EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’donnell
La guerra se empantanó. Israel no puede volver del Líbano si no vuelve victoriosa. ¿Qué significa “victoria” a esta altura del partido? Hezbolá no va a desaparecer. Entonces queda la victoria posible. Si no caen más misiles sobre Israel y vuelven los soldados secuestrados, entonces Israel podrá decir que ha ganado. Entonces podrá retirarse y abrirle paso a una fuerza internacional. Es la primera vez en muchas guerras que Israel busca la intervención de una fuerza internacional. Busca ayuda porque ya ocupó el Líbano en 1982, se quedó 17 años y le fue muy mal. Y busca ayuda porque en esta guerra tampoco le está yendo bien. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, habla de una fuerza combinada de soldados europeos y árabes, mientras su ministro de Defensa, Amir Peretz, sugirió una intervención de la OTAN.
Pero la idea de una fuerza internacional en una zona tan caliente lleva implícita una pregunta que nadie se atreve a contestar: ¿quién pone los muertos? Porque una cosa es permitir, por acción u omisión, la destrucción del Líbano y otra cosa es poner tropas propias a tiro de una guerrilla sofisticada y sin muchas razones para deponer las armas.
De este tema se ocupó el New York Times, cuyo sondeo no arrojó resultados alentadores. Estados Unidos ya avisó que no va a desplegar tropas en el mismo país donde en 1983 perdieron la vida 241 marines en un ataque suicida. Gran Bretaña informó que le gusta la idea, pero ya tiene demasiados soldados en Irak, Afganistán y los Balcanes, por lo que no podrá ser de la partida esta vez. Francia, que ya aporta al contingente de las Naciones Unidas en el Líbano y que ya perdió en ese país 58 legionarios en otro ataque suicida de 1983, sostuvo que la formación de otra fuerza es “prematura”. Alemania, país que ha servido de intermediario entre Israel y Hezbolá en el pasado, ofreció enviar tropas si Hezbolá está de acuerdo, cosa que nadie espera. Javier Solana, representante de la Unión Europea, dijo que si hay mandato de las Naciones Unidas, todo es posible. “Conozco a varios miembros de la Unión Europea dispuestos a colaborar”, dijo. Pero no los quiso nombrar. Egipto, Jordania y Arabia Saudita, los Estados árabes sunnitas que condenaron la provocación de Hezbolá, esquivaron en Roma cualquier sugerencia de aliviar con tropa propia al ejército israelí.
Entonces, mientras los veteranos de la diplomacia buscan abrir canales de diálogo, Israel y Hezbolá buscan soluciones en el campo de batalla. Algún golpe contundente que acerque a Siria a la mesa de negociaciones, o por el contrario, que obligue a Israel a canjear prisioneros. Guerra que se arregla con más guerra. Y con muertos, muchos muertos civiles que sólo los muy débiles gobiernos del Líbano y la Autoridad Palestina reclaman como propios, lo cual no es un gran problema porque los débiles no pueden negociar.
La ironía más cruel de esta guerra es que empezó cuando un grupo integrista de Palestina y otro del Líbano atacaron objetivos militares en Israel y secuestraron soldados. Mientras esos grupos disparaban cohetes sobre poblaciones civiles, Israel se abstuvo de invadir. Pero en cuanto tocaron a un militar, todo cambió. Anteayer murieron 14 militares israelíes en la batalla de Bint Jbeil. Ayer, otros tantos civiles perecieron a causa de los bombardeos. No va a alcanzar. La vida de esos civiles no vale tanto. Tendrán que morir muchos más para que los poderosos decidan que murieron demasiados.
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