En el seno del MAS se enfrentan el “populismo sindicalista” de Evo y los movimientos sociales, contra la “socialdemocracia multiculturalista” del vicepresidente García Linera y un sector de la clase media.
› Por Pablo Stefanoni
Desde La Paz
Las dos políticas estrella del gobierno de Evo Morales caminan hoy en un terreno pantanoso que ha frenado –y hasta puesto en duda– su marcha. La renuncia de Andrés Soliz Rada al Ministerio de Hidrocarburos puso de relieve la falta de homogeneidad gubernamental en un área neurálgica para la administración socialista embarcada en la nacionalización del gas y el petróleo. En tanto que el empantanamiento en la Asamblea Constituyente amenaza con un prematuro desprestigio de quienes tienen la misión de dotar a Bolivia de una nueva Carta Magna, que construya los pilares de una segunda república “poscolonial”.
La salida de Soliz Rada se pareció a un portazo y dejó en evidencia varios problemas de la administración Morales. Dos de ellos: el déficit de coordinación política entre los ministros y el presidente –lo que ya fue admitido en la autoevaluación gubernamental– y el poder mellado de los ministros, con sus alas cortadas por la centralización de las decisiones en manos de Evo Morales y de su vicepresidente Alvaro García Linera. Así lo dejó sentado el propio ex periodista al decir que ni siquiera podía nombrar a sus colaboradores. Y a ello se suma otro déficit que no mencionó el ex compañero de ruta del colorado Jorge Abelardo Ramos en su exilio en Buenos Aires: la ausencia de espacios de debate político al interior del gobierno y un empirismo que raya, por momentos, en la improvisación. En ese escenario, Soliz Rada era acusado de saldar en los medios de comunicación el debate que no podía dar al interior del ejecutivo.
Hay dos explicaciones a la carta para justificar todas éstas y otras dificultades que enfrenta el proceso de revolución democrática y cultural en sus primeros ocho meses de gestión: la primera, el complot conservador con apoyo norteamericano, la segunda los problemas de gestión de un personal político sin experiencia en el manejo del Estado. Incluso, algunos arriesgan que el problema es el “entorno blancoide” del mandatario indígena.
¿Pero bastan estas dos respuestas –en caso de ser ciertas– para explicar, por ejemplo, que Evo Morales denunciara, desde La Habana, intrigas norteamericanas para derrocarlo mientras García Linera estaba en Estados Unidos apelando a la sensatez para que la potencia del Norte renueve las preferencias arancelarias para los productos bolivianos en el marco del ATPDA, el acuerdo comercial con los países andinos a cambio del combate al narcotráfico y a los cultivos de coca?
Ante ello muchos caen en la tentación de buscar las líneas internas del Movimiento al Socialismo (MAS) y del gobierno. Y así surgen el “guevarismo”, el “indigenismo” o la “teología de la liberación”. Especies de fórmulas mágicas con escaso correlato en la realidad. La verdad es que el MAS no es un partido sino una difusa e inestable confederación de sindicatos con base en el campo. Y sus fronteras internas son más complejas y pragmáticas que estas fracciones ideológicas. Campo/ciudad, originarios/invitados, sindicalistas/intelectuales. “Donde los sindicatos funcionan bien no hace falta una estructura (política) paralela”, explicaba Evo Morales desde las regiones cocaleras del trópico de Cochabamba. ¿Pero qué pasa en las ciudades donde la pertenencia a estructuras gremiales-corporativas es menor? Allí encontramos una adhesión mucho más oportunista, a menudo asociada a la expectativa de cargos en el Estado. Así, el clientelismo político estructura los alineamientos internos, que llegan a ser violentos: el domingo pasado una reunión del Distrito 15 de La Paz terminó a los palazos con secuestrados de la línea mayoritaria y la intervención de la policía. Y en los municipios cochabambinos de Quillacollo y Sacaba las peleas a palos, pedradas y dinamitazos se extendieron días pasados a las calles. Ello se suma a las denuncias de corrupción y tráfico de influencias de masistas contra masistas en los medios masivos de comunicación. “Todo esto hace que la oposición esté desconcertada, ya que insiste en codificar al MAS como un partido y no como el brazo político de los movimientos sociales”, dice el constituyente oficialista Raúl Prada, quien se cuenta entre los “invitados”.
Sin embargo, de la crisis petrolera y el embrollo de la Asamblea Constituyente parecen emerger dos líneas, más sociológicas que políticas, asociadas a marcos interpretativos, estilos de vida y grados de radicalidad, que podrían agruparse –no sin algo de arbitrariedad– en dos bloques: el “populismo sindicalista” de Evo Morales y los movimientos sociales y la “socialdemocracia multiculturalista” del vicepresidente García Linera y un sector de los funcionarios y constituyentes de clase media. Mientras en el primer agrupamiento predomina la lógica “amigo/enemigo”, el antagonismo pueblo/oligarquía y la acción directa por sobre la institucionalidad, el segundo favorece un pacto social-regional de largo aliento, el gradualismo en las reformas y un discurso más institucional. No es casual que fuera el vicepresidente quien negoció la aprobación por dos tercios de la nueva constitución, lo que ahora es rechazado por el MAS y Evo Morales.
Pero, otra vez: ante la falta de espacios de debate, estas diferencias se expresan de manera solapada en la política del día a día. Y la izquierda boliviana sigue siendo un rompecabezas para armar.
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