Entre 500 mil y un millón de jóvenes protestaron ayer en 200 ciudades francesas contra un contrato de trabajo que precariza el primer empleo y fue decretado por el gobierno conservador.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Imposible de evaluar con veracidad la cantidad de jóvenes que ayer salieron a manifestar por las calles de 200 ciudades francesas en contra de un controvertido contrato de trabajo destinado a los jóvenes, el CPE, adoptado por decreto por el premier conservador Dominique de Villepin. La policía adelanta la cifra de 400.000 personas, los organizadores de las diferentes marchas más de un millón. En París, la avenida que va de la Plaza de la República a la Plaza de la Bastilla estaba llena de jóvenes que se consideran miembros de la “generación sacrificada”. La movilización fue un éxito rotundo para quienes ponen en tela de juicio el CPE, el Contrato Primer Empleo que, para los jóvenes de menos de 25 años, cambia las reglas que estaban en vigor. El CPE es un contrato de trabajo que puede ser interrumpido al cabo de dos años sin que la empresa tenga que dar explicación alguna o pagar una indemnización. Los partidos de izquierda, los sindicatos y, sobre todo, la juventud francesa que se enfrenta a la escasez de puestos de trabajo, impugnan un tipo de contrato que reemplaza la norma vigente, es decir, el CDI, contrato de duración indeterminada que garantizaba un empleo estable y derechos.
“Somos la generación sacrificada, no hay trabajo y, encima, nos quieren ofrecer una condena a la muerte laboral”, decía Claire, una joven de 23 años egresada de una escuela de altos estudios de comercio y sin trabajo desde hace más de un año. “Vivimos con limosnas, con trabajos inestables, sin perspectivas y, como si fuera poco, nos quieren seguir sacrificando con contratos que nos ofrecen un horizonte incierto de apenas dos años”, comentaba Pierre, otro de los jóvenes coléricos encontrados en las calles de París. Las banderolas eran por demás claras: “CPE, igual a contrato precario de exclusión”, “CPE, contrato de primera explotación”. El desempleo de los jóvenes en Francia es uno de los más altos de la Europa de la Unión. Con 22,3 por ciento de desempleo juvenil, Francia se ubica por encima del promedio europeo de 18,5 por ciento, y mucho más arriba que España –19%–, Holanda –8 %–, o Gran Bretaña –7%–. “Ese nuevo contrato que nos ofrecen arroja a los jóvenes como pasto de las empresas. Nos están explotando”, explicaba Martine, otra egresada de una escuela de comercio que sólo tuvo un contrato de cuatro meses en su profesión y luego trabajó como vendedora, telefonista y camarera en un bar de París.
La situación de los jóvenes de Francia es un verdadero drama social. La intolerancia y la histeria formal tan típicas de la sociedad francesa se aplican a ellos creando un panorama devastador. Por ejemplo, sin un trabajo consecuentemente remunerado y antigüedad laboral es imposible alquilar una casa. Los salarios son bajos, los trabajos inestables, los alquileres prohibitivos y las condiciones para alquilar un departamento son simplemente descabelladas. Alquilar 15 miserables metros cuadrados en París cuesta entre 700 y 900 dólares por mes. Las agencias inmobiliarias exigen que los candidatos ganen cuatro veces el precio de alquiler, lo que es imposible para alguien de esa edad e incluso más y, encima, ponen como criterio selectivo un trabajo “estable”, es decir, con una antigüedad de varios años.
Tal como está hoy, el mercado laboral no ofrece ninguna de esas garantías y los jóvenes, sin apoyo familiar, caen en el destructor circuito de la precariedad: sin casas y con trabajitos temporales, mal pagos. Para ellos, el CPE no hace sino institucionalizar un esquema perverso. Ayer, hasta los profesores y los padres se sumaron a las marchas porque, como decía André Valain, un profesor universitario de 56 años, “al ritmo actual, mis alumnos no tendrán ni una casa segura ni un trabajo digno. Dudo mucho de que las empresas jueguen el juego con honestidad. Lo más seguro es que contraten a los jóvenes durante dos años y luego, a la hora de extender el contrato, los despidan para tomar otro joven y así no pagar las cotizaciones sociales correspondientes”. Roger, muchacho de apenas 17 años acompañado por cientos de chicos como él, explicaba que el gobierno parece decirles: “Jóvenes de Francia, coman la mierda que les damos y cállense la boca”.
Más que contra un nuevo régimen de empleo, los jóvenes impugnaron ayer un sistema que, como lo reconocen muchos observadores, los dejó afuera. Pese a las protestas, el primer ministro francés, que perdió 11 puntos en los sondeos de opinión, reafirmó en la Asamblea Nacional que no pensaba “retroceder”. Villepin aseguró que “rehúsa el inmovilismo”. Su posición va a exacerbar el enfrentamiento con los sindicatos y los movimientos de estudiantes. Ambos se reunirán en los próximos días para determinar qué rumbo tomará el movimiento. Desde ya, la Unión de Estudiantes de Francia convocó a una huelga general en las universidades a partir de este miércoles. A parte de las marchas, Francia conoció ayer numerosas perturbaciones en los transportes públicos, los aeropuertos y los medios de comunicación del Estado debido a la huelga decretada por los sindicatos.
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