EL MUNDO › OPINION
› Por Emir Sader *
Cuando los promotores de la campaña terrorista de los medios acreditaban que habían desarticulado las posibilidades de reelección de Lula y que podrían elegir a un poste –escogieron a Alckmin como candidato–, éste asumió alegremente los temas centrales de la derecha: “errores de gestión”, rebaja de impuestos, menos Estado, política externa volcada hacia los Estados Unidos, privatizaciones, vuelta a la actitud dura con los movimientos sociales, abordaje de la cuestión ética de que “cuanto menos Estado, menos corrupción”, política de línea dura con la seguridad pública.
Recordemos que Alckmin hizo paralelos directos con la elección mexicana, identificándose con un candidato de derecha –Calderón– que, como él, tiene vínculos con el Opus Dei, e identificando a Lula con López Obrador, quien lideró las manifestaciones masivas más importantes de la historia de México. Alckmin no debe identificarse tan sólo con Calderón, sino también con otros candidatos de hoy en América latina y en el mundo. Con Sarkoszy en Francia –con quien tiene en común, entre otras cosas, la línea troglodita en la seguridad pública–, con Berlusconi –por contar con un monopolio mediático a su favor–, con Aznar, también del Opus Dei, con el candidato de la derecha venezolana cuyos lazos con un gran medio privado brasileño son evidentes en su comportamiento, con Alvaro Noboa de Ecuador, dueño de una de las mayores fortunas de ese país.
Ahora, cuando la izquierda muestra su fuerza –-por los votos populares a Lula, por la unidad de los movimientos sociales en apoyo a la reelección, por el favoritismo reconquistado por Lula–, Alckmin se quiere ver libre de la identificación con la derecha y olvidarse de lo que dijo. Una amnesia que parece una malestar típico de los tucanos. Pero no hay transgénico que pueda cambia el código genético de la derecha.
El campo político se fue articulando en torno de la polarización derecha/izquierda, aun a pesar de las evaluaciones que se puedan hacer. La unidad de los partidos de derecha, las entidades empresarias, la unanimidad de los grandes medios monopólicos privados desnudan sin dificultad dónde está el candidato de derecha, como si no bastase su plataforma tucano-pelefista.
El apoyo de los partidos de izquierda –PT, PSB, PCdiB, el CUT, el MST–, además de medios independientes –Carta Capital, Carta Maior, Brasil de Facto–, así como intelectuales y artistas de izquierda como Antonia Cándido, Chico Buarque, Leonardo Boff, Oscar Niemeyer, entre tantos otros, fortalecen la caracterización de Lula como el candidato que ocupa el espacio de izquierda en el campo político. Por eso, aunque desconocido por algunos análisis, bastaría considerar la política exterior brasileña –y su papel en América latina y en el sur del mundo– para invalidar cualquier análisis que pretenda permanecer equidistante de los dos candidatos.
Para la izquierda del continente –y los proyectos de integración regional que demarcan la alternativa popular en el continente, en contraposición a las políticas de asignatura de los tratados de libre comercio, como los de Estados Unidos y el Alca– no hay equidistancia posible entre la política exterior del gobierno de Lula y aquella que querría un gobierno tucano-pelefista. No es por casualidad que se pronunciaron, de la manera en que se pudieron manifestar, los gobiernos de Venezuela, Cuba, Bolivia, Argentina, fuertemente a favor de la reelección de Lula.
De la misma forma, no hay equidistancia entre la política educacional del gobierno de Lula y las privatizaciones galopantes del gobierno tucano-pelefista. Lo mismo sucede en las políticas culturales, en las políticas del Banades, en las políticas sociales, entre otras.
Derrotar la campaña terrorista del monopolio privado de los medios es también un triunfo de la izquierda. Demuestra que ese monopolio puede ser derrotado, por lo tanto un nuevo gobierno de Lula está obligado a aprender las lecciones de las brutales campañas de las que fue víctima y adoptar la idea de que no habrá democracia en Brasil si la formación de la opinión pública sigue en manos de 4 familias y de los mecanismos mercantiles que comandan sus empresas.
Ser de izquierda no es sólo hacer afirmaciones de izquierda. Cuando se es de izquierda es indispensable saber reconocer a la derecha y saber luchar contra ella, como fuerza con la cual la izquierda tiene un antagonismo irreductible. Por eso, muy particularmente en la definición de derecha y de izquierda, vale el principio dialéctico de que “la verdad está en la totalidad”. Análisis que se limitan a seleccionar aspectos de las realidades –por ejemplo análisis económicos sin llevar la cuenta de las transformaciones sociales ocurridas en el país– corren el grave riesgo de ver los árboles –por más importantes que sean– y perder de vista el bosque. Es en las determinaciones globales, latinoamericanas y en el campo de la política general de enfrentamiento, que se define la naturaleza de la izquierda y de la derecha en cada momento histórico.
Ser de derecha incomoda a Alckmin porque él sintió el peso de la izquierda. Pero también porque está en pésima compañía en la derecha: las dictaduras militares. Antonio Carlos Magalhaes, Jorge Bornhausen, entre tantos otros abominables compañeros de aventuras derechista. Pero las determinaciones políticas de cada campo no son definidas por las voluntades, por las palabras o por el marketing. Los campos que se enfrentan en la segunda vuelta están irreversiblemente determinados por la confrontación entre la derecha y la izquierda realmente existentes como los mayores polos antagónicos del Brasil de hoy.
* De Carta Maior de Brasil. Especial para Página/12.
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