EL MUNDO › SU FIGURA PROYECTA UNA LARGA SOMBRA SOBRE LA CRISIS DE MEDIO ORIENTE
Si el ex primer ministro israelí Ariel Sharon despertara del coma profundo en el que está sumido, pensaría que todavía está soñando. Difícilmente podría haber imaginado la victoria en las elecciones palestinas de su peor enemigo, el movimiento radical Hamas, por primera vez en su historia. Tampoco habría predecido que el partido que fundó, Kadima, llegaría al poder en menos de cinco meses y sin su liderazgo. Más tarde llegarían el secuestro del soldado Gilad Shalit, la ocupación de Gaza y la guerra con Hezbolá. Demasiado cambió desde que Sharon entró al hospital el 4 de enero de 2006, hace exactamente un año, a causa de una hemorragia cerebral, pero muchos de esos cambios llevan el sello de “el bulldozer”, como lo conocen por su imponente físico y su estilo avasallador.
Durante décadas, Sharon dejó su huella en la vida política israelí. Siendo ministro de Defensa, lideró una invasión al Líbano en 1982 y fue encontrado “responsable indirecto” de las masacres de los campos de refugiados en Sabra y Chatila, donde murieron dos mil palestinos. Años más tarde encendería el fósforo de la nueva Intifada, al visitar a fines de 2000 la Explanada de las Mezquitas, un lugar santo para árabes y judíos. Pero en sus últimos años algo había cambiado.
Un halcón durante toda su vida, fue elegido premier en el 2001. Tres años más tarde sorprendió a propios y extraños al proponer una retirada unilateral de Gaza, que fue concretada en 2005. Esto lo llevó a enfrentarse con el sector más conservador de su propio partido, el Likud, con los colonos judíos en Gaza y con los partidos ultraortodoxos. A pesar de los obstáculos, Sharon iría por más: propuso retirarse de Cisjordania. Cuando el enfrentamiento con su partido se hizo insostenible, decidió crear la formación de centro Kadima, adonde lo seguirían numerosos parlamentarios, entre ellos el actual premier Ehud Olmert, de quien fue mentor. Sin embargo, la hemorragia cerebral postraría a Sharon y le impediría realizar sus planes. Olmert, un hombre menos carismático y con menos confianza entre la población, asumió como premier interino. Sin el empuje de Sharon, el retiro de Cisjordania quedó en promesa.
La llegada de Hamas al poder en Palestina en las elecciones de enero complicó un poco las cosas. El movimiento radical aboga por la destrucción de Israel y esto sepultaba cualquier esperanza de un acuerdo de paz. Estados Unidos, la Unión Europea e Israel iniciaron un bloqueo económico que fue contestado con una lluvia de cohetes Kassam. La pesadilla de Sharon se cumplía. Fue él quien quiso debilitar a Hamas al ordenar el asesinato en 2004 del jeque Ahmed Yassin, máximo dirigente y fundador de esa organización. De nada sirvió.
Después de esa mala noticia que Sharon nunca recibió, llegaría una buena que tampoco escucharía: Kadima ganaba las elecciones de marzo y Olmert recibía el espaldarazo del voto popular. Pero la situación en Palestina era cada vez peor. Aún debilitado por la pelea interna con el partido Al Fatah del presidente Mahmud Abbas y las presiones internacionales, el grupo del difunto Yassin se mantenía en el gobierno y los ataques con cohetes se multiplicaban. Mientras tanto, el gobierno israelí se debilitaba a pasos agigantados. Unos seis meses después de que Sharon cayera en coma, milicianos chiítas secuestraran a dos soldados israelíes. El gobierno de Olmert respondió con una invasión. La guerra en el Líbano se saldó con un nefasto resultado para Israel. Los ataques lanzados por Hezbolá obligaron a más de un millón de personas a esconderse en refugios o a huir al sur. El proyecto de retirarse de Cisjordania fue borrado de la agenda tras esa ofensiva, y la popularidad de Olmert cayó en picada, al tiempo que Avigdor Lieberman, un parlamentario ultranacionalista, fue nombrado viceprimer ministro.
La historia hubiera sido diferente con Sharon en la oficina del primer ministro en vez de en el hospital. “Sharon no se hubiera metido en una guerra que no hubiera podido ganar”, afirmó Raanan Gissin, un ex colaborador del “bulldozer” que ahora se desempeña como profesor en el Instituto de Políticas y Estrategias en el Centro Interdisciplinario en Herzliya, cerca de Tel Aviv.
Los médicos descartan prácticamente una mejora del ex premier, pero su hijo Omri mantiene la esperanza. “Creemos que va a mejorar”, afirmó. Si Sharon despertara, tendría demasiada información para procesar. Se preguntaría a dónde fueron a parar todos sus planes.
Informe: Virginia Scardamaglia.
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