EL MUNDO › OPINION
› Por Robert Fisk *
Amin Gemayel lloró y se desvaneció frente a nosotros. Las decenas de miles de cristianos y musulmanes estallaron en aplausos ante el escenario improvisado. Gemayel –un hombre anticuado y poco carismático cuando fue presidente del Líbano– levantó su mano derecha y de repente se convirtió en un símbolo de nobleza, todavía tambaleándose, su brazo izquierdo sostenido por la figura alta y mucho más joven de Saad Hariri. Sólo dos días antes, el hijo de Gemayel, el ministro Pierre, fue acribillado por hombres armados en Beirut; su cuerpo todavía yacía en la Catedral de Saint George a unos metros de donde estábamos parados. Gemayel tuvo mucho coraje ayer al afirmar a la gran masa de libaneses en frente suyo que, sí, habría una segunda revolución en este país, que terminaría sólo cuando el presidente pro-sirio fuera removido de su cargo.
La valentía de Gemayel fue uno de los pocos momentos de humanidad en este día soleado, pero políticamente nublado. Porque los dragones que se mueven a través del oscuro infierno de la política del Líbano todavía están vivos. Uno de ellos, el demacrado ex líder de la milicia Samir Geagea –-quien pasó 14 años en una prisión subterránea por hacer estallar una iglesia– habló de los enemigos del Líbano, tanto internacionales como internos. “Querían una confrontación. Que así sea”, gritó.
El dolor de los políticos del Líbano era muy evidente en las figuras que se encontraban al lado de la casilla a prueba de balas desde la que habló Gemayel. El propio Gemayel perdió a su hijo y, en 1982, a su hermano electo presidente, Bashir, cuya pequeña hija murió en una explosión durante la guerra civil. Estaba Marwan Hamade, que casi muere en un atentado con coche bomba en octubre de 2004, y Saad Hariri, hijo del ex premier Rafik, cuyo asesinato en una gran explosión en Beirut el año pasado disparó la primera “revolución” que trajo la democracia al Líbano y el retiro de las tropas sirias. También estaba Walid Jumblatt, el elocuente y nihilista líder druso, cuyo padre Kemal fue asesinado por hombres armados en marzo de 1977. Y Nayla Moawad, cuyo esposo y presidente voló en pedazos por una bomba en noviembre de 1989. Todos se pararon juntos en el triste y pequeño podio, con el cuerpo de Pierre en la basílica detrás de ellos y el cadáver quemado de Rafik en una tumba a su lado.
En el funeral había gran cantidad de banderas, y miles y miles de tropas libanesas, reservistas, gendarmes, policías antidisturbios, matones del Ministerio del Interior y policías de tránsito. Todos ellos, no es necesario decirlo, para salvaguardar las vidas de una especie en peligro de extinción, los políticos sobrevivientes del Líbano, de los asesinos de Damasco. De hecho, cuando los cuerpos de Gemayel y su guardaespaldas, Samir Chartouni, fueron sacados de la Catedral para enterrarlos había otros cientos de hombres de seguridad fuertemente armados parados alrededor de los cajones. No pude evitar preguntarme si tan solo hubieran sido tan entusiastas como ahora en proteger a los ocupantes de los cajones cuando estaban vivos...
Geagea estremeció con sus denuncias. “No aceptaremos que este gobierno sea cambiado por un gobierno de asesinos y criminales”, exclamó. Y ya que es Sayed Hassan Nasralá del movimiento chiíta Hezbolá el que ha estado insultando al gabinete de Siniora llamándolo el gobierno del “embajador estadounidense” –y ya que son los ministros chiítas los que se han retirado del mismo gabinete– uno podría concluir que los “asesinos y criminales” de Geagea son chiítas.
En efecto, pensando en sus sangrientos pecados de tiempos de guerra, por muchos de los cuales fue amnistiado, uno tiene que reflexionar por qué los compañeros de Geagea volaron la congregación de la Iglesia de Nuestra Señora de la Liberación en 1994. El tribunal dijo que quería persuadir a los cristianos de que Hezbolá había cometido el crimen. Es gracioso cómo estas cosas vuelven a nosotros. Curiosamente, el asesinato de Pierre Gemayel esta semana ha tenido el mismo efecto en los cristianos y los musulmanes sunnitas. Ha persuadido a muchos de ellos de que Hezbolá, en nombre de Siria, cometió el crimen. Un pensamiento angustiante.
* De The Independent de Gran Bretaña. Desde Bikfaya, Líbano. Especial para Página/12.
Traducción: Virginia Scardamaglia.
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