El primer ministro español apostó fuerte al apoyar la ampliación de la autonomía de Cataluña. Hoy se verá si la apuesta funcionó. El Partido Popular se encamina a la derrota.
› Por Oscar Guisoni
Desde Madrid
Cuando esta noche se cierren los colegios electorales en Cataluña el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero sabrá si su empeño en reformar los estatutos de una de las comunidades autónomas más importante de España para ampliar su autonomía, que tantos dolores de cabeza le ha dado desde que llegó al Palacio de la Moncloa, ha valido la pena o si el Partido Socialista culminará sin pena ni gloria su breve paso por el gobierno local, que ocupa desde hace tres años.
José Montilla, el candidato del PSOE al gobierno autónomo catalán, la tiene muy difícil. Históricamente gobernada por Convergencia i Unió, una coalición de centroderecha nacionalista con amplia raigambre católica que presenta como candidato a Artur Mas, el gobierno regional cambió de manos en 2003, cuando el apretado triunfo de los socialistas dio lugar a un gobierno tripartito de izquierdas, con el apoyo de Izquierda Unida (el ex Partido Comunista Español) y Ezquerra Republicana, que no ha salido muy bien parado de su paso por el oficialismo local.
La decisión está en manos de las casi siete millones de personas que tienen derecho a voto, cien mil de las cuales son residentes extranjeros radicados en la región. Y si se cumple la media de participación de las últimas elecciones, no serán más de 3,5 millones los que concurran hoy a las urnas.
La experiencia del tripartito, dirigido por el ex alcalde de Barcelona y militante socialista Pascual Maragall, no fue muy bien digerida por la sociedad catalana, que añora los tiempos de bonanza y tranquilidad política en los que reinaba el anciano Jordi Pujol, el líder de CiU que consiguió ganar cinco elecciones consecutivas. Y a pesar de que los socialistas han volcado en la batalla un peso pesado como Montilla, ex ministro de Industria del gobierno de Zapatero, el recuerdo de las continuas divergencias surgidas en el seno de la coalición centroizquierdista jugará hoy en su contra.
A juzgar por lo que auguran los sondeos, el PSOE y CiU llegan aun así en una situación de empate a los comicios, aunque el hecho de que los socialistas recojan su mayor caudal en Barcelona y sus entornos empobrece la cosecha de escaños parlamentarios en comparación con sus rivales, que obtienen los votos en el interior de la comunidad, con mayor representación parlamentaria por cantidad de habitantes.
La campaña electoral fue mucho más tranquila de lo que podía esperarse. El debate giró en todo momento en torno de problemas locales y el tema del nacionalismo no llegó a ocupar los titulares de los medios, como muchos temían. Y es que las relaciones entre el PSOE y CiU son más que cordiales. En el Parlamento nacional los nacionalistas catalanes votan la mayoría de las veces con los socialistas y ambos tienen como oponente común al que se perfila como el gran derrotado, el Partido Popular, un acendrado enemigo de las pretensiones autonomistas de partidos como CiU y Ezquerra Republicana. Tan cordial es la relación entre los dos únicos partidos con chances de gobernar (las encuestas otorgan en torno al 30 por ciento de intención de voto tanto al PSOE como a CiU) que se ha llegado incluso a hablar de una posible coalición.
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