EL MUNDO › SE DEBATE ENTRE EL MOVIMIENTO DE OBRADOR Y EL PRAGMATISMO DEL PRD
› Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México, D. F.
La izquierda mexicana inició una nueva etapa que parece menos clara de lo que aparenta. La designación de Andrés Manuel López Obrador como “presidente legítimo” y la formación de un Frente Amplio Progresista (que aglutina a los partidos que integraron la coalición electoral Por el Bien de Todos) obligarán al Partido de la Revolución Democrática a una serie de ajustes internos para evitar ser avasallado por el liderazgo popular de su carismático ex candidato presidencial, asesorado por prominentes ex priistas que, en su momento, fueron parte del primer equipo del ex presidente Carlos Salinas de Gortari. Pero el propio López Obrador tampoco tiene todo de su lado y los cuestionamientos a su estilo autoritario comienzan a aflorar. De cómo gestionen la simbiosis necesaria entre el PRD y el movimiento social lopezobradorista dependerá la eficacia de la izquierda para hacer valer su posición como segunda fuerza política nacional frente al gobierno derechista de Felipe Calderón.
Los alcances de las decisiones asumidas en la Convención Nacional Democrática, que el sábado pasado desconoció a Calderón y erigió a López Obrador como “legítimo presidente de México”, no se limitan a una oposición ideológica hacia el gobierno de derecha y sus más que probables nuevos intentos de privatizar las industrias petrolera y eléctrica –entre otras reformas estructurales que Vicente Fox no pudo consumar–, sino que deberán empezar por crear fórmulas programáticas de colaboración con el PRD, partido sin el cual no tendría posibilidades reales de trasladar y defender sus demandas en el ámbito legislativo, en primer lugar, y presionar también sobre las políticas públicas del gobierno federal. Además, López Obrador necesita de los recursos económicos que el PRD le puede proporcionar para sostener su movimiento de refundación republicana (valga mencionar que la organización de la CND costó más de medio millón de dólares, que fueron proporcionados por militantes perredistas que ocupan cargos de elección popular). Y el PRD, como partido, requiere de la fuerza de este movimiento social en las calles tanto para presionar a las otras fuerzas políticas representadas en la Cámara de Diputados y en el Senado de la República cuanto para conservar la mayor parte de los votos que recaudó gracias al liderazgo de López Obrador y que duplicó su base tradicional de electores, como ya lo ha reconocido Carlos Navarrete, coordinador de los senadores perredistas.
El problema es que el PRD ha quedado nuevamente desplazado de la estructura paralela creada por López Obrador. Del mismo modo en que jugó un papel menor durante la campaña electoral presidencial –rebasado por las redes ciudadanas que cargaron con el peso proselitista–, ahora el PRD será solamente una parte del Frente Amplio Progresista al que no le quedó más remedio que sumarse. Si bien es el actor más importante de este frente, no le será fácil encontrar los puntos de equilibrio entre su apoyo a López Obrador y sus responsabilidades institucionales en los gobiernos estatales y municipales que encabeza en el país y su papel en el Congreso de la Unión, donde diputados federales y senadores articularán una oposición que necesariamente también tendrá que ser institucional para contener los avances de la derecha e impulsar un proyecto de nación más equilibrado, lo que le obligará a un permanente malabarismo político.
Los primeros signos abiertos de este conflicto entre ideología y pragmatismo aparecieron inmediatamente después de la Convención Nacional Democrática. Una de las voces más influyentes dentro del PRD, la de su fundador, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, está resonando nuevamente, luego de un largo silencio autoimpuesto a lo largo de toda la campaña electoral presidencial. Los cuestionamientos de Cárdenas a las estrategias de López Obrador –primero en torno del bloqueo de casi mes y medio en el corazón de la capital del país, “que golpea y daña al PRD”, y ahora a la autoproclamación de López Obrador como presidente paralelo– empezarán a hacer mella en el ánimo de muchos militantes tradicionales de izquierda que se encuentran actualmente sometidos a las directrices del equipo lopezobradorista.
Hasta Alejandro Encinas –que ayer presentó su último informe de gobierno ante la Asamblea Legislativa del Distrito Federal– se negó ayer a desconocer a Felipe Calderón como presidente electo y se limitó a decir que asumirá plenamente sus responsabilidades legales.
Para nadie en México es fácil vislumbrar la izquierda que viene, lo único claro es que la disputa apenas comienza.
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