La caída en popularidad de Ségolène Royal se debe a su pasividad tras revelaciones sobre su situación impositiva y la espectacular presentación del programa de Nicolas Sarkozy, su rival derechista.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Pánico en los jardines socialistas de París. La candidata del PS, Ségolène Royal, empezó la semana víctima del mismo instrumento que la llevó a la cima de los sondeos de opinión: Internet. Caída en las encuestas, controversias político-matrimoniales con su compañero y primer secretario del PS, François Hollande, ofensiva exponencial del candidato conservador Nicolas Sarkozy, interrogaciones en voz alta de los militantes y dirigentes del PS y una inquietante mentira lanzada en la red empañaron de un golpe la marcha triunfal de la candidata. La lista de tropiezos es tan larga que se impone empezar por el último. Un portal de Internet adelantó que Ségolène Royal y François Hollande habían montado un ardid que consistió en la creación de una empresa inmobiliaria para evitar pagar el ISF, impuesto a las grandes fortunas. La información es falsa, pero su desmentido ingresó un detalle que tuvo que revelar la misma Ségolène Royal: la pareja pagó efectivamente 1000 dólares del impuesto a las grandes fortunas.
La explicación pública y las acusaciones que le siguieron se sumaron a un panorama por demás confuso. La semana pasada, el primer secretario del PS anunció que ciertos sectores de las clases medias, concretamente los que ganan 5000 dólares por mes, pagarían más impuestos. La controversia fiscal estalló de inmediato, pero sus actores no fueron los socialistas y la derecha sino Ségolène Royal y su propio compañero. Ello testimonió no sólo un divorcio en el seno de la pareja sino también entre el PS y el equipo de campana de la candidata. El broche final lo puso el ministro de Interior, Nicolas Sarkozy. El domingo pasado, frente a 80.000 personas y en un espectáculo transmitido en cadena, Sarkozy fue designado por 98,1% de los militantes de la UMP como candidato presidencial. En un discurso de casi una hora, Sarkozy delineó los grandes principios de su acción y logró acallar la guerra interna que hacía tambalear su barco. La impresión que dejó Sarkozy es una síntesis de energía, de solidez, de alguien que sabe adónde va y que tiene el poder de hacer que quienes no están de acuerdo con él cierren filas y se callen la boca. Más allá del contenido abiertamente liberal de la política que propone, es oportuno reconocer que su estrategia de comunicación dio en el blanco, tanto más cuanto que Ségolène Royal aparece silenciosa, retraída, sin formular un programa, casi solitaria en su intento de romper con los métodos de difundir el mensaje político. El choque de la campaña se ha convertido no solamente en un cruce de ideas socialistas-conservadores sino también en la confrontación entre dos métodos de ocupar el espacio público, entre dos formas de llegar al elector: las ya consagradas megacampañas espectaculares, con actos multitudinarios, desplazamientos a todas las regiones y discursos impactantes puestos en órbita por los medios de masa, y lo que Ségolène Royal llamó “la acción participativa”. Se trata de un acercamiento casi íntimo al elector, donde el encuentro en lugares discretos e Internet constituyen los dos ejes.
Ocurre que frente a un candidato conservador que se come a la opinión pública con la multiplicidad de su presencia, Ségolène Royal avanza envuelta en el silencio. La sanción llegó en menos de una semana. Hace 10 días, las proyecciones de voto para las elecciones presidenciales de abril le daban a la representante socialista una victoria por cuatro puntos ante Sarkozy (52-48%). La cifra se invirtió ayer. La proporción es la misma pero Sarkozy es el ganador. Más inquietante aún, Royal perdió 10% en el caudal de posibles votantes. La impresión de que no transita por el centro de lo que está en juego es tanto más palpable cuanto que, por primera vez en la historia de una campaña socialista, el candidato elegido no trabaja mano a mano con el partido. Un dirigente del PS confesaba ayer al diario Liberation –anónimamente– la inédita situación: “Entre el PS y el equipo del 282 –el de Royal– hay un foso abisal”. En el terreno de lo real, Ségolène Royal protagoniza una campaña autónoma y, en ciertos momentos, ello tiene su costo. Cuando Nicolas Sarkozy se expresa durante una hora detallando la idea que se hace de Francia, nadie le responde. Las cabezas visibles del aparato socialista, tradicionalmente designados para disparar contra los adversarios, no intervienen. Dos imágenes breves traducen ese hiato. Mientras Sarkozy hablaba ante 80.000 personas, Ségolène Royal se hacía fotografiar con un cordero en los brazos en una localidad agrícola. Ayer, la representante socialista denunció la manipulación lanzada por Internet: “Es una campaña de escorias”, dijo Royal. El incidente tuvo al menos el mérito de hacer intervenir a otros socialistas. Y pese a la presión del PS, Royal insiste en que no cambiará de método, que continuará con los debates participativos. Es cierto que la unidad del partido de Sarkozy es ficticia, pero no es menos cierto que los socialistas dejan una sensación de incoherencia y cacofonía. Los medios difunden hoy la imagen de un triunfante Sarkozy y de una candidata socialista sin sustentación. La imagen es falsa. Disimulada en los buenos modales pero en algunos aspectos más feroz que la que recoge el imaginario europeo sobre América latina, la machocracia francesa no le perdona a Ségolène Royal ni el mínimo paso en falso. A veces, los medios dan la impresión de que están esperando que se equivoque para devorar a la intrusa que osó caminar por el reino protegido de los pantalones.
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