Dom 24.09.2006

EL MUNDO  › ESCENARIO

Zona caliente

› Por Santiago O’Donnell

No es mucho lo que se sabe de Darfur en la Argentina, pero en Europa y Estados Unidos el tema está muy caliente. Hay miles de muertos, miles de mujeres violadas y millones de desplazados, y está ocurriendo ahora mismo.

En Estados Unidos el tema pega fuerte porque los grupos evangelistas que apoyan a Bush estuvieron muy metidos en la resolución de un conflicto armado entre el norte y el sur de Sudán. Hace dos años el norte árabe y el sur africano firmaron un acuerdo de paz que está funcionando. El tema Darfur es más complicado. Darfur está en Sudán, pero es otro conflicto que ni los evangelistas, ni Alá ni la Virgen Santísima han podido resolver hasta ahora.

No se trata de un choque interétnico ni interreligioso: la cosa es entre musulmanes. Por un lado la gente que vive en Darfur, básicamente granjeros, y por el otro los grupos nómadas que se dedican a criar camellos y ovejas. El problema empezó en el 2003, cuando un grupo de las tribus de granjeros tomó una base aérea, secuestró al jefe de la Fuerza Aérea de Sudán y empezó una rebelión. El gobierno salió a controlar el orden y usó a los nómadas para atacar a los granjeros. La represión produjo una masacre. El mundo denunció crímenes de lesa humanidad al amparo del poder constituido: terrorismo de Estado.

En el 2005 el caso llegó a la fiscalía de la Corte Internacional de La Haya a cargo del argentino Luis Moreno Ocampo. Este año el Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas resolvió mandar una fuerza de paz, pero Sudán se opone. La coyuntura internacional no ayuda. Sudán es un importante productor de petróleo y China su principal cliente. El 50% de las ganancias de las empresas petroleras chinas provienen de Sudán y casi un tercio del crudo sudanés se exporta al gigante asiático. Así las cosas, existe el fundado temor de que detrás de la fuerza internacional se esconda una maniobra de Estados Unidos para apoderarse del petróleo sudanés. (El acuerdo de paz entre el norte y el sur consistió, básicamente, en una repartija de las regalías). Por ahora China guarda silencio y se abstiene en las votaciones de la ONU, pero la Liga Arabe hace saber que Occidente no es bienvenido en Sudán.

Mientras tanto, a causa de los desplazamientos, cientos de miles de sudaneses han perdido contacto con los campamentos de Naciones Unidas donde reciben alimentos. La situación para ellos es desesperante.

Llamo a Moreno Ocampo a La Haya. Me dice que el momento es tan delicado que no puede hablar públicamente del tema. Condoleezza Rice ha convocado a una reunión urgente en Nueva York con los líderes del mundo. Al salir de la reunión el viernes, la secretaria de Estado de Bush conmina al gobierno sudanés a dejar entrar a los soldados de la ONU. Dice que la situación no puede esperar. Le pregunto a Moreno Ocampo por su misión.

“Mi responsabilidad es que se haga justicia con las víctimas por los crímenes cometidos en Darfur, ya sea a través de procedimientos genuinos de las cortes de Darfur, o si los crímenes no son investigados allí, presentando casos ante la Corte Internacional,” explica. Es todo lo que declara.

La investigación de Moreno Ocampo es un as en la manga de las Naciones Unidas para forzar la llegada de las tropas internacionales. La antipatía que ha mostrado Estados Unidos hacia la Corte de La Haya le deja al fiscal un margen de independencia. Se trata de un ajedrez complejo. No es fácil parar un genocidio.

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