el ataque a la Mezquita Dorada en Irak el pasado miércoles, la violencia interreligiosa se ha cobrado 150 víctimas ante la atónita mirada del gobierno y de las fuerzas de ocupación.
Las palabras “guerra civil” siguen sobrevolando a todo Irak, cuatro días después del ataque contra la Mezquita Dorada de Samarra. Desde ese miércoles, casi 150 personas han muerto en enfrentamientos entre sunnitas y chiítas –dos de las tres principales facciones del país–, mientras las autoridades, locales y extranjeras, intentan crear un consenso nacional para frenar la violencia interreligiosa. Sin embargo, poco han servido las reuniones de los jefes políticos, o los llamados a la paz de los líderes religiosos. Al menos 27 personas murieron y otras 70 resultaron heridas ayer en numerosos atentados en todo el país. Por primera vez, además, el repudio por el ataque al mausoleo chiíta alcanzó a las fuerzas de ocupación cuando la embajada británica en Bagdad fue atacada ayer por un millar de jóvenes chiítas.
“Llamo a todos los iraquíes, sunnitas y chiítas, musulmanes y no musulmanes, a una manifestación unitaria en Bagdad para reclamar la salida de las fuerzas de ocupación”, aseguró ayer el jefe radical chiíta Moqtada al Sadr, cuyo movimiento está acusado de haber participado en los recientes actos contra los sunnitas. En un intento por crear una unidad nacional, al mismo tiempo que manteniendo su postura inamovible contra la “ocupación extranjera”, Al Sadr –que es visto con temor por Washington– instó a los iraquíes a condenar las acciones violentas tanto de la facción de Al Qaida en Irak como las de los “baasistas”, es decir, los partidarios del régimen del derrocado Saddam Hussein. “Sunnitas y chiítas deben apoyarse y ayudarse, pues no hay ninguna diferencia entre un sunnita y un chiíta. Los iraquíes están llamados a no dividirse y a unirse frente a los cruzados”, añadió.
Siguiendo una lógica similar, la más prestigiosa autoridad sunnita, el gran imán de Al Azhar, el jeque Mohamed Sayed Tantui, hizo un llamado desde Egipto a sus fieles el sábado pasado para poner un freno a las agresiones contra los chiítas. El primer ministro iraquí, Ibrahim al Jaafari, también decidió tomar cartas en el asunto y reunió durante la noche del sábado en su casa a todos los jefes de los bloques parlamentarios, incluyendo a la mayor alianza sunnita que se había negado a participar de las negociaciones, y a los embajadores de Estados Unidos y el Reino Unido, las dos principales fuerzas militares extranjeras en el país. El resultado de esta reunión fue un pacto explícito para no atacar sitios sagrados, con la intención de evitar una guerra civil.
El gobierno iraquí también decidió levantar hoy la prohibición que regía para la circulación de autos en Bagdad y el toque de queda que imperaba en la capital desde el viernes pasado, y que durante el fin de semana había sido ampliado hasta alcanzar las 20 horas diarias. Estas medidas restrictivas habían sido adoptadas para intentar poner fin a la violencia sectaria desencadenada tras el ataque al mausoleo chiíta en Samarra. No obstante, la sangrienta jornada de ayer demuestra que el gobierno, a pesar de todas sus iniciativas, no consigue hacerse del control de la situación. Unos 27 muertos se sumaron ayer a la cifra oficial de 120 víctimas fatales desde el miércoles pasado. Según las autoridades, la mayoría serían sunnitas, la población que más se ha visto afectada en los últimos días.
Entre los muertos se destacan dos soldados estadounidenses y alrededor de una docena de policías iraquíes de un cuerpo de elite, que murieron durante un operativo. El ataque más sangriento del día se produjo en el sur de Bagdad, donde 16 personas murieron y otras 45 resultaron heridas en ocho ataques en dos barrios del sur de la capital. Sin embargo, el atentado con mayor significado político tuvo lugar en una manifestación de sunnitas y chiítas en uno de los suburbios de la capital. Once personas murieron y otras 34 resultaron heridas cuando varios morteros dispararon contra la multitud. Otro ataque religioso, aunque menos letal, fue el dirigido contra el santuario chiíta en Achaar, en las afueras de Basora, en el sur, que dejó sólo dos heridos.
La situación de estos últimos días ha generado preocupación en la comunidad internacional, que ha advertido de una eventual “guerra civil”si no cesa la violencia. Desde Estados Unidos, uno de los principales asesores de Seguridad Nacional del presidente George Bush, Stephen Hadley, se mostró optimista frente a la difícil situación iraquí: “Pienso que esto representa una oportunidad para que las comunidades iraquíes se unan, para desarrollar un gobierno de unidad y decirles a los iraquíes y al mundo que no van a caer en el camino de la guerra civil”. Sin embargo, esta visión no parece ser compartida por la dirigencia iraquí que, aunque unida temporariamente, no logra detener los ataques que comenzaron el miércoles.
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