EL MUNDO › LOS GENERALES GOLPISTAS CERRARON EL CONGRESO Y DETUVIERON MINISTROS
› Por Justin Huggler *
Desde Bangkok
Los bares de Khaosan, el distrito joven de Bangkok, estaban llenos como nunca anoche. En Khaosan, la fiesta duraba las 24 horas. Música, turistas rojos por el sol tailandés, mujeres en apretadas minis de leopardo, luces de neón. Un quiosco vendiendo remeras con la leyenda “Legalicen el cannabis”, y seguramente no hubiera sido difícil conseguirlo. La fiesta eterna que es Tailandia, en cuanto a los turistas se refiere, seguía. Pero, lejos de las brillantes luces de Khaosan, algo muy siniestro está sucediendo en Tailandia. El país que una vez fue un oasis de democracia estable en el sudeste de Asia, el aliado clave de Washington en la región, se ha transformado en una dictadura militar de la noche a la mañana. Y a nadie parece importarle. No en Tailandia, donde como siempre todo es negocio. La administración de Estados Unidos, que a menudo dice que su misión es llevar la democracia a todo el mundo, emitió una lacónica declaración ayer, diciendo que estaba “desilusionado” por el golpe. Gran Bretaña está con el consenso occidental, es decir, que mira para otro lado.
No hubo manifestaciones en las calles en Tailandia. Nadie condenó el golpe o exigió que se restaure el Parlamento electo. En la superficie puede ser la vida común, pero detrás de la escena la junta liderada por el general Sondhi Boonyaratglin, que tomó el poder del país, estaba desmantelando las libertades civiles básicas. Ayer anunció que prohibía toda “actividad política”. Los generales dijeron que se hacían cargo de todo el poder político ante la “ausencia” del Parlamento (aunque los parlamentarios están aún ahí, los generales no les permiten reunirse).
Han amordazado la televisión y la radio tailandesas al prohibir la emisión de cualquier material considerado perjudicial para los intereses de la junta. A las emisoras de televisión les han dicho que no pueden mostrar imágenes del depuesto primer ministro Thaksin Shinawatra, ni emitir reacciones políticas enviadas por los televidentes por mensajes de texto, ni pasar información en la parte de abajo de la pantalla. Varios sitios web tailandeses han cerrado temporariamente para evitar repercusiones. Ahora es ilegal decir la verdad en Tailandia.
Pero más siniestro aún es que tres ministros del gobierno de Thaksin han sido detenidos por los generales. La respuesta del general Son-dhi cuando se le preguntó por la detención del ex viceprimer ministro, Chidchai Wannasathit, fue escalofriante: “No lo arrestamos. Sólo lo invitamos a venir con nosotros”, sonrió el general. “Estará muy bien cuidado en Bangkok.” Los oficiales leales a Thaksin están escondidos. Después de esto, no es ninguna sorpresa que Thaksin haya decidido ayer quedarse en Londres.
La junta anunció que no quiere ser llamada junta sino Consejo para la Reforma Democrática bajo la Monarquía Constitucional. El general Sondhi también disolvió la Corte Constitucional de Tailandia y anunció que tiene la intención de reescribir la Constitución. Prometió nombrar a un primer ministro para llevar a cabo esto dentro de dos semanas y llamar a elecciones dentro de un año, cuando haya hecho los cambios constitucionales. Todo esto está sucediendo en un país que hasta el martes era una democracia rodeada por los Estados comunistas de Vietnam y Laos, Burma –gobernada por los militares– y Camboya, luchando por sobreponerse a los demonios de su pasado.
La reacción de la sociedad civil ha sido acallada. El Bangkok Post le prestó su apoyo a la junta en una editorial ayer. En parte, la sociedad civil tiene sus manos atadas porque quería que Thaksin fuera removido del poder hace meses. Algunos observadores están advirtiendo que, en su deleite por haberse liberado de Thaksin, Tailandia le permitió la entrada a un gobierno militar mucho más peligroso.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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