EL MUNDO › MAÑANA SE CUMPLEN CINCO AÑOS DE LOS ATAQUES A LAS TORRES
Cinco años después, la huella del 11-S se observa en peleas políticas, en nuevas investigaciones y en grabaciones de rescate de emergencias recientemente dadas a conocer. Pero sobre todo se siente al pie de donde alguna vez se alzaron dos torres.
› Por David Osborne *
Desde Nueva York
Habrá más movimiento esta semana en Ground Zero, donde alguna vez estuvieron las Torres Gemelas. Con motivo del quinto aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre, está llegando más gente que la habitual al pozo gris y estudia las fotografías del horror que están pegadas al cerco. Hoy en día es un lugar estéril. Nueva York se tomó todo este tiempo para dilucidar los conflictos de intereses que rodean a los planes para la nueva Torre de la Libertad, el Museo de la Memoria y diversas oficinas, negocios minoristas y edificios culturales. Las peleas sobre el dinero del seguro, las normas de seguridad para las nuevas estructuras y sobre lo que las familias de las víctimas consideran apropiado para su suelo sagrado, casi han terminado, y finalmente se están excavando algunos cimientos. Pero Ground Zero sigue provocando fuertes emociones.
Apártense de esta herida y rápidamente llegarán a la conclusión de que Nueva York se corrió de la masacre que sufrió con indecorosa rapidez. De vuelta está la antigua ciudad arrogante, alimentada por un nuevo boom económico. Unos amigos acaban de comprar un departamento frente a la Bolsa de Comercio, uniéndose a la corrida, que está ocurriendo en todo Manhattan, por nuevas moradas lujosas en edificios de oficinas reciclados. Que vayan a estar durmiendo a unas cuadras de Ground Zero no es ya un problema. Es un área de onda para vivir, o lo será.
Querer olvidar es normal, aun si uno es alguien que sufrió personalmente por los ataques –quizás especialmente para ellos–. Cuando comenzamos el trabajo de entrevistar a los familiares de las víctimas para este informe del aniversario, para lograr una mirada sobre cómo habían reparado sus vidas, nos encontramos que muchos ya no estaban dispuestos a participar. Una mujer que había perdido a su padre acababa de dar a luz a su primer bebé. Un trabajador de rescate acababa de comenzar una nueva vida en Oklahoma. Ninguno estaba listo para revivir el dolor.
Sin embargo, olvidar no siempre es fácil, ni tampoco lo es desviar la mirada. Los recordatorios están por todos lados, a veces ocultos debajo de una carpa blanca del FDR Drive al lado del East River o detrás del lienzo negro que tapa la fachada de un viejo edificio bancario. Cinco años después, la confusión provocada por el 11-S está lejos de estar terminada, ya sea que se exprese en peleas políticas o en nuevas investigaciones o en grabaciones de rescate de emergencias recientemente dadas a conocer. Si no es por esto, estamos atacados por cosas del 11-S en el arte, incluyendo películas de Hollywood, o historias de los medios acerca de las viudas de los bomberos que encuentran el amor con otros bomberos.
Hasta yo prefiero no ver, aun cuando mi dolor fue meramente el de ver personalmente cómo se hundían las torres. Vi una película este verano, United 93. Peor, fui a una première en un cine lleno de parientes de pasajeros muertos. No fue una noche fácil. Las grabaciones dadas a conocer recién el mes pasado de despachantes hablando desesperados con personal de rescate y de oficinistas atrapados también eran demasiado duras de oír. Aquí hay un operador telefónico de emergencia tratando de tranquilizar a Melisssa Doi, una gerenta financiera, después de que su torre fuera impactada. Ella estaba en el piso 83. Operador: “Melissa... ¿no? Voy a llamar a tu mamá cuando salgas, que venga y vea cómo estás... Ey, ¿Melissa? Oh, mi Dios... Melissa, no te rindas. Por favor, por favor, no te rindas, Melissa. No te rindas. Oh, mi Dios. Melissa, Melissa, Melissa. ¿Querés que llame a tu mamá por vos y le diga que aguante? (Comienza el tono de discado.) “Oh, Melissa.”
Recién hoy nos estamos dando cuenta del alcance del daño hecho a la salud, física y mental, de los neoyorquinos. Un estudio conocido hace dos semanas sugiere que uno de cada seis de aquellos equipos de limpieza tiene ahora una depresión. El número de llamadas a la línea de salud mental de la ciudad se duplicó en la semana posterior a los ataques y todavía mantiene ese elevado número. El jueves pasado, la ciudad publicó por primera vez guías para diagnosticar las enfermedades físicas relacionadas directamente con el 11-S. “Cinco años después de los ataques al World Trade Center, muchos neoyorquinos tienen condiciones de salud físicas y mentales asociadas al desastre”, reconoció el comisionado de salud de la ciudad, Thomas Frieden.
Aun nuestras actitudes hacia aquellos directamente afectados por el dolor –las mujeres, maridos y niños de las víctimas– son fluctuantes. Anne Coulter, la escritora de opinión de derecha, hizo nuevos amigos este año cuando evaluó que algunas viudas del 11-S estaban “obsesionadas” y “disfrutando de las muertes de sus maridos”. Un pequeño núcleo de los parientes de las víctimas tomaron la delantera para hacer lobby ante el gobierno sobre una serie de temas posataques, incluyendo enmendar y demorar los proyectos para el nuevo World Trade Center. Pero puede ser que Coulter estuviera canalizando los celos públicos ocultos sobre el dinero que habían recibido –hasta 1,5 millón de dólares por viuda de bombero de los fondos de la compensación federal–.
La envidia por el dinero seguramente también está detrás de las historias que aparecen ocasionalmente en los periódicos sobre los bomberos que abandonan a sus mujeres por las viudas de sus ex colegas. Y está el caso de la estrella de rock Bruce Springsteen, que la semana pasada se encontró negando informes de que se separaba de su mujer Patti para unirse a una viuda de un bombero del 11 de septiembre.
Pero para entender totalmente por qué no se llegó al cierre cinco años después, uno necesita no sólo mirar el edificio tapizado de negro y la carpa. El primero es la ex torre del Deutsche Bank, un edificio de 43 pisos al lado de Ground Zero que todavía está esperando ser demolido. Aún está en pie por lo que hay adentro: pedazos de avión y, lamentablemente, de restos humanos. Este año, trabajadores con buzos antiflama y con máscaras para respirar han recuperado no menos de 750 restos individuales de víctimas del ataque, lanzadas al banco por el impacto de los aviones. Es a la carpa en la calle 30 y la Primera Avenida a donde se llevan estas nuevas evidencias de atrocidad.
Llamada Memorial Park, la carpa protege tres camiones contenedores controlados climáticamente, dentro de los cuales hay 13.790 restos de las víctimas de las Torres Gemelas. Están esperando la nueva tecnología de ADN que un día pueda permitir que los científicos unan definitivamente cada uno de ellos a los nombres de las víctimas que murieron. Eso puede llevar un largo tiempo, y antes de eso serán transferidas al Memoria en el mismo Ground Zero cuando finalmente sea construido. Estos restos son el testimonio de –quizá– la parte más triste y más frustrante del tema inconcluso del 11-S. Hasta ahora, los médicos examinadores han identificado sólo a 1598 víctimas, dejando a 1151 personas todavía sin reconocer en Ground Zero. Y eso ha dejado a 1151 familias sin restos para honrar y enterrar.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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