EL MUNDO › OPINION
› Por Atilio A. Boron
Mañana dará comienzo en La Habana la XIV Cumbre del Movimiento de Países No-Alineados. Surgido a mediados del siglo pasado en el marco de la descolonización, hoy el MNOAL agrupa a 116 países miembro incluyendo a 24 países de América latina, desde Venezuela hasta Chile, pasando por Bolivia, Ecuador, Colombia y, por supuesto, Cuba. Argentina se debate sin rumbo y en soledad: ni miembro ni observador, sino país “invitado”, y cuya influencia internacional se limitará a asistir a las ceremonias de inauguración y clausura de tan importante evento. Mientras, más de setenta jefes de Estado o de Gobierno comprometieron su asistencia. Entre nuestros vecinos, Brasil estaría representado por su canciller y Venezuela y Bolivia, por sus presidentes, al paso que Chile, Uruguay y Paraguay también enviarán representantes del más alto nivel. Argentina, en cambio, lo hará por conducto de su embajador en La Habana. Ni el Presidente ni el canciller ni un funcionario de rango ministerial concurrirán a la Cumbre. Un papelón.
De este modo nuestra dirigencia sigue dando muestras de su radical ineptitud para comprender y manejarse en el mundo actual. Erráticos e imprevisibles, oscilamos entre la obscena (y masoquista) adoración de las “relaciones carnales” con los Estados Unidos y el igualmente obsceno abrazo del canciller de la dictadura, Nicanor Costa Méndez, con Yasser Arafat en la reunión ministerial del MNOAL en La Habana, en mayo de 1982, cuando la guerra de las Malvinas obligaba a buscar apoyos y solidaridades en el MNOAL. Hoy seguimos sumidos en la confusión. La Argentina entró al movimiento en 1973 de la mano de Juan D. Perón. Con la dictadura los militares decidieron congelar la relación al tiempo que proliferaban las críticas a los “rojos” del MNOAL. Más tarde Alfonsín recuperaría la vinculación con el movimiento e, incluso, encabezaría la delegación que participó en la VIII Cumbre de Harare, Zimbabwe, en 1985. El deshonor de nuestra arrogante e intempestiva salida del MNOAL le cupo a Carlos S. Menem, en 1991. Asesorado por Domingo Cavallo y Guido Di Tella llegó a la conclusión de que el multilateralismo era un obstáculo a los benéficos vientos de la globalización y que con el fin de la Guerra Fría el no-alineamiento era una incómoda reliquia del pasado. Además, la Argentina estaba entrando a pasos acelerados al Primer Mundo, como era evidente salvo para los necios, de modo tal que nada teníamos que hacer con ese pobrerío revoltoso que desafiaba el pulcro ordenamiento labrado por el imperio. Ni los “progres” de la Alianza ni Duhalde ni Kirchner revirtieron tan estúpida actitud. Estaremos en Cuba como simples invitados, sin voz ni voto, a las deliberaciones de un conjunto de países llamados a ejercer un papel cada vez más importante, económico y político, en la reforma del actual desorden internacional cuya bancarrota salta a la vista.
Argentina le dará así la espalda a un foro que agrupa a gran parte de nuestros aliados verdaderos: los que apoyan las reivindicaciones a favor de un orden económico mundial más justo y equitativo en contra del proteccionismo del Norte y quienes respaldan nuestros reclamos de soberanía sobre las Malvinas en la Asamblea General de la ONU. Y haremos un desaire al país anfitrión, Cuba, con quien nos unen lazos históricos profundos que van desde Martí, cónsul honorario de la Argentina en Nueva York y corresponsal de La Nación (diario reconvertido en agente ideológico de la reacción y contumaz apologista del terrorismo de Estado) hasta el Che, pasando por Martínez Estrada, Cortázar, Rodolfo Walsh y tantos otros. Aunque parezca increíble, el chantaje ejercido por ese diario en indigno contubernio con la mafia de Miami –esa que con la complicidad de la Casa Blanca protege a terroristas confesos como Bosch, Posada Carriles y tantos otros– dio sus frutos. Con el pretexto del “caso Molina”, donde violando las más elementales normas diplomáticas la Argentina se inmiscuye temerariamente en asuntos internos de Cuba, la derecha de este país y la Casa Blanca logran someter a sus dictados al gobierno y hacer que éste juegue a favor del imperio y en contra de sus aliados, debilitar al Mercosur y certificar, una vez más, la insalvable contradicción entre la estridente retórica setentista del Presidente y la dócil levedad de sus acciones.
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