Vie 27.10.2006

EL MUNDO  › OPINION

MURO

› Por Por J. M. Pasquini Durán

Ningún otro emblema habría definido con más nitidez los criterios de la Casa Blanca sobre las relaciones de libre comercio con los países de América latina: las mercaderías y el dinero podrán atravesar la frontera sur de Estados Unidos, pero las personas serán impedidas por un muro de más de mil kilómetros, para cuya construcción se prevé una primera inversión de 1200 millones de dólares, aunque su costo final podría rondar los nueve mil millones de la misma moneda. Desde ayer la ley que ordena levantar esa gigantesca barrera tiene la aprobación de la mayoría oficialista en el Congreso y la firma del presidente George W. Bush. Vicente Fox, mandatario saliente de México, en la Cumbre de Mar del Plata, defendió con pasión los proyectos norteamericanos de libre comercio, a los que se opusieron los socios del Mercosur, pero al notificarse de la ley del muro la calificó de acto de hipocresía para una nación creada por inmigrantes. “No es posible –asegur– que en el siglo XXI estemos construyendo muros entre dos naciones que somos vecinas, que somos hermanas, que somos socias.” Hace una semana, el escritor mexicano Carlos Fuentes advertía que “la arrogante, ciega y arbitraria decisión norteamericana de ir cerrando la frontera habrá de ser el principal dolor de cabeza –a la vez internacional e interno– del futuro presidente Felipe Calderón (...) El externo, en relación con los EE.UU., sus necesidades de trabajo y el trato dado a los inmigrantes mexicanos. Y el interno, a medida que la frontera se cierre y se caliente y México deba proporcionar ocupación a medio millón de trabajadores cada año, encerrados detrás de la cortina de nopal”.

En la actualidad, estimaciones rigurosas calculan en once millones el número de mexicanos residentes en territorio norteamericano, la mitad o más sin permisos de residencia y trabajo, pero que enviaron el año pasado a sus hogares más de 20.000 millones de dólares, lo que supone para México un ingreso mayor que la exportación petrolera. Ni qué decir lo que significan esas remesas para los destinatarios, sometidos desde siempre a la injusticia, tanto así que en el año 1801 Alejandro von Humboldt ya hablaba del país de la desigualdad, criterio que bien podría extenderse al resto de la región sudamericana. Una parte de los inmigrantes de este origen, los documentados, podrán votar el próximo 7 de noviembre para renovar a diputados y senadores del Capitolio. ¿Pensará Bush que el anuncio del muro atraerá a esos votantes para conservar la actual mayoría republicana en el Congreso? La arrogancia no da para tanto. En realidad, Bush confiaba en una ley de trabajos temporales por un período máximo de seis años que abarcaría, en teoría al menos, a once de los doce millones de ilegales en Estados Unidos, pero el proyecto sigue encallado en el Poder Legislativo porque se oponen los demócratas y también varios congresistas republicanos. La voluntad imperial, sin embargo, fue adelante con el proyecto de clausurar las entradas en los estados fronterizos: California, Arizona, Nuevo México y Texas, porque cree que detener la entrada masiva de inmigrantes tranquilizará a los sindicatos norteamericanos, habituales votantes demócratas, que temen al enorme ejército de postulantes que aceptan cualquier condición y salario, con tal de sobrevivir en el paraíso imaginario.

Hace veinte años, en Washington resonaban las voces más altas que pedían el derrumbe del Muro de Berlín, construido en 1961, porque representaba la deshumanizada crueldad separatista de las dictaduras comunistas. Más de un gobierno de Europa occidental, entre ellos el de Alemania, volverían atrás con tal de frenar las oleadas inmigratorias que provienen del Este, y casi todos preparan leyes con obstáculos para que se asienten los peregrinos que marchan desde los cuatro rumbos hacia los países ricos. Por ahora, esos muros son de papel, pero la geografía globalizada está atravesada por las señales invisibles del espacio cibernético que manejan las finanzas y los negocios, mientras en sus rutas y transportes diversos millones de andariegos buscan nuevos nidos. Los ricos comenzaron por encerrarse en barrios cerrados y ahora también pretenden vivir en naciones-countries. Allá por la mitad del siglo XX, un dirigente marxista, Jorge Dimitrov, aseguró que “no hay muro que no se escale ni fortaleza que no se tome”, aunque pensaba que ésta sería una virtud de los jóvenes comunistas. La historia y sobre todo el presente rescatan aquella consigna en la voluntad de todos, no importa cómo piensen, que buscan un destino mejor.

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