En próspero llano boliviano, cuna de mujeres alegres y sonrisas hospitalarias, el referéndum autonomista galvaniza la oposición al gobierno indigenista. Acá, encontrar a un moderado es una hazaña.
› Por Eduardo Febbro
Desde Santa Cruz de la Sierra
La Bolivia del “sí” tiene un nombre y una identidad geográfica muy distinta al occidente andino donde está la capital del país: la nación camba, es decir, Santa Cruz de la Sierra, una zona de tierras bajas y amazónicas, donde reside un poderoso núcleo de empresarios del sector agropecuario y grandes terratenientes que han hecho de Santa Cruz la capital del movimiento autonómico, que mañana tendrá su referéndum. “Acá se es boliviano por herencia y cruceño de alma”, dice Alberto González, un activista de la autonomía. Con el correr de los meses y el pozo en el que cayó la oposición política de Bolivia, Santa Cruz no sólo se ha convertido en la bandera autonómica de los departamentos con aspiraciones de independencia, Beni, Pando y Tarija, sino también en el principal polo de oposición política al gobierno de Evo Morales. “Acá nos preparamos no solamente a manejar nuestros propios recursos y la administración local. También estamos listos a defender nuestra región y a toda Bolivia contra el proyecto comunista que Hugo Chávez y Fidel Castro quieren implantar en Bolivia”, dice Ernesto, un joven y aguerrido cruceño que, junto a decenas de “vanguardistas”, se entrenan con armas para enfrentar la supuesta invasión cubano-venezolana.
Los cruceños son gente de apretones de manos francos, mujeres alegres y bellas, sonrisas sinceras y hospitalarias y una alegría común que contrasta con la desconfianza andina. Es un pueblo de sangre caliente que sabe hacer negocios rápidos y sueña con hablar de igual a igual con Brasil y la Argentina para firmar tratados y crear empresas. “Nosotros no pretendemos separarnos de Bolivia ni crear una nación aparte, ni menos aún imponer un pasaporte para entrar al departamento como dice la propaganda de La Paz. Aspiramos a ser dueños de nuestros recursos, a distribuirlos según nuestras necesidades. No queremos esperar meses y meses hasta que La Paz designe a un maestro de escuela que se jubiló. Estamos cansados de ese centralismo”, explica Germán Antelo, presidente del Comité Cívico Pro Santa Cruz, el ente que dirige la campaña por la autonomía. El sueño autonomista de Santa Cruz no es nuevo. Este departamento lleva décadas defendiendo la idea de una separación “administrativa” del Estado. Los cruceños cuentan con orgullo que los dos grandes cambios introducidos en el último medio siglo se hicieron realidad gracias a ellos. Santa Cruz militó para que los intendentes sean elegidos por las comunas concernidas y no, como antes, designados a dedo por La Paz. Fue también Santa Cruz quien consiguió que el año pasado los prefectos salieran del voto y no de los decretos capitalinos. “Se nos acusa de querer dividir la nación, pero lo único que hemos hecho fue obrar por el bien de todos”, dice Antelo. Con mucha más virulencia, Rubén Costas, gobernador de Santa Cruz y ex dirigente del Comité, advierte: “No nos obliguen a defender lo que hemos construido con nuestra sangre y nuestro sudor. No nos agredan. No somos tierra de expansiones”.
Ese discurso radical parece olvidar los movimientos de la historia que hicieron en parte que Santa Cruz sea lo que es. La llamada “media luna geográfica”, compuesta por Pando, Beni, Tarija y Santa Cruz, vivió de la pujanza minera de los hoy empobrecidos departamentos de Potosí y Oruro. La riqueza ha cambiado hoy de geografía y son esas tierras ricas las que empujan hacia la autonomía. En la calle, la población resalta los mismos argumentos, con pasión, con un fervor autonomista que cubre cada palmo de Santa Cruz con las banderas verde, blanca y verde del departamento. La bandera boliviana, a veces puesta como una forma de decir “también somos Bolivia”, flamea con sus solitarios colores. La aspiración autonómica ha dejado de lado muchas realidades. Cristina, una joven ejecutiva de Santa Cruz, reconoce la necesidad de la autonomía, pero también admite que no es la panacea. “Todos piensan aquí que la autonomía resolverá los problemas, que los baches de las calles desaparecerán, que los problemas del alumbrado se resolverán. Pero no es cierto. La gente parece ignorar que esos problemas ya son competencia de Santa Cruz y no del Estado central. Estoy segura de que, una vez que pase la euforia y la gente vea la realidad, habrá muchos decepcionados”, dice la empresaria, que no quiere revelar su apellido por temor a que sus comentarios le caigan mal a su jefe. A los cruceños no les preocupa en lo más mínimo que el “no” a la autonomía departamental se imponga en el resto del país. Ellos alegan que ganarán con un sí aplastante. Eso es lo que vale. Sólo los sectores más moderados aceptan que, de todas formas, será la Asamblea Constituyente la que defina el marco autonómico. Pero encontrar un moderado en estos días es una hazaña. Santa Cruz está en pie de guerra.
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