Dom 23.04.2006

EL MUNDO  › BALANCE DE GESTION, SIN TANTOS CAMBIOS DE RUMBO

Un año del Papa Ratzinger

La diferencia entre el poderoso obispo de Juan Pablo II y Benedicto XVI es imperceptible: el nuevo pontífice sigue las ideas que su antecesor en el Vaticano había aceptado.

› Por Washington Uranga

El 19 de abril Joseph Ratzinger cumplió su primer año como pontífice de la Iglesia Católica, una institución vasta y por momentos ininteligible desde una mirada no confesional. Aunque vale la pena preguntarse si un año es suficiente para introducir variantes significativas en la marcha de una institución tan compleja y que contiene de manera diversa a más de cien millones de personas en todo el mundo, lo que surge del primer análisis es que no hay siquiera indicios de cambio de rumbo. Podría decirse que en las cuestiones fundamentales Benedicto XVI confirma los lineamientos de su antecesor Juan Pablo II o, por el contrario, que Joseph Ratzinger se continúa a sí mismo dado que él tuvo influencia decisiva en las orientaciones del papa Karol Wojtyla.

Sin el carisma popular y mediático de Juan Pablo II en el primer año de su pontificado, el papa Benedicto XVI logró, no obstante, concitar multitudes en Roma. Según la información oficial de la Casa Pontificia fueron 4.870.600 fieles los que, en distintas instancias, audiencias y convocatorias, se encontraron con el Papa en los últimos doce meses. Muy por encima de los 1.585.700 fieles que recibió Karol Wojtyla en 1979, después de haber asumido en octubre del año precedente. Juan Pablo II, con la repercusión que su figura tuvo en todo el mundo, nunca congregó a más de un millón de personas en un año calendario, salvo en el 2000 cuando se conmemoró, de manera excepcional, el Jubileo.

La elección de Ratzinger dispuesta por los cardenales católicos significó, sin duda, un triunfo que festejaron los sectores más conservadores. No obstante ello, desde la mayor parte de los rincones de la Iglesia Católica se abrieron expectativas y paréntesis a la espera de los acontecimientos y de los signos que pudiera brindar el nuevo Papa. Hasta uno de sus más conocidos adversarios teológicos y severo crítico, el alemán Hans Küng, decidió hacer un compás de espera. El propio Küng se reunió con Ratzinger el 24 de septiembre pasado en Roma y juntos caminaron por los jardines vaticanos debatiendo sobre antiguas discrepancias, capítulos a revisar y desafíos a los que hay que dar respuesta desde la Iglesia Católica. El encuentro fue público y la Santa Sede se apresuró a informar oficialmente de algunos de los términos del diálogo.

Más de uno se sorprendió entonces por el crédito que Küng le abría a su antiguo rival. En un artículo publicado en centenares de periódicos de todo el mundo con motivo del aniversario, Hans Küng reconoce hoy que “ahora que ya se ha asentado en su papel de papa, Benedicto XVI debe elegir entre retraerse aún más en el universo premoderno, anterior a la Reforma de la Edad Media, y una estrategia dirigida hacia el futuro, que hace avanzar a la Iglesia hacia el universo posmoderno”. No está claro, al menos todavía, cuál será el rumbo que tomará Benedicto XVI y probablemente el tiempo transcurrido no sea el suficiente para hacer un análisis definitivo.

A pesar de ello se puede señalar que no hay innovaciones en temas que son relevantes como es la necesidad del catolicismo de transparentar, institucional y hasta doctrinalmente, cuestiones que hacen a un doble discurso entre la predicación moral y la práctica de sus fieles y hasta de sus ministros. Lo mismo podría decirse del desencuentro que la Iglesia institucional tiene con muchas realidades del mundo contemporáneo. Y no se trata de que la Iglesia abandone sus principios doctrinales, sino que encuentre la manera de abrirse a un diálogo sincero, abierto y plural con otras realidades, dejándose impregnar también por otras vivencias y miradas.

Lo mismo podría decirse acerca de la necesidad de un diálogo interreligioso y ecuménico del que está necesitada la humanidad entera y de cuyo estancamiento es altamente responsable el catolicismo institucional. Porque más allá de ciertos gestos, válidos en sí mismosaunque definitivamente insuficientes, como puede ser la oración común entre los jerarcas de distintas confesiones, poco a nada se ha avanzado en esta materia. Y si bien habrá que evitar a toda costa el riesgo de pensar que los enfrentamientos y la violencia en el mundo tienen hoy una raíz religiosa, tampoco podría afirmarse a ciencia cierta que tales conflictos no están atravesados, de la manera que sea, por cuestiones religiosas. Por lo tanto, la construcción de la paz tiene que ser también una tarea que preocupe de manera fehaciente y operativa a los líderes religiosos. Benedicto XVI no ha demostrado hasta el momento una decisión firme de avanzar en esta materia aportando a la construcción de consenso ético común como aporte de las religiones a la vida de la sociedad universal por encima de las cuestiones dogmáticas que las diferencian. Para ello el Papa también tendrá que renunciar al rol de preeminencia que también cargó sobre sus espaldas Juan Pablo II.

Pero quizá la asignatura pendiente más importante de Benedicto XVI tiene que ver con las reformas de la propia institución eclesiástica. Nada se avanzó en la materia. Todos los cardenales de la curia, todos los que ejercen puestos de liderazgo, desde el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, para abajo fueron confirmados en sus cargos y siguen allí un año después. Sólo William Levada, arzobispo de San Francisco, llegó para ocupar el lugar que dejó vacante el actual pontífice en la Congregación para la Doctrina de la Fe. La estructura de poder en la Iglesia Católica sigue inmodificable. Tampoco son escuchados los pedidos de mayor participación tanto para los sacerdotes como para los laicos.

Más allá de los créditos abiertos y de la expectativas que señalaban que, por su condición de conservador, el actual Papa estaba en condiciones de producir cambios que no serían fáciles para alguien más progresista, a la vista está que un año después de asumir sus funciones el papa Benedicto XVI es lo más parecido que pueda conocerse al cardenal Joseph Ratzinger.

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