La tranquilidad que reinaba ayer en Bangkok contrastaba con la magnitud de los sucesos: con apoyo del rey, los militares habían tomado el poder después de quince años de vida democrática. El líder derrocado se fue a Londres y ningún país del mundo salió a apoyarlo.
› Por Justin Huggler y Anne Penketh *
Desde Bangkok
Los turistas posaban para que les sacaran fotografías al lado de los tanques ayer en Bangkok. Multitud de tailandeses se paraban y miraban los tanques como si fueran una nueva y extraña expresión de arte. No parecía un país donde un golpe militar había terminado abruptamente con quince años de democracia pacífica. Los negocios estaban abiertos, los teléfonos celulares funcionaban y el aeropuerto estaba lleno de turistas extranjeros que llegaban, sin preocuparse por las advertencias de sus gobiernos. En las calles casi nada era amenazador: los tailandeses hablaban abiertamente con los soldados en las barricadas.
Sin embargo, unas horas antes, un primer ministro del que aún sus enemigos admiten que era el político democrático más exitoso de Tailandia, invicto en tres elecciones, había sido obligado, sin ceremonias, a abandonar el poder mientras atendía la Asamblea General de la ONU en Nueva York. El millonario premier derrocado huyó de las cámaras de televisión en Nueva York. Voló hasta Gatwick, Reino Unido, anoche y se subió a una limusina que lo esperaba al pie de su avión. El Foreign Office dijo que Thaksin, cuya hija está estudiando en Londres, está en una visita privada. El hombre que lo derrocó, el general Sondhi Boonyarataglin, apareció en la televisión tailandesa para hacer varios anuncios. Muchos tailandeses era la primera vez que lo veían. Es un musulmán en un país predominantemente budista, que había mantenido hasta el golpe un muy bajo perfil.
Ayer estuvo ocupado forjando una imagen como hombre de principios. Gobernaría el país durante sólo dos semanas, proclamó, antes de entregarlo a un primer ministro civil. La democracia sería restaurada totalmente en un año –después de reescribir la constitución–. Pero también insinuó que Thaksin, que dijo que era libre para volver al país, podía enfrentarse a un juicio. El tercer jugador en el drama permaneció alejado de las cámaras ayer: el rey Bhumibol Adulyadej de Tailandia. Fue un anuncio del palacio el que selló la toma del poder por parte del general ayer, cuando el rey dio su aprobación. Pero lo que se murmuraba en Bangkok era que el rey había aceptado lo inevitable –o estaba en el golpe desde el comienzo–. Era, en palabras de un observador, “la culminación de meses de boxeo de sombras entre el palacio y el primer ministro”. Un país visto como una rara luz de democracia en el sudeste de Asia de pronto está nuevamente bajo ley marcial, poniendo fin a la crisis política que se profundizó desde que Thaksin fue reelecto el pasado abril, en medio de acusaciones de fraude. Quince años de democracia barridos en una noche. Una antigua pesadilla volvió a rondar a Tailandia: hubo diecisiete golpes entre 1932 y 1991.
El golpe también fue la culminación de meses de enormes manifestaciones callejeras contra Thaksin, contra quien las acusaciones de corrupción alcanzaron su pico después de que vendió al exterior un conglomerado de telecomunicaciones de la familia, lo que le permitió embolsar mil novecientos millones de dólares libres de impuestos.
Pero la opinión en las calles ayer estaba dividida. “Durante largo tiempo hemos estado esperando que esto suceda –dijo Chandana Sitachitt, una mujer de mediana edad–. No nos gusta Thaksin. Vendió todas las cosas que pertenecían al pueblo y las puso en el mercado de valores. Vendió la compañía de electricidad y nuestras boletas aumentaron. Me gusta el general Sondhi. Es musulmán, pero antes es un tailandés.”
“Apoyamos el golpe del general Sondhi –dijo Panida Wianknon–. Si no hubiera intervenido, hubiera existido violencia entre los manifestantes y los partidarios de Thaksin.”
Pero otros hablaban a favor del premier depuesto. “Nos gusta Thaksin. Hizo mucho por nuestro país –dijo Nog, una joven mujer que regresaba a su hogar después de un día de trabajo en los negocios de moda de la Plaza Siam–. Nos llevó de ser un país pequeño, no importante, a ser uno grande.” “Tenemos un poco de miedo ahora –dijo su amiga Praew–. Lo que está haciendo el general Sondhi está mal. No tenemos libertad.” Muchos de los que hablaban en favor de Thaksin tenían miedo de dar sus nombres completos, una señal del temor que existe bajo la superficie aquí. Muchos dijeron que eran partidarios de Thaksin, pero que la relación entre él y los manifestantes era tan mala que el golpe era la única salida para el país. “Antes que salga el sol, hay que soportar la lluvia”, fue como lo dijo un hombre.
En cuanto al momento elegido para el golpe, estaba planeada una protesta masiva contra Thaksin para hoy: el general Sondhi debe haberse decidido a actuar para evitar la violencia. La reacción internacional al golpe fue muda ayer y no hubo exigencias de que Thaksin fuera reinstaurado, aunque la Casa Blanca dijo que estaba “decepcionada” por el golpe y pedía una rápida vuelta a la democracia. Hablando en Nueva York, la secretaria de Relaciones Exteriores británica, Margaret Beckett, dijo: “No nos corresponde a nosotros decir que debe ser reinstaurado. Hacemos un llamado a una vuelta a un gobierno democrático”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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