EL MUNDO
› EL ASCENSO DE EVO Y LA AGONIA DEL BANZERISMO
La revolución por las urnas
La realización de la segunda vuelta electoral es un proceso intrincado, pero las cifras ya dicen claramente que en Bolivia hubo una revolución política. Aquí un análisis de la situación y las opiniones de dos analistas.
“Los legisladores indígenas del nuevo Congreso de Bolivia hablarán en sus idiomas originarios. Será necesario un sistema de traducción simultánea. El quechua, el aymara y el guaraní se escucharán de ahora en más en el Parlamento.” El anuncio del candidato a presidente de Bolivia, Evo Morales, no es una simple bravata: 32 diputados y ocho senadores votarán a principios de agosto para que él sea el nuevo presidente del país. Morales, que se hizo conocido como líder cocalero, llevó a su Movimiento al Socialismo (MAS) a ser la segunda fuerza parlamentaria boliviana. No le alcanzarán estos escaños para ser presidente, pero su ascenso quebró el sistema político instaurado por el ex dictador Hugo Banzer Suárez a principios de los ‘80. Ahora, el probable presidente electo de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada, del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), tiene una papa caliente en sus manos, ya que el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), su única esperanza de constituir una coalición de gobierno, anunció el viernes que se sumará a la oposición. Página/12 consultó a dos importantes analistas sobre lo que pasó.
Con un país políticamente dividido casi en cuatro cuartos desde los comicios presidenciales del 30 de junio, Goñi carece de base para gobernar y salió disparado a buscar apoyo: “Me reuniré personalmente con cada uno de los candidatos y concertaremos un programa de gobierno”, declaró. Para Jorge Lazarte, “ahora la gobernabilidad de Bolivia depende de Evo Morales”. Para su colega Carlos Toranzo, “la clase política boliviana debe darse cuenta de que la elección de un presidente o de un gobierno no es apenas una tarea de ingeniería política”. Toranzo se refiere a las complejas negociaciones que desde el retorno de la democracia se producen en el Congreso boliviano. La Constitución establece que el presidente debe ser elegido por la mitad más uno del Parlamento, y desde que fue puesta en vigencia, ningún candidato, en ninguna elección, pudo obtener la mayoría simple para evitar la coalición con los demás. En este caso, el escenario está más dividido que nunca: Sánchez de Lozada obtuvo el 22,46%, el MAS el 20,94, el NFR el 20,91, y el MIR el 16,34%. Cuando se considera que la gran sorpresa, Evo Morales, representa a una izquierda “antiimperialista”, y que la Acción Democrática Nacionalista (ADN), el partido de Banzer que pivoteó las alianzas en los últimos 20 años, fue la gran ausente, se ve el cimbronazo político en toda su magnitud.
La traducción de estos números en el Congreso convierte a Paz Zamora en el árbitro absoluto de la elección, y su 16,5% pasa a ser el cuarto de la torta en el Congreso. A pesar de salir cuarto, y lejos de los tres primeros, el MIR de Paz Zamora es la tercera fuerza parlamentaria con 31 legisladores. El MNR de Sánchez de Lozada obtuvo 11 senadores y 36 diputados, mucho menos de los 80 legisladores que se necesitan para ser electo. La Unión Cívica Solidaridad (UCS) y la oficialista Acción Democrática Nacionalista (ADN) ya anunciaron que apoyarán a Goñi, pero sólo aportan en conjunto ocho legisladores. Si la NFR de Manfred Reyes Villa, el hombre que lideraba las encuestas y terminó tercero, aportara sus 27 legisladores, Sánchez de Lozada tendría todo resuelto. El NFR ya ha dicho a principios de semana que no apoyará a nadie en el Parlamento porque pasará a ser “una oposición constructiva”. Pero Reyes Villa dijo el viernes que el NFR discutirá qué hacer y que mañana, en conferencia de prensa, anunciará si se une a Sánchez de Lozada.
“Estaremos en el Parlamento como oposición. Eso es lo que nos mandó el voto popular que generó una poderosa presencia mirista.” El anuncio de Paz Zamora dejó fríos a políticos y analistas. “Paz Zamora está bajo una fuerte presión del gobierno, la embajada norteamericana y los empresarios para que arregle una coalición parlamentaria con Sánchez de Lozada”, dijo a este diario Jorge Lazarte. Es evidente que esta presión por ahora no funcionó, pero no habría que descartar que Paz Zamora esté subiendo la apuesta para lograr torcerle el brazo a Sánchez de Lozada en puntos centrales del programa del gobierno futuro. Tanto Goñi como su partido son sinónimos de neoliberalismo en Bolivia y Paz Zamora, Morales y Reyes Villa han dicho de todo del probable presidente. Pero la historia política reciente conoce muchísimas alianzas y “pases mágicos” a contrapelo de las definiciones ideológicas, como en 1993 cuando Paz Zamora fue electo presidente con el apoyo del mismo Banzer, al que combatió en la dictadura.
Toranzo y Lazarte coinciden en que, más allá de cómo se resuelva la coalición de gobierno, algo profundo ha cambiado para siempre con la irrupción de Evo Morales y los cinco diputados obtenidos por el Movimiento Indígena Pachacuti, de Felipe Quispe (a) “El Mallku”. Morales es un líder indígena pero ante todo un líder cocalero, y EE.UU., para apoyar su lucha antidrogas en Bolivia, terminó haciendo campaña para él. Se cansó de decir que si era electo Morales se suspendía una ayuda económica que de todas maneras está en suspenso: lo dijo el embajador norteamericano Manuel Rocha en el último día de campaña (haciéndole un gran favor a Evo), se lo reiteró a los partidos el miércoles pasado y, desde Buenos Aires, el mismísimo Otto Reich, subsecretario de Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado norteamericano, dijo el jueves que Morales “está en los antípodas de nuestra visión”.
“EE.UU. se equivoca incluso en nombre de sus propios intereses. Si Morales fuera apenas un líder sindical cocalero, no habría sacado el 21% de los votos. Y se equivocará el gobierno futuro si pretende aislar a Morales”, razona Toranzo. “La gobernabilidad del país depende más de Evo Morales que de Sánchez de Lozada o Paz Zamora, porque ambos deberán llegar a acuerdos mínimos con él. Estos acuerdos deberán ser políticos y sociales, no tanto económicos, y es poco probable que se trate el tema de la lucha contra la coca. De todos modos, el futuro gobierno no podrá seguir con la política del actual”, cree Lazarte. “El desafío es terminar con la identificación del MAS como un movimiento sindical cocalero y transformarlo en un partido de izquierda democrático. Ahora sus temas deberán ser incorporados a la agenda de gobierno: deberá haber políticas públicas para reducir la pobreza y la inequidad”, coincide Toranzo.
Morales y Quispe representan al 60% de la población de Bolivia, que es la indígena. Ahí estaría una de las claves de la elección que pasó: más allá de quién sea el presidente y qué coalición construya, más allá del posible futuro de una fuerza como el NFR de Reyes Villa (“aún es un partido regional, de Cochabamba, aún debe proyectarse a nivel nacional”, según Toranzo), más allá de lo que haga el actual presidente Jorge Quiroga al frente del ADN (heredero de Banzer), la cuestión es que el voto indígena hizo oír su voz como nunca. Y cuando parte de ese 70% del padrón electoral que en promedio no asiste –y no asistió el 30 de junio– a las urnas lo haga, la “ingeniería política”, si es que sigue existiendo, deberá escuchar esa voz.
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