› Por Cecilia Jan *
Inédito hasta ahora (que se sepa), el polonio 210 ha estado precedido por una larga lista de sustancias químicas y biológicas utilizadas en todo tipo de crímenes, desde venganzas particulares hasta atentados, pasando por los asesinatos de Estado. El propio Litvinenko había dicho, tal vez premonitoriamente: “En nuestra agencia (la KGB) el veneno (...) se veía simplemente como una herramienta normal”.
El caso Litvinenko trajo inmediatamente a la memoria el del disidente búlgaro Georgi Markov, muerto también en Londres, aunque en plena Guerra Fría (1978), por un veneno administrado con el célebre paraguas asesino. Markov, que emitía a través de la BBC programas críticos con el régimen comunista búlgaro, sintió un pinchazo en el muslo derecho mientras esperaba el autobús en el puente de Waterloo. Era un balín con ricina, una toxina que se extrae de las semillas del ricino, lanzado con un paraguas diseñado por la KGB. Murió a los tres días. Poco antes, Vladimir Kostov, otro exiliado búlgaro, sufrió un ataque similar en París, pero sobrevivió, pues el balín se quedó en una capa superficial de su espalda.
Thomas Boghardt, historiador del Museo Internacional del Espía, en Washington, donde hay una réplica del paraguas, describe otros útiles de la KGB por correo electrónico: aparte de pistolas ocultas en pintalabios o en paquetes de tabaco, hay varias armas que lanzan gas. Entre ellas, un aerosol que dispara cianuro, que se usó para matar a dos ucranianos en Munich en 1957 y en 1959.
Un antecedente del uso de partículas radiactivas se produjo en Florida (EE.UU.) en 2004. La policía halló tres pequeños paquetes con germanio 68 dentro del cojín de la silla del administrador de una clínica. La víctima sólo estuvo expuesta cuatro horas a una radiación muy baja. De estar más tiempo, podía haber aumentado su riesgo de contraer cáncer.
Otro caso que recuerda al actual es el del banquero ruso Iván Kivelidi y su secretaria, que en 1995 murieron por un veneno colocado en el auricular de su teléfono. Se habló de cadmio. Siete años después, el jordano Jatab, uno de los principales jefes rebeldes de Chechenia, murió tras recibir una carta envenenada. El hoy presidente de Ucrania, Viktor Yushenko, tiene la cara deformada tras ingerir una dioxina en el 2004.
Pero quizá más alarmantes son los usos de sustancias tóxicas de forma masiva. En octubre de 2002, las fuerzas especiales rusas introdujeron un gas paralizante en el teatro Dubrovka, de Moscú, en donde 42 terroristas chechenos retenían a unos 800 rehenes. Los secuestradores fueron liquidados, y al menos 129 rehenes fallecieron, la mayoría intoxicados. Más de 500 personas tuvieron que ser atendidas. Aunque se habló de un gas nervioso, la creencia actual es que se usó un derivado del fentanilo, un anestésico, explica René Pita, profesor de la Escuela Militar de Defensa NBQ.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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