Mié 26.06.2002

EL MUNDO  › DOS ATENTADOS QUE CAMBIARON LA POLITICA DE ESTADOS UNIDOS HACIA ORIENTE MEDIO

Cómo el terror ayudó a los halcones de Washington

Hace hoy ocho días, George W. Bush iba a pronunciar un discurso a favor de un Estado palestino. Pero los atentados de la semana pasada cambiaron el juego. Esta es la crónica de la feroz interna que ocurrió en la administración Bush entre el secretario de Estado Colin Powell, líder de la facción proárabe del gobierno, y Donald Rumsfeld, el jefe del Pentágono, que terminó imponiéndose.

Por Julian Borger*
Desde Washington
En la aparentemente interminable letanía de la violencia en Medio Oriente, fueron dos ataques suicidas con bombas en dos días de la semana pasada lo que fracturó de una vez y para siempre la frágil relación de Yasser Arafat con la administración Bush. El discurso del presidente en el jardín de rosas anteayer no sólo marcó una clara ruptura con el pasado en el conflicto israelí-palestino, sino que reflejó un cambio decisivo en la constelación de fuerzas dentro de la administración misma, que han dinamitado la política de Estados Unidos en los últimos 18 meses.
El martes de la semana pasada el presidente estaba a punto de dar un discurso fundamental sobre la política de Medio Oriente destinado a dar impulso a una planeada conferencia regional en septiembre. Iba a ser duro con los palestinos, pidiéndoles que transformaran su sociedad a lo largo de líneas democráticas, no violentas, y tenía los reproches usuales para Arafat en particular. Pero no iba más lejos, hasta que un estudiante de teología palestino se trepó a un ómnibus en las afueras de Jerusalén y se voló, matando a 19 personas. Un alto funcionario de la administración dijo que “antes que los ataques suicidas con bombas comenzaran de nuevo”, el discurso hubiera sido relativamente poco polémico: “Habíamos planeado informar más sobre nuestras consultas y usar eso como el camino hacia adelante. Esto le dio al presidente una nueva pasión”. El funcionario añadió: “En ese sentido, creo que la violencia cambió el carácter del discurso. Finalmente hay que decir que algo debe cambiar, que algo debe ser distinto”.
Después del segundo ataque suicida el miércoles, el discurso quedó a un lado. Eso significaba que el presidente tenía el fin de semana para reconsiderar lo que iba a decir. “Creo entender que hubo una implosión durante el fin de semana –dijo un diplomático familiar con la política de Estados Unidos en Medio Oriente–. Se añadieron elementos adicionales, incluyendo la remoción de Arafat, que refleja los instintos viscerales de Bush.” George W. Bush nunca ocultó su desprecio por Arafat. Algunos observadores creen que esto data de una visita que hizo a Medio Oriente en 1998, mientras era gobernador de Texas. Ariel Sharon lo llevó en helicóptero para hacer un tour de Israel y de los territorios ocupados, comentando temas de seguridad. Arafat estaba viajando y no pudo reunirse con él.
Una vez que llegó a la Casa Blanca, Bush llevó un equipo de conservadores radicales al Pentágono y a la oficina del vicepresidente, quien compartía la opinión de Sharon de que el conflicto solo podía ser contenido, nunca resuelto, y que a los israelíes se les debía dejar las manos libres para mantener su propia seguridad. Contra estos antecedentes, es un testimonio de la tenacidad del secretario de Estado Colin Powell que haya sido alguna vez persuadido de involucrarse en esfuerzos de paz en Medio Oriente, y que el rechazo final de Arafat como un socio negociador haya tomado tanto tiempo como realmente tomó.
Con la familia real saudita amenazando con romper su alianza con Washington si Estados Unidos no actuaba, Powell pudo persuadir a la Casa Blanca de que aceptara un discurso a la asamblea general de la ONU en el que él pediría la creación de un Estado palestino en el futuro. La asamblea general y el discurso fueron postergados por los ataques del 11 de septiembre, pero la “guerra contra el terrorismo” brindó un recordatorio de cuánto necesitaba Estados Unidos la cooperación de los estados árabes y el uso de sus bases militares. El discurso finalmente se pronunció el 10 de noviembre.
Pero los halcones pro-Israel, conducidos por el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld siguieron haciendo lobby para romper los lazos con el liderazgo palestino. Sus argumentos ganaron influencia política en enero con el descubrimiento por Israel de un cargamento de armas desde Irán en el “Karine A”, un buque aparentementepagado por uno de los asistentes de Arafat. Más tarde ese mismo mes, mientras Powell estaba de viaje por Asia central, Cheney y Rumsfeld intentaron algo así como un golpe político, en una acción concertada para convertirlo a Arafat en un patrocinador del terrorismo. A su regreso, Powell fue obligado a pelear una acción de retaguardia, insistiendo en que no había nadie más con quien tratar en el lado palestino y que deshacerse de Arafat sería desagradable para los estados árabes moderados, cuyo apoyo Estados Unidos necesitaba si quería derribar a Saddam Hussein.
Powell ganó el round y convenció a Bush de emitir un llamado a la paz en abril, lo que puso la responsabilidad en ambos lados para que se alejaran del precipicio. Cuando Powell se reunió con Arafat en Ramalá unos pocos días después, dejó en claro que era su última oportunidad para convencer a la Casa Blanca de que estaba comprometido en controlar el terrorismo. Pero con cada ataque suicida, Powell ha quedado más aislado, especialmente después de que los israelíes divulgaran documentos tomados de los cuarteles de Arafat en Ramalá, aparentemente implicándolo en la financiación de los terroristas suicidas.
Para mediados de junio, sin un final de las matanzas a la vista, el presidente reconoció que debía hacer una declaración para satisfacer las demandas de los estados árabes, y finalmente preparar el camino para una campaña militar en Irak. Pero al pedir la remoción de Arafat como una precondición para un Estado palestino, la pelota volvería al campo árabe. Mientras tanto, la administración evitaría alienar el poderoso lobby pro– israelí y sus aliados de la derecha conservadora.
Powell se declaró cómodo con esta política ayer, pero significativamente descartó un planeado viaje a la región para vendérsela al mundo árabe. Puede sospechar que es imposible de vender. El discurso de Bush es casi tanto una derrota para el secretario de Estado como lo es para Arafat.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère

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