Dom 17.09.2006

EL MUNDO  › ESCENARIO

El arte de repartir

› Por Santiago O’Donnell

Llegan noticias de conflictos mineros a lo largo de la cordillera que atraviesa América latina. Hablo con el reconocido sociólogo Manuel Antonio Garretón, de la Universidad de Chile, y le pregunto por qué.

“Hay una idea general de que al asumir gobiernos progresistas que prometieron redistribuir ingresos durante sus campañas electorales, es lógico que aumenten las demandas en ese sentido. Pero eso no explica por qué el sector minero en particular se encuentra en esa situación”, arrancó Garretón. Tiene razón. Un estudio del sociólogo Francisco Zapata, de El Colegio de México, cita varios trabajos que demuestran que, al menos en Chile, Bolivia y Perú, los conflictos mineros superan en cantidad de huelgas, huelguistas y días perdidos a los de otros sectores. Garretón tiene una explicación: “En primer lugar hay que distinguir dos tipos de conflictos. Por un lado están las industrias mineras que cierran o disminuyen su producción porque quedan al margen de los flujos de la economía mundial y de la evolución tecnológica, como puede ser el sector minero acá, en Chile, o como se ve en las películas que sucedió con las minas de carbón en Inglaterra”.

Paradójicamente, explica Garretón, el problema que generan las industrias mineras decadentes empalidece ante el desafío político que surge de las minas que andan bien.

“Los sectores de punta como los que explotan el oro o el cobre han crecido mucho en los últimos años y están mostrando su importancia estratégica, que se expresa en el alza de precios de estos commodities en la economía mundial. En Chile, en Bolivia, y en otros países mineros de la región con una tradición minera muy arraigada, estos trabajadores de punta ocupan el lugar que los obreros metalúrgicos ocupan en los países desarrollados. Por su importancia para la economía, son trabajadores que cuentan con privilegios relativos con respecto a otros sectores rezagados. El cobre dejará en Chile un excedente no contemplado de 10.000 millones de dólares en los próximos años. Es absolutamente normal que los trabajadores reclamen una parte de estos excedentes, si bien el alto precio no resulta de un mayor trabajo por parte de ellos sino de circunstancias del mercado mundial.”

Acá empiezan los problemas. ¿Un gobierno progresista debe favorecer a los sectores más pujantes para motorizar la economía, o a los más postergados para crear una sociedad más justa? ¿Debe ceder ante las presiones de los gremios más poderosos, o mantenerse firme y preservar recursos para ayudar a los más débiles?

“El talón de Aquiles del desarrollo económico, más que la pobreza, es la desigualdad –contesta el politólogo–. El problema para los gobiernos, cuando se trata de sectores de la minería que andan bien, es que compensarlos favorablemente crea la sensación de injusticia en sectores de menor productividad. Como que se está compensando a los que están en mejor situación. Puede ser visto por los gobiernos progresistas como que si se cede ante los sectores privilegiados, hay que ceder en todos los campos”.

¿Entonces qué hacemos, profesor Garretón?

“Yo creo que es muy difícil negar en estas situaciones un relativo mejoramiento a los sectores de crecimiento como el minero, sobre todo porque los trabajadores perciben que las mayores ganancias se las llevan los sectores propietarios, o las grandes transnacionales, o un Estado en el cual no existe un control que garantice la transparencia. Pero la única manera de que esto no profundice las desigualdades es que se haga en el marco de un programa general de distribución de la riqueza. Si es visto como la compensación para cierto sector y no una redistribución general, estos gobiernos pueden pasar a la historia no por un gran avance en contra de la desigualdad, sino como prisioneros de ciertos sectores favorecidos por determinado ciclo.”

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